Comenzó
el cuarto período consecutivo, el segundo de cuatro años de duración, en democracia.
Concluyó una década larga, que comenzó en julio de 1989, de unicato menemista. Por
primera vez, desde su fundación, el peronismo entregó el gobierno por decisión de las
urnas. Si bien la fórmula presidencial consiguió la mayoría de votos en veintiún
distritos, sólo en siete triunfaron sus candidatos locales. Aunque es la segunda
oportunidad, desde 1983, que la Unión Cívica Radical (UCR) consigue la presidencia de la
Nación, ahora necesitó el concurso de una coalición. La segunda fuerza de la Alianza,
el Frepaso, llegó al gobierno por el camino más corto, aún a riesgo de poner en crisis
su identidad de origen. Nada es igual a lo que era, en la Argentina ni en el mundo.
"Comienza un nuevo ciclo", afirmó
el presidente Fernando de la Rúa en su primer mensaje a la asamblea
legislativa, interrumpido trece veces con aplausos durante los treinta y seis minutos del
discurso. El texto leído recibió correcciones de última hora, después de que los ahora
opositores peronistas del Congreso se negaron a tratar el presupuesto nacional, acordado
con los gobernadores, junto con los nuevos impuestos que proponía el flamante
oficialismo. "Quienes aumentaron el déficit, critican", "se anunció
colaboración, pero no llegó todavía", fueron dos de las frases de reproche que se
agregaron al mensaje, para "decirnos la verdad", aseguró el Presidente en
asunción.
Entre bambalinas, esa "verdad" es
más intrincada todavía. El peronismo está funcionando sin conducción única, por lo
que los interlocutores válidos son fragmentos del conjunto, ninguno en condiciones de
disciplinar el consentimiento general. Los enconos internos, una constante de este partido
desde su fundación, oponen incluso a gobernadores con legisladores de la misma provincia.
Además, hay facciones de la "máquina de votar" en el Congreso, que Carlos
Menem reemplazó tantas veces con decretos de necesidad y urgencia, acostumbradas a
recibir rentabilidad de diverso tipo a cambio de sus favores. Funcionan como garitas de
peaje en el tránsito legislativo. Tales métodos, ante los ojos de la opinión pública,
han tallado a mano el desprestigio institucional de esas cámaras que invocan en vano al
pueblo tan a menudo.
El día que el gobierno ceda al universal
"trámite de la valija", usual por ejemplo en la Duma rusa de Yeltsin, habrá
dinamitado lo que hoy en día es uno de los ejes de su discurso, aunque la tentación se
disfrace de "realismo político". "Debemos recuperar las reglas de la
moralidad" y los violadores de ayer o de mañana "serán sometidos a los jueces
de la Nación", prometió De la Rúa. Citó al PAMI como ejemplo concreto de
"desatino y corrupción". Las promesas de decencia y austeridad son,
posiblemente, las ilusiones más fuertes en la ciudadanía que hoy en día pueda sembrar
cualquier gobernante de América latina, la región más injusta del mundo en la
distribución de las riquezas.
Harán falta más que palabras, por supuesto,
en un país infectado por la sospecha y corroído por la impunidad. La increíble
"fuga" de Lino Oviedo, por si faltaran ejemplos, abrochó como un emblema un
nefasto período de impunidad. Mirando hacia atrás, el juicio a las juntas militares, a
pesar de las defecciones posteriores, hizo mucho por afianzar en el sentimiento colectivo
la conciencia de la legalidad democrática. Probó que se podía juzgar y condenar a
poderosos, dueños de la vida y la muerte de miles de argentinos. Todavía esa lucha por
la verdad, la justicia y la condena está en trámite, pero no cesa. Del mismo modo, si lo
que se busca es "un país decente, altruista y solidario", calificativos usados
por De la Rúa, tendrán que ser juzgados los crímenes económico-financieros, empezando
por las cúspides del latrocinio, público y privado. Por cada funcionario público con
bienes mal habidos, hay fortunas privadas acumuladas sin pudor ni medida. "El pueblo
tiene que ver la diferencia entre honestidad y corrupción", puntualizó el
Presidente.
El gobierno teme a las corporaciones del
capital concentrado. No es de extrañar, porque regímenes más poderosos comparten el
mismo temor. Los vencimientos de la deuda externa y los requerimientos de préstamos para
financiar el déficit de las cuentas públicas pesan como lápidas sobre las capacidades
de autodeterminación. La obsesión del gobierno por equilibrar las cuentas públicas echa
raíces en la convicción de que la búsqueda constante de créditos no hace más que
achicar las posibilidades de reestablecer criterios básicos de justicia social. Menem no
les temía porque sirvió al capitalismo financiero sin detenerse ante las consecuencias
que devastaron la vida de millones de familias argentinas. De la Rúa aseguró que no
venía "a emprolijar modelos" sino a inaugurar un "nuevo camino", pero
él vivió de cerca, como tantos otros, los últimos meses de la administración
alfonsinista, atropellada por "golpes de mercado" que desataron un huracán
hiperinflacionario.
Diez años después, ese capitalismo salvaje
y especulador está más cebado que nunca, afirmado en que la economía manda sobre la
política y que el Estado no tiene más derecho que auxiliar al "mercado". El
flamante Presidente aseguró que "el Estado no puede estar ausente" en la
procura de equidad y definió el progreso como la búsqueda de una vida digna para los
menos favorecidos. Esos dos criterios --el mercado todopoderoso y el Estado equiparador--
podrán cohabitar pero no conciliar sin que uno se subordine al otro.
Cualquier reforma tributaria de fondo, en la
que paguen más los que más tienen de verdad, sería un escenario de confrontación. Por
el momento, el nuevo gobierno esquivó esa posibilidad, restringiendo el criterio de
"los que más tienen" a las capas altas de las clases medias, destinatarias de
la mayoría de los nuevos impuestos. Si en el futuro no perfora ese techo por otras vías,
entre ellas el castigo a los mayores evasores en lugar de perseguir al tendero de la
esquina, no tendrá más remedio que resignarse a "emprolijar el modelo".
Pocos son los que esperan proezas al estilo
de David y Goliat ni cruzadas épicas que parecían normales en otros tiempos. Después de
diez años de insensible conservadurismo populista, una corrida hacia el centro, sin
contrastes violentos y con compasión por los desafortunados, parece conformar a las
expectativas mayoritarias. Si la próxima semana la Carpa Blanca de los docentes puede
desarraigarse de la Plaza del Congreso, y si los estatales correntinos, que ayer cortaron
puentes, pueden regresar en paz a sus trabajos y a sus casas, será un aliento para las
más módicas esperanzas. De la Rúa aseguró que Argentina será "tierra de
oportunidad, certeza y transparencia". El compromiso está enunciado y el futuro
está abierto. |