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Por Cecilia Bembibre Katie tiene problemas en la escuela porque baila el twist frente a las monjas. Brian, deprimido porque una universidad rechazó su beca deportiva, se va con los marines. Michael viaja al sur con un sacerdote para registrar a los votantes negros. Bill Herlihy, padre de todos ellos, no tiene más remedio que enterarse: han llegado los sesenta. Y se llama, justamente The 60s la miniserie que la cadena estadounidense NBC realizó a principios de este año, y que el canal Sony estrena todos los lunes de diciembre, a las 22. Frente a la fiebre documental del aniversario de Woodstock, frente a la parodia de la saga de Austin Powers, la televisión propone otro camino para recordar. Una producción de cuatro horas que cuenta, a la manera de los grandes melodramas, una década en la historia de dos familias. Los Herlihy y los Taylor están arraigados en dos extremos del país (Chicago y Mississippi), tienen distintas posturas en cuestiones raciales, en relación con la guerra, las protestas estudiantiles y los movimientos por los derechos civiles. Y a los dos los sesenta los interpelarán, obligándolos a abandonar la aparente normalidad de sus rutinas.Madres y padres del mundo: no critiquen aquello que no puedan entender. Sus hijos e hijas están fuera de su control. Su antiguo sendero envejece rápidamente. Es mejor que se aparten del nuevo si no son capaces de aportarle algo a estos tiempos cambiantes, advirtió Bob Dylan en 1964. Todo parece indicar que Herlihy desoye el consejo: es incapaz de reunir una familia en desintegración, y toma partido por su hijo soldado repudiando al otro, dedicado a detener con flores las armas de los soldados en las manifestaciones. Taylor, por su parte, es ministro religioso en Greenwood, Mississippi. Sus actividades de protesta pacífica toma no violenta de comedores, organización de los Freedom Riders le sumaron demasiados enemigos en la comunidad. Frente a las ruinas de su iglesia, incendiada por grupos intolerantes, no tiene más remedio que mudarse. Su hijo Emmet, en tanto, es reclutado por las Panteras Negras. Ficción y realidad se cruzan todo el tiempo en las cuatro horas de miniserie. No en vano el devenir de las familias protagónicas está sujeto indivisiblemente al clima de ebullición de la década, una sensación que el programa da por hecho. Pero que no celebra innecesariamente, sino que intenta exponer los contraluces. En la medida de lo posible, claro. Por momentos la producción no escapa a cierta atmósfera artificial, acaso natural en una mirada realizada treinta años después. Estudiantes eufóricos, comunidades hippies, conciencia política, ecología, drogas, libertad sexual... los protagonistas más jóvenes son un catálogo de etiquetas de los sesenta. Al menos evocados a la distancia e idealizados por el olvido.En la postura de la miniserie, los noventa miran los 60 desde la añoranza, y hasta desde la envidia. Así, la productora Lynda Obst cita el comentario de un joven actor, integrante del reparto, después de un día de rodaje, que puede ejemplificar la actitud esperanzada con que The 60s mira hacia el pasado: Aunque sabía que los policías que nos perseguían con bastones eran en realidad actores trabajando en una película por un día cuenta, uní mis brazos a los de mis compañeros estudiantes y entramos a la fuerza en ese edificio. Sentí por un momento lo que era ser parte de algo más grande que yo, y nunca olvidaré esa sensación.
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