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Aliancistas y peronistas reunidos en la plaza por amores encontrados

Radicales y frepasistas festejaron con moderación la asunción de Fernando de la Rúa. Apenas pisó la calle, Carlos Menem padeció la pobre movilización de sus huestes. Lo abuchearon como a Alderete y a María Julia.

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Por Susana Viau
t.gif (862 bytes)  El hombre arrastró la pesada madera cinco cuadras, las que recorrió con su mujer y sus chicos desde que bajó del autobús, en la avenida Belgrano. Pegados con prolijidad sobre la tabla, viejos artículos periodísticos plasmaban los momentos difíciles del gobierno en retirada: María Julia Alsogaray, Roberto Dromi, Erman González. El dazibao tenía título: "La Aliansa (sic) no debe dejarlos libres". En la Plaza de Mayo, y henchida por el mismo espíritu justiciero, una mano enorme despedía la década: "Chau Menem". Compitiendo en las proporciones, en primera línea, una pancarta azul y amarilla ponía las cosas en su punto y entre tanta bandera rojiblanca del radicalismo recordaba cuál es el club de los amores del nuevo inquilino de la Casa Rosada. La módica multitud que suelen reunir los traspasos presidenciales estuvo dividida. Una parte en la fiesta que se desarrollaba en el espacio que delimitan Balcarce, la Catedral y la Pirámide; el resto, en la explanada de Rivadavia por donde, sin los granaderos, sin los 300 gauchos con que pensó suplantarlos y con El Tula a modo de fanfarria, se alejaba Carlos Menem del poder.

Los jóvenes de "la Franja" estaban quejosos. No se les había alentado a movilizar el aparato partidario, decían, y allí, en esas apenas diez o quince mil personas, estaban las consecuencias. Fernando de la Rúa, que sólo permitió el acarreo del Chupetemóvil, había desinflado el entusiasmo universitario aclarando que no era un acto radical, que era el Presidente de todos los argentinos. Pese a que los presentadores de noticieros habían calificado la mañana como seminublada, un sol de justicia recalentaba la cabeza de una concurrencia mayoritariamente adulta que vitoreaba cuando el relator pronunciaba el nombre del nuevo jefe del Estado y rechiflaba a la sola mención del saliente. A las 12.15, Fernando de la Rúa cumplió con el ritual y se presentó en el balcón. Lo flanqueaban su mujer, Inés Pertiné, y Chacho Alvarez con su esposa. Más expansiva, la segunda dama en la línea sucesoria, Liliana Chernajovsky, dialogó desde lo alto con los militantes del Frepaso. Atrás, el vocero de Alvarez, Ernesto Muro, rebosaba de satisfacción. A los lados, los hijos de los dos matrimonios. Todo fue breve y sobrio, un adelanto del estilo a imponer.

Al cabo, la atención comenzó a ser atraída por lo que ocurría sobre uno de los laterales. La policía se concentró en el lugar, reforzando las vallas que protegían la retirada menemista. El titular de la SIDE todavía en funciones, Hugo Anzorreguy, se encaminó hacia la esquina de Balcarce. Dedicó una amplia sonrisa a la concurrencia y levantó la mano en señal de saludo. Las huestes radicales que bajaban con premura en sentido contrario para no perderse el plato fuerte de la jornada respondieron con una suelta de adjetivos poco amistosos, en los que destacaban "chorro" y "alcahuete". Bajando la mano, pero sin perder la sonrisa, Anzorreguy continuó su camino. Los manifestantes, entre tanto, se afanaban por descubrir si eran amigos o adversarios los personajes que abandonaban la Casa Rosada, refugiados en el anonimato de los vidrios polarizados. Identificada, Amalia Fortabat partió rauda llevando en sus oídos el eco de una frase escatológica. El humor se transformó cuando descubrieron a Fernando de la Rúa. "¡Es el Presidente, es el Presidente!", gritaron alborozados los manifestantes. Pendiente del menor gesto del flamante primer mandatario, un hombre espió el interior del coche y alertó a su hija: "¡Mirá! ¡Mirá! ¡Se está metiendo el dedo en la nariz!".

Se había terminado. La policía, aliviada, empezó a retirar el vallado. Enrique Mathov salió a pie por Balcarce. Aníbal Ibarra cruzó también solo y andando Rivadavia hacia Paseo Colón. El ministro de Infraestructura fue el más rezagado. Una señora mayor le pidió: "Cuídelo mucho a de la Rúa". Otra, con una niñita de la mano, lo saludó. "¿Cómo se llama?", preguntó la cría. "Gallo", la satisfizo con amabilidad Gallo. "No, el nombre", insistió la criatura. "Nicolás, como el que te trae los regalos para las fiestas", aclaró el funcionario debutante. Los cronistas, derrengados, habían acampado en la puerta de la Casa más Rosada que nunca. Un rosa subido, ruboroso, muy Versace. El que asomó cuando se dejó caer el telón con la gigantografía que había cubierto, como por pudor, el espectáculo de los albañiles trabajando. Una remodelación simbólica. De fachada. Porque las paredes que dan a Rivadavia, a Hipólito Yrigoyen y al Bajo mantienen el color desvaído, tristón y sucio de la primera mano de pintura menemista.


APENAS 300 MILITANTES DESPIDIERON A MENEM
El poder se va y la gente también

 

Por Laura Vales
t.gif (862 bytes) Pisó la alfombra roja de las escalinatas de la calle Rivadavia y miró hacia adelante. Abajo, el Tula dio la orden indicada, sonó la marcha peronista y los muchachos de la barra brava de Chacarita dejaron los pulmones cantando sus primeras estrofas. Carlos Menem los saludó con la mano en alto y la mirada empañada. La anunciada fiesta con que el ultramenemismo había prometido despedirlo no tuvo mucho más que eso. El presidente saliente esperaba dejar la Casa Rosada acompañado por diez mil personas vivando su nombre. También con ser escoltado por una caravana bautizada con el rimbombante título de "la última del milenio". Se encontró, en cambio, con escasos 300 militantes y un puñado de banderas. Sólo en una pequeña pancarta agitada con esmero se leía Menem 2003.

Como fuera, los pocos que estaban se mostraron decididos a sobrellevar con espíritu la falta dena06fo02.jpg (11806 bytes) número. Habían llegado a la Plaza de Mayo --convocados por Luis Barrionuevo y Alberto Pierri-- poco después de las 10 de la mañana, apoyados por los bombos de Chacarita, los militantes de la agrupación Libertadores de América le pusieron condimento a la espera. Primero hubo un aguerrido duelo verbal con los aliancistas que festejaban del otro lado del vallado. Separados apenas por tres metros, de un lado se cantó "el Turco no se va" y del otro les respondieron con "ahí están, esos son, los traidores de Perón"; a los cinco minutos de cruzar consignas los dos grupos ya estaban cara a cara y había un clima tan espeso que la policía tomó cartas en el asunto y reforzó el vallado con una doble fila de uniformados. Ya eran las 11 y cuarto y no había noticias de los cientos de micros que todos anunciaban como a punto de llegar.

"Cuando el poder se acaba los oportunistas desaparecen", se quejó amargamente Jacinto Gaibur, el vocero de Pierri.

Menem salió de la Casa Rosada cuatro minutos después del mediodía, acompañado por Zulemita. Sobre la explanada César Arias y Alberto Lestelle lo aguardaban para darle un abrazo. Abajo, mezclados con la gente, había pocas caras conocidas: la legisladora Kelly Olmos, el sindicalista Oscar Lescano, Loly Domínguez y "La Raulito", con su eterna camiseta de Boca. Los más decididos se abalanzaron sobre el Ford Mondeo en el que Menem comenzó a alejarse de la Casa de Gobierno entre un tumulto de cámaras y fotógrafos y al son de la música de Matador interpretada por el Tula.

Fue una salida algo caótica, en la que la policía no ahorró palos en las piernas de los simpatizantes que peleaban por tocar aunque más no fuera la antena del auto, y de la que varios salieron con los ojos llorosos y quejándose de que se estaban usando aerosoles lacrimógenos. Nada de caravanas, ni tampoco manifestaciones en el aeroparque, donde Menem tomó un vuelo privado rumbo a Córdoba después almorzar con sus incondicionales en el Museo Renault. Allí lo esperaron apenas una treintena de personas: militantes de Escobar que desplegaron una bandera de "Menem nos hizo" y un grupo de incondicionales de Víctor Alderete que, acomodados en la mesa de un puesto de choripán que en un abrir y cerrar de ojos quedó cubierta de teléfonos celulares, hablaron largamente de Carlos, el amigo, y comentaron entre festejos los últimos nombramientos en el PAMI. Pero tampoco esta vez pudieron saludarlo. Cuando llegó a aeroparque, Menem sólo bajó apenas la ventanilla para hablar con la prensa. Todos parecían desanimados, menos uno de los dirigentes de Escobar. "Lo importante era poner el cartel", dijo a Página/12. Y en rigor, en eso habían sido los únicos.

 

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