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“Dragon Ball”, un negocio japonés

El tercer film de dibujos animados de la saga de los personajes creados por Akira Toriyama es, en rigor, un compilado de dos anteriores

Los violentos personajes de Akira Toriyama son consumidos por niños, sobre todo varones.
En varios países hubo largas polémicas sobre si es sensato que se pasen sin censura por televisión.

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Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes)  Compilado en realidad de dos viejas películas de la extensa saga Dragon Ball Z, este tercer estreno local de los personajes creados por Akira Toriyama vuelve a separar las aguas entre sus posibles espectadores: son películas que fanatizan a sus fanáticos –nunca una redundancia fue tan precisa– y dejan indiferentes a todos los demás. Los padres de los pequeños fanáticos, por lo general. Productos derivados de sus orígenes televisivos, poco hacen estos films para atraer al espectador que no conoce los pliegues y repliegues de la trama. Pródigo en peleas, así como en un sano humor que no le deja tomarse demasiado en serio, Dragon Ball Z –que en estos días tiene también un espectáculo teatral en el Gran Rex– hereda lo más clásico del estilo de animación japonés que supo hechizar a los pequeños espectadores occidentales de Meteoro en adelante. Claro que, en vez de autos y carreras, el tema aquí son unas curiosas artes marciales que incluyen levitaciones y rayos como los de cualquier superhéroe norteamericano. Con una trama tan intrincada como la de cualquier telenovela no es extraño que los personajes creados por Toriyama se transformen en casi un vicio para quienes se hayan involucrado con su historia. Lo que en Occidente ha sido aprovechado por una explotación comercial sumamente accidentada. Reenvasados, cortados y retitulados sin prejuicios por sus distribuidores, todo fan que quiera conocer la verdadera cronología de su animé japonés preferido deberá dedicarse a un trabajo casi detectivesco. En el caso de Dragon Ball Z III cabe aclarar que, lejos de ser el tercer film de la serie, la película es una suerte de reenvasado de los opus nueve y doce, cuyos títulos originales son, respectivamente, Ginga girigiri!! Butchigiri no sugoi yatsu (1993) y Fukkatsu no fusion!! Gokû to vegeta (1995). La historia del primer episodio es la de un inocente torneo de lucha libre que deviene en una disputa planetaria, a la manera del Mortal Kombat. Claro que en este caso con mucho más humor, y sin las recomendaciones new age de aquélla. Mucho más original, el segundo episodio da cuenta de un curioso contratiempo en el purgatorio, que crea un monstruo en el más allá y devuelve a los muertos a la tierra. Así las cosas, los héroes de Dragon Ball que han pasado a mejor vida lucharán de su lado de la realidad, mientras que su progenie no perderá su buen humor al defender al mundo de toda clase de fantasmas, incluso uno curiosamente parecido a Adolf Hitler. Pero atención: el hecho de que el calendario haya acercado peligrosamente la fecha de los estrenos de Toy Story 2 y Dragon Ball Z III –lo que incluso hace que coincidan en los multicines– no debe promover un juicio definitivo entre la animación norteamericana y la japonesa tomando como ejemplo ambas películas. Sucede que, en el mejor de los casos, Dragon Ball Z es apenas un producto comercial derivado del fenomenal éxito de su versión televisiva. Mientras que Toy Story 2 es la gran obra de un estudio –Pixar– que ha respetado las premisas del Disney más clásico mejor que el propio Disney. Sin embargo, la pujante industria de animación japonesa –que tiene obras para todos los gustos– tiene su propio Walt. El Disney japonés se llama Hadao Miyazaki, y su última obra acaba de estrenarse a todo trapo en Estados Unidos. Por supuesto que La Princesa Mononoke, una obra mayor del cine japonés a secas, aún no tiene fecha de estreno local. En la fila de la animación japonesa a estrenarse en Buenos Aires figuran antes productos como Dragon Ball o Pokemon. Este es el nuevo éxito indiscutible de la televisión mundial para niños.

 

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