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Un nuevo triunfo de la historia
Por Osvaldo Bayer

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t.gif (862 bytes) Tengo un sueño en este primer día de gobierno completo del señor De la Rúa. El sueño consiste en que en este año que se abre, el dos mil, el nuevo gobernante se acerque a las tumbas masivas de obreros fusilados en la Patagonia en 1921 y pida perdón en nombre de su partido. Porque fue Yrigoyen, un radical, quien dio la orden de la represión, y fue un oficial radical, el teniente coronel Varela, quien llevó a cabo la matanza. Hasta ahora los radicales --luego de votar en 1922 en el Parlamento en contra de una comisión investigadora de los hechos patagónicos-- siempre guardaron silencio ante la tragedia. Yrigoyen se calló la boca, Alvear miró para otro lado, Balbín dijo que estaba muy ocupado, Illia respondió que la iba a estudiar y Alfonsín respondió: "no me consta" en el film del cineasta gallego Xan Leira sobre la matanza.

El jueves a la noche estuve en el local de la FORA, en Barracas. Viejos rostros de luchadores, paredes que recogen debates obreros desde hace muchas décadas, estandartes sindicales, el color rojo y negro del anarquismo. Allí fuimos a informar que una calle de Río Gallegos se llamará en el futuro "Juan Esteban". No es que a los anarquistas le interesen nombres de calles para sus mártires, pero es que un hecho así sirve de reconocimiento del crimen infame que cometieron los poderes en 1921 y 22 contra los trabajadores rurales que se levantaron en la Patagonia por un poco más de dignidad. Más cuando, en la aprobación del nombre de esta calle intervinieron ediles del partido radical.

La reivindicación de la lucha obrera en estas tierras sureñas continúa sin pausa. Los obreros rurales habían sido sepultados no sólo por las balas del Ejército argentino sino por toneladas de papel de la prensa de esos días que veían un "levantamiento antinacional" en la presentación de un petitorio por mejores condiciones de trabajo. Claro, el tiempo dejó en claro la mentira de los políticos cobardes, de militares sanguinarios, de empresarios ávidos, de una Iglesia silenciosa que no vio nada, no escuchó nada y al parecer ni siquiera leyó los diarios de la época. Y pese a todo, la Historia hizo triunfar la verdad, se impuso la ética.

Juan Esteban tenía apenas 17 años y actuaba de estafeta entre las columnas huelguistas que marchaban por el extenso territorio santacruceño. Fue detenido en un camino por las fuerzas del capitán Viñas Ibarra. El soldado clase 1900, Ramón Octavio Vallejos, que intervino en los fusilamientos, relató cincuenta años después de los hechos lo que sucedió: "A los peones rurales detenidos los llevamos todos a la estancia de un inglés. Aquello parecía más bien un arreo. Se sentía un solo quejido en la peonada por los palos y rebencazos que les propinábamos. Los rebenques que usábamos eran de tres argollas. En las estancias se hizo una clasificación de los más peligrosos de acuerdo a una lista que dio el estanciero inglés a nuestro jefe. Los pusimos en cepos que creo estarían allí ya que nosotros esos artefactos no los llevábamos ni los fabricamos, pero en las estancias siempre los había. No se les hizo sumario antes de fusilarlos porque por lo general las ejecuciones se efectuaban casi enseguida de tomarlos prisioneros. Juan Esteban fue fusilado con otros dos. Me llamó la atención la guapeza de este chico, pues cuando se vio ante el pelotón le gritó '¡asesino!' al jefe (que era el teniente Frugoni Miranda), luego cayó; uno de los balazos le había roto la lengua. La verdad es que cuando uno es soldado no le teme a la muerte ni se sienten mayores sentimientos ya que se nos prepara y se nos predispone para matar, pero la muerte de este muchacho me produjo una honda aflicción que me cuidé de manifestarles a mis superiores. Después del fusilamiento, el cabo Sosa, estando conmigo, escupió a los muertos. Le pregunté con rabia ¿por qué escupe a los muertos? No me respondió ni tampoco hizo valer su condición de superior para hacerme castigar".

En Río Gallegos, en 1971, 50 años después del fusilamiento del adolescente Juan Esteban en la estancia La Anita hablamos largamente con Vicente Esteban, uno de los hermanos de la víctima. Todavía conservaba con devoción las fotos de quien fuera su hermano mayor. Juan Esteban había nacido el 13 de julio de 1904, es decir que al ser fusilado tenía 17 años. Era argentino, nacido en Río Gallegos, hijo de Juan Esteban, español, y de Carmen Villegas, chilena. Este matrimonio tuvo siete hijos. En la huelga de 1921 y luego del fusilamiento de su hijo, el padre debió esconderse por muchos meses. La madre quedó sola al frente de la numerosa prole, sin sostén alguno, haciendo trabajos de planchadora de lustre para dar de comer a sus hijos en ese invierno de 1922, con temperaturas de 35 grados bajo cero. La madre sufrió muchísimo cuando se enteró del fusilamiento de su hijo, sus cabellos encanecieron en pocos días. El primo del adolescente muerto, de nombre Julio Ferrer --que contaba 18 años--, se ofreció a morir en lugar de Juan Esteban. Lo hizo porque él no tenía madre y sabía que su tía iba a sufrir mucho con la noticia del ajusticiamiento de su primogénito. Pero el capitán Viñas Ibarra lo hizo retirar. Este gesto del joven Julio Ferrer nunca fue olvidado por la familia Esteban.

Claro, todo esto no se arregla con el nombre de una calle. Pero ya es algo. Por lo menos es romper el silencio cómplice que guardaron todas las capas de la sociedad durante setenta y ocho años. Aquí tienen que recapacitar por sobre todo los docentes. Preguntarse: ¿por qué no se enseñan en nuestras escuelas y en nuestros colegios todos los esfuerzos que se hicieron en la humanidad para vivir con más dignidad? Hablar de los obreros, por ejemplo, que lucharon por las ocho horas de trabajo, es decir, contra la explotación del hombre por el hombre, ¿no estaban luchando acaso al mismo tiempo contra la violencia de la sociedad? Ellos querían tener más tiempo para estar con sus seres queridos, pero también para la cultura, para gozar de la naturaleza, como lo repitieron mil y una vez en sus carteles, volantes, asambleas y folletos. Por ejemplo, esa cláusula de los peones patagónicos que querían que los estancieros emplearan, antes que a los solteros, a los trabajadores casados o con compañeras "para ayudar a poblar las tierras patagónicas", ¿no era acaso un paso hacia la dignidad? ¿No lo hacían acaso para que el estanciero no siguiera manejando como títeres a los peones solteros que cuando cobraban se iban a los puertos a emborracharse y a gastarse en dos días en los prostíbulos y casas de juego todo el dinero ganado en un año, para volver sin un peso a las estancias y ser manejados como esclavos por los administradores? ¿No se dio cuenta de ello por ejemplo la Iglesia Católica --tan empeñada en cuidar la virginidad de María-- que eso era un paso hacia la virtud humana y en contra de la degradación? ¿Acaso cuando los estibadores en 1907 exigieron que el peso máximo de las bolsas para hombrear fuera de sesenta kilos y no de ochenta no lo hacían por la salud de sus espaldas, molidas ya a los treinta años de edad? ¿Por qué se les metió bala en Ingeniero White si exigían algo que después fue admitido? ¿No era su pedido un paso adelante en la convivencia humana? ¿Por qué hay que aprender en la escuela quién ganó la batalla de Pavón o la de Cepeda y no el nombre de los obreros y el año que consiguieron que se eliminara el trabajo nocturno de las mujeres y la explotación de los niños en nuestra sociedad occidental y cristiana? ¿Por qué se cantan romances al fusilador general Lavalle y no a los obreros muertos en tantas luchas contra la desocupación? ¿Por qué esta perversión de la racionalidad, del derecho y del respeto solidario?

Ojalá que muy pronto en todas las escuelas primarias y secundarias se estudie la historia de los movimientos humanos en pro de la justicia y de la vida, principalmente todo lo que lograron los más pobres de los pobres usando esas dos palabras maravillosas del vocabulario de la ética: solidaridad y altruismo.

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