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Por Mario Wainfeld Dos discursos pronunció el presidente Fernando de la Rúa, el primero ante la Asamblea Legislativa y otro ante una raleada Plaza de Mayo. En total habló menos de cuarenta minutos. Sus predecesores Raúl Alfonsín y Carlos Menem le hubieran dedicado --como poco-- ese tiempo a cada arenga y hubieran suscitado más pasiones y más aplausos. Pero no hay duda de que él debió quedar conforme. Se mostró tal cual es y tal cual prefiere mostrarse. Su mensaje, aun en la extensión y en el tono apagado, apuntó a exhibirlo como el impulsor de una etapa de paz y administración, cuyas marcas serán el fin de la corrupción y el advenimiento de una gestión caracterizada por cuentas fiscales equilibradas y transparencia. No expuso un programa de gobierno, sí prometió un nuevo estilo de gestión y casi no mencionó medidas concretas (fuera de la intervención del PAMI). Propuso como norte "un país decente, altruista y solidario", explicó que "el Estado no puede ser indiferente ni estar ausente" y señaló como primer problema nacional el desempleo. Fiel a su estilo, generó en el Congreso (y en la Plaza) menos vítores que su correligionario Raúl Alfonsín y sólo fue duro con el gobierno saliente, dureza que constituyó quizá la única sorpresa que deparó a propios y ajenos en una jornada que fue histórica pero ciertamente no alcanzó tono épico. Tal vez eso mismo espera de su gobierno el tercer presidente de la transición. Hasta el Congreso y la Plaza estuvieron a tono con el Presidente. La Plaza despoblada, calma, pese a la convocatoria a dos actos en paralelo... diz que aburrida. La Asamblea legislativa, envuelta en un clima inimaginable en cualquier otro momento de la Argentina, que inadvertidamente simbolizaron dos ex gladiadores de una etapa con política en la calle: Saúl Ubaldini, sentado en punta de banco, y Raúl Alfonsín acodado en el palco que albergó al gabinete nacional, a menos de dos metros de distancia cruzando saludos y sonrisas. Casi todos los legisladores presentes. Nadie salido de tono, el Jefe de Ejército Martín Balza departiendo con la clase política como uno más. La oposición flamante rumiando bronca pero sin exabruptos cuando fue criticada y aplaudiendo algún tramo (la referencia a las Islas Malvinas). El oficialismo entrante ovacionando pero también sin exabruptos. Un tono institucional que solo subió la columna mercurial y puso la piel de gallina cuando Alfonsín izó la bandera ovacionado por la totalidad de los presentes. Luego habló el Presidente (ver páginas 8 y 9) y renació la calma.
* La corrupción. "El PAMI será intervenido para librarlo del desatino y la corrupción " dijo de la Rúa desatando su mayor pico en el aplausómetro. Hasta un puñado de peronistas --los más conspicuos Chiche Duhalde y Carlos Reutemann-- se sumaron al aplauso. "La lucha permanente contra cualquier forma de corrupción", la principal promesa del Presidente, tomaba la forma de un dardo dirigido a un emblema del menemismo. Más allá de esa --solitaria-- mención concreta, toda su exposición identificó al gobierno saliente con el reverso de lo que la Alianza transformó en su mayor promesa "la convicción permanente de servir a la gente y no a sí mismo o a grupos privilegiados a la sombra del poder".
* Las cuentas claras. Los legisladores del PJ rumiaron bronca con esas menciones pero se enfadaron aún más cuando De la Rúa reprochó a su gobierno: "hoy asumo la presidencia sin que se haya aprobado el presupuesto del año 2000" y "no han entregado el país con cuentas ordenadas". Los peronistas entendieron que dedicar dos tercios largos del discurso a identificar la corrupción con la administración Menem y a reproches por no haber aprobado el presupuesto rompía pactos tácitos de la transición. Cierto es que De la Rúa incluyó la mención de "una transición ejemplar" y el agradecimiento a "la actitud de los gobernadores (peronistas) y luego del Senado para firmar primero y aprobar después el Pacto federal" pero esos paños fríos no alcanzaron a apaciguar la cólera de la bancada, desde ayer, opositora.
* Desempleo y modelo: "No vengo a emprolijar modelos" dijo el orador que usó la primera persona del singular acá y allá pero con menos reiteración y fascinación que Menem y Alfonsín. Y añadió que su principal obsesión es el desempleo. Sin embargo, sus principales apuestas para resolver la falta de trabajo tienen la marca de fábrica del modelo cavallista: cuentas equilibradas y crecimiento económico,"en un contexto de crecimiento podremos generar nuevos puestos de trabajo". Retoma así una idea que --con ingenuidad, pereza conceptual o mala fe-- se viene deslizando desde el establishment: la de que el crecimiento tiene efectos virtuosos en la generación de empleo cuando la evidencia empírica ha sido la contrario. Tampoco fue muy audaz al referirse a la política fiscal. "A los que más pueden las pedimos un esfuerzo mayor" explicó y luego buscó tranquilizarlos "que será transitorio hasta que la recuperación de la economía y el éxito de la implacable lucha contra la evasión y la corrupción de sus frutos". Hubo otro párrafo sedante para sectores muy desentendidos de pagar gabelas: "Este Presidente que recién asume no quiere crear más impuestos".
* Gasto social y administración. La inversión social y educativa fueron banderas del discurso presidencial que enfatizó otro tópico del cavallismo: la necesidad de hacer más eficiente el gasto antes que la de acrecentarlo: "el gasto anual en salud no se traduce en la suficiencia y calidad de las prestaciones". "(Hay que) hacer eficiente la inversión social eliminando gastos superfluos y reduciendo burocracias parásitas". "La inversión existente (en educación) está dispersa en diversos organismos". No por azar Domingo Cavallo fue el legislador opositor que más aplaudió las frases del Presidente.
* La imagen. "Vista a la derecha" gritó el jefe de la custodia militar que flanqueó su entrada al congreso. Los soldados acataron y vieron entrar al Presidente acompañado por muy pocas personas, portando un traje sobrio, con colores muy distintos al amianto flúor que fue la marca del menemismo. Las familias del Presidente y del Vice fueron protagonistas permanentes de la jornada. La angelical nieta del Presidente, con toda propiedad bautizada Sol, integró la jornada de los argentinos --y Zulemita Menem alzándola tuvo swing y ternura--. La prole del vicepresidente Carlos Chacho Alvarez se asomó a un balcón de la Rosada. El Presidente y el Vice tienen dos familias de clase media porteña, ciertamente bastante distintas en su composición, estilo e historia de vida pero ayer ambas expusieron algo en común: una tonalidad diferente a la dinastía Menem. Claro que, comparada con la Menem, cualquier familia parece la de los Ingalls o aún la de los vecinos de los Simpsons, los Flanders, pero no es menos verdad que nada es inocente del todo en la política mediática actual y el juego de imágenes quiso destacar una diferenciación más. Búsqueda que enfatizó la salida al balcón de la Rosada de Ernesto Sabato quien es presentado como un ejemplo de austeridad, honestidad intelectual y dedicación al saber, o sea la inversa de los modos más ostensibles del menemismo. Es opinable que el escritor encarne cabalmente esos valores pero es seguro que se lo puso de cara a la Plaza para enfatizarlos.
* Las palabras y las cosas. "Etica" "solidaridad", "progreso", "pueblo", "república" y "transparencia" fueron los vocablos connotados positivamente más presentes en el discurso de un hombre que, fiel a sí mismo, no se permitió nada parecido a una broma, una ironía, un sarcasmo o un juego de palabras en la hora cátedra que destinó a la oratoria. Eso le bastó para ser interrumpido trece veces en el Parlamento por los aplausos y aclamado al cierre allí y en la Plaza. Repitió, al fin, lo anticipado en una larga y exitosa campaña. No hubo sorpresas, por ende, ni resquicio para desencantos. Sólo que ahora está gobernando y pronto se esperarán de él desempeños y no sólo promesas o estilos. Una de sus frases favoritas de campaña fue reiterada en el recinto: "cada peso mal gastado, perdido por la corrupción o la evasión significa un niño sin zapatillas o un chico desnutrido, o una escuela sin libros o un hospital sin remedios". Esa verdad cabal no debería obturar la lectura de un dato que la complejiza: es bien posible, si no seguro, que la desigualdad, la pobreza y la exclusión no deriven del indebida gerenciamiento del "modelo" sino de sus características estructurales y que no baste una cruzada de ética gubernamental para mejorar sensiblemente los desempeños en pos de la justicia y la igualdad. El discurso de ayer, por lógica ecuménico y convocante, sólo embistió contra el menemismo y pareció proponer que el importante momento institucional de la alternancia alcanza para promover "un cambio profundo", "el nuevo camino" que es el mandato que --con criterio fácil de compartir-- el Presidente interpreta haber recibido de las urnas y se comprometió a plasmar. Habrá que ver si intentarlo no implica otros conflictos con poderes sociales o económicos que no estaban ayer en el recinto ni para aplaudir ni para bancar las críticas pero que seguramente serán interlocutores esenciales a la hora de gobernar, esto es de afectar intereses.
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