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Por Felipe Yapur Carlos Ruckauf tomó posesión de la gobernación de Buenos Aires y, como es su costumbre, sonrió. Sólo se puso serio cuando inclinó su mano derecha sobre la Biblia para luego levantar la mirada hacia arriba como orando, y juró por Dios y los Santos Evangelios cumplir con la Constitución. Volvió a ponerse serio en la Plaza Moreno cuando recibió la banda y el bastón de manos de su antecesor, Eduardo Duhalde. Fue allí que, en cumplimiento de una promesa electoral, gritó: "Exijo, en nombre de la gente que me votó, que los legisladores les desaten las manos a los jueces, fiscales y policías para combatir a los delincuentes, asesinos y corruptos". Después se inclinó ante una imagen de la Virgen de Luján e inmediatamente giró para recibir la ovación de la gente con otra sonrisa. Será gobernador hasta el 10 de diciembre del 2003. Durante el desarrollo de los actos de asunción, Ruckauf demostró su gran capacidad histriónica. Mutó su rostro de un estado de ánimo a otro absolutamente opuesto casi sin solución de continuidad. Durante la jura, realizada en la Legislatura, se mostró serio para anunciar "la urgente necesidad de garantizar un mayor nivel de seguridad a los ciudadanos de mi querida provincia", y cuando dijo que destinará 140 millones de pesos para generar empleos. La sonrisa le brotó cuando Rafael Romá, en su calidad de vicegobernador saliente, le preguntó --tal cual prevé la Constitución provincial-- si acepta el cargo de gobernador. "Sí acepto", dijo con fuerza como si se tratase de un casamiento y con la mejor de sus sonrisas. Pero inmediatamente volvió a fruncir el ceño cuando desde los balcones bajaron vítores, aplausos y gritos a favor de su compañero de fórmula, Felipe Solá. El nuevo mandatario de la provincia de Buenos Aires reforzó con gestos místicos su acto. Primero pareció orar cuando juró en el Parlamento provincial. Luego, y ya en la Plaza Moreno donde se hizo la transmisión de mando, se dirigió hasta una mesa e inclinándose hizo como que entregó el bastón a la imagen de la Virgen. Sin duda, esos dos momentos fueron el deleite de los fotógrafos. Ruckauf pronunció dos discursos, ninguno de ellos improvisado y ambos muy parecidos. El primero, en la Legislatura, duró unos treinta minutos. Resaltó la gestión del "compañero y amigo" Duhalde. Pero puso el acento en el tema seguridad: "El Estado tiene el monopolio de la fuerza y lo vamos a hacer efectivo". Mientras la gente aplaudía, el próximo ministro de Seguridad, Aldo Rico, se recostaba en su silla como reconfortado por los dichos de su jefe. A su lado, estaban los otros miembros del gabinete: Raúl Othacehé (Gobierno), Jorge Sarghini (Economía), Aldo Rico (Seguridad), Jorge Casanovas (Justicia), Juan José Mussi (Salud), Julián Domínguez (Obras Públicas), José Bordón (Educación), Federico Scarabino (Producción) y Esteban Caselli (Secretaría General de la Gobernación). Poco después, y como demostrando que no deja nada librado al azar, Ruckauf expresó su compromiso de acompañar al flamante presidente Fernando de la Rúa y por ello dijo que su administración "acompañará las políticas de empleo del gobierno nacional". Esta frase no es gratuita, Ruckauf no cuenta con mayoría en ninguna de las cámaras legislativas de su provincia y por ello necesita mantener una buena relación con la oposición, y para eso nada mejor que emitir señales de buena convivencia. El segundo discurso, realizado en la plaza y frente a la catedral de La Plata, fue más enérgico. Reiteró su anuncio de generar más empleo, apoyar a la PyMes e incrementar las becas para los estudiantes secundarios. También fue enfervorizado el tramo dedicado a la lucha contra la delincuencia: "Ha llegado la hora de que los asesinos empiecen a tener miedo", gritó. En ese momento, Rico --ubicado en las gradas a la izquierda del escenario-- volvió a sonreír, aunque esta vez fuertemente abrazado a su esposa, Noemí Crocco. Fue en la plaza donde Ruckauf mostró sus mejores sonrisas. Se abrazó feliz con Duhalde e Hilda "Chiche" González y no eludió una carcajada cuando la esposa de Solá, María Teresa Hernández, saltaba y cantaba la marcha peronista con los dedos en "ve", mientras el escribano de la provincia leía solemnemente el acta de traspaso de mando. Luego del discurso del gobernador --que incluyó suelta de palomas, globos y el acompañamiento permanente del Tula, su bombo y sus bronces--, en las gradas levantadas a los costados del palco, Antonio Cafiero, Susana Decibe, Eduardo Amadeo, Jorge Telerman, Irma Roy, Alberto Iribarne, Jorge Remes Lenicov y Domingo Cavallo aplaudían. Claro, cada uno lo hacía con la intensidad y el fervor que le permite su posición política.
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