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Por Sergio Moreno Tiesos. Tensos. Carlos "Chacho" Alvarez esperaba en un salón al costado del recinto de la Cámara de Diputados a Fernando de la Rúa. Estaba sentado junto con su mujer, uno en cada sillita, con vasos de agua a los costados. Liliana Chiernajowsky se quejaba porque no la dejaban fumar. Momentos después, entraron Rafael Pascual, titular del cuerpo, y José Genoud, presidente provisional del Senado; estaban tan anudados como el vicepresidente que todavía no había asumido. Llegó De la Rúa. Su rictus ensimismado no desentonó con el de la troika. Iban a jurar. Demasiados nervios. "El único distendido era Ruckauf", contó luego uno de los presentes en el salón. El vice saliente abría la Asamblea Legislativa y, a la tarde, iba a asumir como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero ellos estaban nerviosos, tan nerviosos como se pusieron los senadores y diputados peronistas que fueron caldeando sus ánimos a medida que De la Rúa los amartillaba con su discurso, con el país que dejaban, con la devastación que legó la corrupción de su gobierno y con la falta de apoyo para sancionar las tres leyes que el flamante Presidente estuvo pidiendo durante toda la transición. De la Rúa se había quedado hasta la madrugada en su casa, frente a su notebook, redactando el discurso que ayer desgranó con lentitud. Tenía los resúmenes de todos los ministros que había reseñado su hermano Jorge, ahora secretario general de la Presidencia. Tenía los borradores que acercaron el número dos de José Luis Machinea, Pablo Gerchunoff, el de su consultor Luis Sthulman y el de Patricia Bullrich. Se sentó a escribir a las 11 de la noche del jueves. Lo terminó a las tres de la mañana de ayer. Carlos Ruckauf abrió la sesión y pasó a un cuarto intermedio. El break sirvió para los saludos y pasilleos de ocasión. Sonrisas, cigarrillos, impaciencia. A la derecha de la Presidencia se sentaron el general Martín Balza, el marino Carlos Marrón y el aviador Rubén Montenegro. Mástil y pasillo mediante, más a la derecha, el sitio reservado para el gabinete entrante, donde también estaban Julio Nazareno, presidente de la Corte Suprema, y a su lado el personaje más aplaudido de la mañana: Raúl Alfonsín. En el otro extremo del salón, el sector de los presidentes extranjeros y nobles. Hasta allí fue Jesús Rodríguez, que se enredó en una larga tenida con el príncipe de Asturias, Felipe de Borbón. Mientras, Marcelo Stubrin se había acercado a Alfonsín. El ex presidente le tomó la mano como un padre mayor podría hacer con un hijo. Y no lo soltó. Y Stubrin lo dejó. Mientras Alberto Pierri --que por primera vez en diez años veía una sesión desde el escaño de diputado raso-- pitaba un habano con fruición, Domingo Cavallo, en campaña, recorría el recinto con su sonrisa como aerografiada en el rostro. Saludó a cuanto peronista se le cruzó, sin importarle que cuando él era superministro los trató como los rusos hacen con los chechenos. Después de todo, en política nadie es tan enemigo mientras sigan existiendo elecciones en el futuro. Cavallo llegó al corralito. Midió el tiempo. Lo miró. El hombre hablaba con un entusiasta admirador. Había presentido la presencia del ex ministro. El ex ministro hizo un zigzag. El hombre, Alfonsín, después de segundos ininterminables, estiró su mano, generosa con Stubrin, más que económica con el ex ministro de Economía. La ebullición cesó sólo como en estas ocasiones cesa. Es como una corriente, como si la presencia del hombre esperado llegara antes que el hombre esperado. Todos se quedan quietos, instantes, se callan y, como un déjà vu, aparece. Estallan los aplausos. De la Rúa y Chacho Alvarez entraron en el recinto. ............................................................. Mientras tanto, en otra parte de Palacio... La actividad de intramuros lejos estaba del bronce que pintaba el día de grandeza republicana. Cuestiones más pedestres tenían a mal traer al personal de maestranza del Congreso. Llevaban cajas, carpetas, portarretratos y cuadros de un despacho a otro. En silencio, mientras todos consagraban el traspaso del poder, los ordenanzas, mudaban las cosas de Rafael Pascual al despacho que ocupó Pierri durante 10 años. También cargaron los petates del peronista Marcelo López Arias, vicepresidente saliente de la Cámara Baja, a las oficinas que dejaba Eduardo Rollano. Como lugar que uno no ocupa lo ocupa el enemigo, Eduardo Camaño también había dado sus órdenes: sus pertenencias eran introducidas a todo vapor en el despacho que dejaba López Arias. Con tanta actividad, los peronistas terminaron recluidos en el tercer (y último) piso del Congreso. La Alianza, triunfadora no sólo en las elecciones, había tomado el primero y el segundo. Fue otra batalla en la guerra de los despachos. ........................................................................ Alfonsín izó la Bandera y la ovación fue tan estruendosa, tan redonda y apabullante, que no volvió a escucharse una igual en el resto de la mañana en el Parlamento. Tras las presentaciones de rigor de presidentes y nobles (Fernando Enrique Cardoso, del Brasil; José María Sanguinetti, del Uruguay y el paraguayo, Luis González Macchi, fueron los más aplaudidos) De la Rúa leyó el texto que había hilvanado cuidadosamente durante la madrugada de ayer. Comenzó suave, y rápidamente desnudó el eje central de su discurso: la corrupción, los males que produjo, la pésima administración que ejerció Carlos Menem generadora de un déficit de contornos aún difusos y la falta de palabra del justicialismo al no aprobar las leyes que necesita para gobernar la economía argentina durante el año 2000. Los peronistas empezaron a moverse en los asientos. Y a hablar por lo bajo. Y a putear mordiendo las muelas. "La transparencia, la honestidad, la austeridad, la lucha permanente contra cualquier forma de corrupción", enumeraba el Presidente, como marcando la falta. "...El gobierno debió entregar un país con las cuentas ordenadas... hay un enorme déficit presupuestario... el endeudamiento provincial fue creciendo... la obra social de los jubilados fue derrumbándose... la paradoja es que los responsables del déficit en vez de sanearlo cuestionan el llamado al esfuerzo compartido... se anunció una gran colaboración... pero en los hechos aún no llegó ..." Cada frase aceleraba el flujo de adrenalina peronista. El senador Antonio Berhongaray, futuro secretario de Agricultura, se había quedado sin asiento. Consiguió uno en la bancada del PJ, abajo del grupo que formaban los senadores Jorge Yoma, Augusto Alasino y Héctor Maya que no se percataron de la presencia del radical. Tal vez porque la furia no los dejaba ver. "Es un hijo de puta", rumiaban por lo bajo. "callate atorrante", "pero si los radicales también son unos ladrones", "que el presupuesto te lo vote Mongo". La batería contra el Presidente, cuchicheada con un toque de cínico humor, terminó por vencer a Berhongaray que, lívido, atinó a darse vuelta. Yoma se tomó la cabeza, comprendiendo el peso de sus palabras non sanctas y el gesto descompuesto del radical. "No te preocupés Pacheco, los gastos reservados para Agricultura te lo vamos a votar", le dijo, entre risas contenidas. A metros de allí, Humberto Roggero, presidente del bloque del PJ, le agarraba los brazos a Eduardo Camaño, que en el paroxismo estuvo en dos oportunidades a punto de pedir la palabra para refutar al Presidente. Antes de escuchar el discurso, Roggero había elaborado una estrategia de prensa consistente en saludar las palabras de De la Rúa, esperanzado en un speach "de unidad nacional". El peronista cordobés debió romper las gacetillas, una a una, frente a Saúl Ubaldini, que había caído en un pozo depresivo tras las palabras del flamante Presidente. El discurso terminó en aplausos. Los aliancistas estaban felices. De la Rúa e Inés Pertiné se trepaban al Cadillac escoltados por los granaderos y los servicios que corrían como si fuesen Clint Eastwood al lado del auto. De otro lado del Rubicón, los peronistas ya velaban las armas. "Por unos meses les va a salir gratis; el año que viene van a tener que empezar a pagar", dijo a Página/12 un importante senador peronista. Ayer comenzaron a escribir la factura.
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