Por Inés Tenewicki Antes de llegar
a la platea frente a la pista de patinaje, el espectador atraviesa un verdadero mercado
made in Disney: remeras, pochoclos, conos con algo que parece helado, papas fritas,
muñecos de peluche gigantes, llaveros. Esa feria americana montada en La Rural no es
ajena al espectáculo: opera como una especie de bautismo o ritual de iniciación. Es que
quienes más disfrutarán de Hércules sobre hielo son los pequeños consumidores de toda
la línea Disney, desde los videos hasta los acolchados o los muñequitos que se regalan
en los fast-food.Son ellos quienes podrán seguir las aventuras del héroe del Olimpo con
más facilidad y muchos más elementos que sus desolados padres, sobre todo si éstos no
vieron la película que Disney estrenó aquí hace dos temporadas. Familiarizados muchos
de ellos con las peripecias de Hércules, hijo de Zeus y Hera, y fascinados por los
efectos deslumbrantes que brindan las nuevas tecnologías, los pequeños no necesitan
comprender el relato de los altavoces. Los padres que apenas recuerdan este capítulo de
la mitología griega, en cambio, dependen penosamente de un sonido deficiente, y de un
inglés traducido al español centroamericano plagado de muletillas como oye
chico.El argumento no se aleja del mito clásico: al nacer Hércules, Hades
dios de los muertos lo hace secuestrar y beber una pócima mortal. Como sólo
bebe una parte, no muere sino que se convierte en un simple mortal, y es criado por una
pareja de campesinos. A partir de aquí, tiene lugar una larga cadena de aventuras que
Hércules logrará superar para recuperar su origen divino y encontrar el amor. Sin
embargo, lo maravilloso del cuento no es lo que más atrae en este nuevo espectáculo de
Disney sobre hielo. Lo que más atrae a la platea de cuatro a once años es el despliegue
visual, los efectos especiales y la destreza de los patinadores. Y, por supuesto, algunos
personajes queridos, como Mi- ckey, Minnie y Tribilín otro símbolo de pertenencia
al mundo Disney, personajes que ofician de presentadores sobre el escenario de agua
helada. Pero ni las coreografías ni los movimientos actorales apuntan a la claridad del
relato, sino a la fascinación por lo visual. Los cuarenta patinadores se destacan por su
habilidad sobre la pista. En algunos casos por la belleza de su danza y el resplandor de
sus trajes, pero la dirección no los hace aportar luz a la confusión que por momentos
invade una escena demasiado poblada. Ni siquiera las musas, patinadoras responsables de
estructurar el espectáculo entre secuencia y secuencia, pueden facilitar la comprensión
del argumento. Quizás por la falla de los equipos de sonido, que dificulta seguir el hilo
de los acontecimientos, quede de manifiesto esta debilidad de la obra por producir sentido
más allá de lo dicho. La historia de Hércules parece quedar entonces, por momentos, en
un segundo plano, desplazada por una verdadera exposición de recursos visuales,
enriquecidos por las posibilidades que da la técnica como la incorporación del sistema
de animación hidráulica. Ejemplos de esta riqueza de imágenes son la aparición de un
gigantesco Pegaso, el caballo con alas, volando conducido por Hércules, o la Hidra de
diez cabezas, un enorme bicho que se infla en partes como un globo y cuyas cabezas crecen
amedida que Hércules las va cortando, o un Monte Olimpo de ocho metros de altura que se
mueve por autopropulsión sobre el hielo y gira 360 grados, habilitando de esta forma
distintas escenografías según el lado que deja descubierto. La sobresaliente actuación
de los patinadores y bailarines es lo más valioso de Hércules. El arte del patinaje se
sostiene con calidad en todo el elenco, aunque se luce entre todos el Hércules más
joven, Besa Tsintsadze, quien fue campeón nacional de Rusia en 1992. Hércules mayor, a
su lado, se ve un poco deslucido. Dmitri Savine, el maduro héroe del Olimpo, también
tuvo un primer premio en los campeonatos nacionales rusos, o al menos eso asegura la
información del espectáculo, pero su patinaje parece menos virtuoso, menos atlético,
más común. No hay que olvidar a Megara, el amor de Hércules, encarnado por Natalia
Zaitseva, quien, como la mayoría de los papeles principales, es rusa y domina a la
perfección sus patines. Walt Disney sobre hielo se presentó por primera vez en Buenos
Aires a fines de la década del 80. En 1994 regresó al país con La Bella y la Bestia,
que tuvo un éxito sin precedentes: fue vista por 200.000 personas en menos de un mes. En
1995 se presentó Aventuras Disney el más flojo de todos y en 1996 llegó
Aladdin.
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