Como
Manuel Sacerdote lleva más de 26 años al frente de la sucursal local del Banco de
Boston, y dado que acumuló una larga experiencia en corridas y golpes de mercado, sus
palabras del lunes último fueron muy escuchadas. Como banquero y presidente del
ultraconservador Consejo Empresario Argentino, dijo que "el gobierno de la Alianza
evidentemente no está testeado", a diferencia del de Menem, y que, por tanto,
"en la primera crisis que tengamos, la tasa en pesos va a volar". La advertencia
despertó dormidos recuerdos entre quienes vivieron dramáticos episodios, previos y
posteriores al lanzamiento de la Convertibilidad, en los que aparecía frecuentemente
envuelto el Boston. De su conducción también formaba parte Carlos Adamo, ahora incluido
en el Consejo Asesor que asistirá al presidente De la Rúa.
En febrero de 1991, Domingo Cavallo preparaba
a todo vapor su futuro plan. Para desbrozar el terreno, ordenó que Hacienda pusiera al
día sus cuentas, saldando todos los libramientos impagos que tuviera, aunque fuese
necesario fabricar muchos australes para hacerlo, porque más tarde ya no se podría
emitir. Según cuentan la historia los mediterráneos, Saúl Bouer, todavía secretario de
Hacienda, les sopló la novedad a los consultores Miguel Angel Broda y Juan Carlos De
Pablo, socios por entonces. Ellos retransmitieron la confidencia a sus clientes, con el
pronóstico de que el dólar estallaría. Así se engendró la primera carga de
caballería contra el Mingo y su banda cambiaria, con techo en 10.000 australes.
Entre los que refrescaron la memoria figura
un hombre clave del Banco Central desde que Roque Fernández asumió la conducción en
enero de 1991. Pidiendo no ser individualizado, relató para este diario aquella
dramática pulseada. El jueves 28 de febrero el Manufacturers, el Boston y otros bancos
norteamericanos caldearon el mercado con fuertes compras de dólares, a punto tal que la
embajada de Estados Unidos se preocupó por averiguar qué estaba sucediendo. En ABRA, que
entonces era la cámara de los bancos extranjeros, Sacerdote aseguró que el Boston sólo
había comprado dólares por encargo de sus clientes y no para su propia cartera.
Ante el malón financiero, un impasible BCRA
vendió el viernes 1º de marzo 252 millones de dólares, extraídos de sus reservas. Los
bancos lanzados a la especulación lo tenían todo calculado: usando plata de la que
debían guardar como efectivo mínimo, apremiarían al equipo económico hasta obligarlo a
subir el techo de la banda. Cuando el dólar estallara, ellos venderían lo comprado, y
con la diferencia repondrían el encaje faltante, que se calculaba de acuerdo a promedios
mensuales, y embolsarían una importante ganancia.
Durante aquel fin de semana caliente, el
Central anunció un fuerte aumento de encajes bancarios para secar aún más de australes
la plaza y provocar una suba violenta en la tasa de interés, que les encareciese la
apuesta a los especuladores. Pero, además, bajó el piso del dólar, con lo que crecía
para los timberos el riesgo de fuertes pérdidas si caían derrotados. La estrategia
rindió sus frutos. A las 13.45 del lunes, los bancos empezaron a recular, ante tasas que
habían saltado al 47 por ciento mensual. Esa tarde, el BCRA compró casi 73 millones de
dólares a 9300 australes, y al día siguiente otros 13 millones. Los bancos perdieron en
la jugada unos 50 millones de dólares, y en más de uno hubo purga de operadores.
La fuente del Central apunta que, ya de
antes, el Boston tenía un gran descontrol de su mesa de dinero, sometida a periódicas
depuraciones. Como en el caso de otras entidades, cuando un cliente acordaba una
operación --por lo general telefónicamente-- con la mesa, se le preguntaba si la quería
en blanco (con todo en regla), en negro (sin quedar registrada, para así evadir
impuestos) o en azul (variante seminegra, en la que podía haber algún comprobante,
emitido sobre Montevideo u otro lugar). En por lo menos una ocasión, el Boston quedó
envuelto en un escándalo en el que costaba discernir la verdad.
Un veterano de aquellas épocas de frenesí
especulativo recuerda que esa vez la timba se había armado con G.R.A. (General
Refinancing Agreement), unos bonos dolarizados de deuda, que venían de la época
alfonsinista. Esos títulos no existían en papel, y eran por tanto ideales para comprarse
o venderse a futuro, especulando con su paridad. Lo normal era que el día en que venciera
la operación se contasen los porotos, y el comprador o el vendedor, según fuera uno u
otro el perdedor de la apuesta, se pusiera con la diferencia. En un momento dado, los
operadores del Boston, que se habían jugado fuertemente a una expectativa falsa, se
vieron ante la necesidad de entregar fuertes sumas a los clientes. Y prefirieron no
hacerlo.
El banco, a su vez, alegó que no eran
operaciones suyas, sino particulares de los miembros de su mesa de dinero, argumento que
podía creerse o no. De hecho, cada operador tenía un techo de crédito, que debía
respetar, aunque no siempre lo hacía. También era sabido que en parte hacían negocios
en nombre del banco que los empleaba, y en parte asumían riesgos personales. Pero
tratándose en gran medida de fondos negros o azules, y teniendo la entidad su off-shore,
no era fácil deslindar responsabilidades ante una catástrofe. Está de más decir que
nadie estaba ansioso por acudir a la Justicia para denunciar que lo habían estafado con
un capital por el que no había tributado. También esa vez la mesa del banco que
conducía Sacerdote voló por los aires.
Aunque la estabilidad y el tipo de cambio fijo con libertad
cambiaria fueron enfriando las hogueras, no las apagaron del todo. Ahora que a la
Argentina no le dan las cuentas, vuelve a estar expuesta a un ataque especulativo.
Sacerdote dijo el lunes que "a partir de ahora y por un tiempo la tasa en pesos va a
ser más alta", distanciándose de la tasa en dólares. La distancia entre ellas mide
las expectativas de devaluación. Decir que las tasas en pesos van a volar es una manera
alternativa de anunciar una posible devaluación, amenazando así al nuevo gobierno con la
desestabilización si no hace lo que los operadores esperan de él. Mientras levanta su
nueva torre en Catalinas, el jefe local del BankBoston repasa su viejo manual de banquero
que sabe mover el mercado. |