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EN LOS ULTIMOS DOS MESES SE DUPLICARON LOS ASALTOS A PASAJEROS DE TAXIS
La bajada de bandera que viene con robo incluido

En cada comisaría hay entre tres y cuatro denuncias por semana. Y eso es sólo una parte de los robos reales. Por el miedo, salen ganando las empresas de radiotaxis, cuyos llamados aumentaron el 30 por ciento. Quejas por la falta de controles a quienes alquilan taxis. Crónica de viajes tenebrosos.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes)  Pablo Kuguel no es de los que conversan con taxistas, pero el que lo levantó en una esquina del Bajo, pasadas las diez de la noche, tenía la cara de un tío honesto y escuchaba el partido de Ferro e Independiente. Pablo se vio asaltado primero por el tema del tiempo, después por el fútbol y cuando ya iban por la vigésima cuadra de camaradería fue asaltado, esta vez literalmente. Además de perder mil pesos de su caja de ahorro durante dos horas y media permaneció secuestrado en ese 504 traidor al que creyó seguro, a pesar de que sólo en su oficina en el Banco de Boston ya conocía a tres víctimas de la nueva y extendida modalidad de robo. A saber: primero el abordaje de dos matones, después la clave de la tarjeta bancaria, la espera en el cajero electrónico, cierto interrogatorio y un abandono piadoso en un rincón lejano de la ciudad con unos pesos de gracia para que al incauto no le resulte tan difícil volver a casa. Este tipo de asalto se ha duplicado en los últimos dos meses, según coinciden todos los sindicatos del sector y fuentes de la Policía Federal: en cada comisaría porteña hay entre tres y cuatro denuncias por semana. Y todos coinciden en que lo que se denuncia es apenas un mínimo porcentaje de los robos reales. Tal explosión expande una ola de paranoia. Las cifras de los gremios de taxistas indican que un 30 por ciento de porteños ya escapan al tradicional tacho callejero y se mueven hacia los radiotaxis o los remises que por ahora en el imaginario colectivo garantizan un hombre honesto al volante.Algo se ha invertido en la lógica de la seguridad tachera. Hasta hace tres años eran los taxistas los que sufrían reiterados robos de pasajeros truchos. Era difícil que un taxista aceptase un viaje a lugares remotos si al cliente lo desfavorecía la estampa. Con lógica lombrosiana los choferes solían seguir de largo ante aquel que consideraban un riesgo. “Llevo 25 años en esto –dice el secretario gremial de la Asociación de Peones de Taxis de la Capital, Jorge Luis García– y era al revés. Esto tiene poco más de un año y en los últimos meses los muchachos ven cómo la gente le esquiva los viajes.” El jueves a la tarde lo explicaba el tachero José Luis Rodríguez, a bordo de un 504. Para dar conversación le habló del frío de noviembre a una pasajera y haciéndose el gracioso se lamentó por lo helada de su calva. “No diga, tiene sus beneficios ser pelado. Siete coches dejé pasar antes de usted y lo paré porque le vi cara de señor grande”, confesó la mujer.Alquileres fáciles Claro que la edad y la traza de los choferes no son un criterio cierto para el control del delito en los taxis. A cargo de la Policía Federal y del Gobierno porteño, el control recibe las críticas unánimes de los sindicatos de taxistas y las asociaciones de propietarios. Todos señalan que la madre de los robos estáen la facilidad con que cualquier conductor puede acceder en empresas mandatarias al “alquiler” de un coche aunque no cumpla en lo más mínimo con los requisitos que impone el decreto reglamentario de la actividad –el 132/96– tal como una foja limpia de antecedentes policiales. Para ser tachero en Buenos Aires es necesaria una tarjeta de habilitación otorgada por una empresa concesionaria del Gobierno porteño, Sacta, encargada del control técnico y la administración de licencias de taxis. El decreto obliga a las mandatarias a mantener una relación de dependencia con sus choferes, pero semejante legalidad es ajena a las realidad del mercado. De los 36 mil peones que según el SPT trabajan en la ciudad, el noventa por ciento se ve obligado a alquilar el auto. De ellos, unos cuatro mil están en negro, o sea que manejan taxis sin la tarjeta que los habilita, amparados por el simple hecho de que pagan. Es allí donde las Asociación de Taxistas de la Capital, ATC, el Sindicato de Peones de Taxis, la Asociación de Propietarios de Taxis como una alta fuente de la concesionaria Sacta señalan dos flancos defectuososcuando evalúan las causas de los robos. Uno: el mercado laboral explota a los peones obligados a pagar diariamente por los taxis que alquilan –más de una vez el lector habrá soportado la picada de un tachero desesperado por llegar a los costos que impone el patrón o la mandataria–, lo que flexibiliza tanto las condiciones, que con sólo pagar se consigue un taxi. Dos: un deficiente control de la policía y los inspectores municipales sobre los autos en movimiento. “Es feo decirlo, pero enganchan muchachos que no tienen nada que ver y como no tienen algo en regla la policía les saca diez o veinte mangos. Si hubiera un buen control, la gente no podría trabajar en negro”, asegura García. Desde la fuerza no se ofrecen estadísticas oficiales, pero consultadas una por una las comisarías de las zonas más castigadas por los tachos trampa (el microcentro, Puerto Madero y Palermo), los jefes reconocen que se ha duplicado el robo en taxis aunque pocos casos son denunciados y niegan la laxitud policial. Los botones –de muestra– que ofrecen son las detenciones que por lo menos cuatro seccionales han logrado en las últimas dos semanas, con la actuación estelar de la 3ª que el martes desbarató una banda de tacheros truchos (ver aparte). Consejo y psicopateada¿Cuántos taxis dejar pasar antes de estar seguros de que ese viaje no es una trampa? No hay intuiciones efectivas. El gentil hombre que manejaba el 504 en el que fue robado Pablo Kuguel tenía más de 50. La policía da algunas recomendaciones. Primero chequear que al subir el auto no sea trabado desde adentro por el chofer. O sea, al cerrar la puerta volver a abrirla y luego asegurarla uno mismo. Después verificar que la tarjeta reglamentaria otorgada por la empresa Sacta –concesionaria del sistema de carnés y habilitaciones– esté colgada tras el asiento del conductor y que la foto coincida con la del señor al volante. También sirve verificar que el asiento del acompañante esté corrido hacia adelante. Una de las variantes es que, en lugar de un abordaje desde el exterior, el ladrón esté agazapado para aparecer como un maldito muñeco de resortes ante el pasajero. Pablo Kuguel supo que su desventura no sería rápida cuando escuchó: “Enfilá para la provincia”. El obediente chofer futbolero avanzó hacia la General Paz en un camino tortuoso durante el cual el malo de los dos ladrones lo psicopateó con un interrogatorio de experto. “¿Quién te espera en tu casa, Pablito?”, comenzó. Pablo imaginó su departamento desnudo. Entonces inventó un hermano que lo esperaba, aunque tiene hermanas. Se dijo divorciado y con hijos, aunque a los 32 no tiene apuro y quedó preso de un ladrón obsesionado con su historia de pareja. Entre tanta confianza, su captor le confesó que los había defraudado un poco porque ellos buscaban “un gringo”. Pablo es el rubio delgado de lentes que podría pasar por turista europeo, blanco predilecto de los falsos tacheros. Como en su cuenta había cinco mil pesos y la tarjeta en general sólo permite extraer mil cada 24 horas el objetivo era encontrar un cajero que entregara más. “¿Vos conocés la villa? Ahora vas a ver cómo es. Ahí no son como nosotros, que te tratamos bien”, le dijeron bordeando un asentamiento. Pablo continuaba sorteando las preguntas del obsesivo que insistía en si no pensaba volverse a casar. Finalmente, volvieron a la Capital. Al 7000 de San Martín le dieron 14 pesos para que regresara en taxi y tuvo que soportar el psicoanálisis del psicopatón que al despedirse le largó: “Pablito, me parece que vos no estás mano a mano con la vida.” Kuguel quedó en la calle aterrado y pensando que volverían. Le costó tomar un taxi. Fue a la comisaría de su barrio a presentar la denuncia. Le dijeron que debería haberlo hecho en el lugar donde lo liberaron. Harto de todo, se fue a su casa y se sumó a los casos conocidos en su oficina del BankBoston, donde ya casi no queda valiente que levante la mano en la calle para subir a un tacho con chofer amable y el partido de fondo.

 


 

CRONICA DE ROBOS DE TAXILADRONES A UN ESCRITOR Y UN HUMORISTA
Las desventuras de Sacco & Landrú

Por C.A.

t.gif (862 bytes) Los dos hombres que se subieron al taxi en el que viajaba el aventurado escritor Guillermo Saccomanno tenían lo que él mismo describe como un “look buena presencia se necesita”. Morochos argentinos de prolijidad policíaca en pelo y bigote, pantalón gris, saco azul, camisa sin corbata. Esa tarde había ido al cine en busca de alguna señal, de alguna historia para un cuento. Buenos Aires se la sirvió al plato y sin condimentar a bordo de ese equívoco 504 cuando iba ya de noche rumbo a la casa de su amigo José Pablo Feinmann. Saccomanno tenía cincuenta pesos en el bolsillo y ni una sola tarjeta, de las que carece por profesión y conducta. Cuando el auto dobló en Córdoba y Ayacucho, los muchachos tardaron la nada en estar conversando amablemente con el pasajero.–¡Qué cagada, muchachos! ¡Justo venir a afanarle a un escritor! -intervino, ganando con la chapa nuestro hombre.–Ah... –se contentó uno de los chorros–, entonces vas a escribir un cuento sobre los chicos del taxi.–Imposible –frenó sonriente Saccomanno–. Acá no hay héroes. –Muy bien, muy bien –lo felicitó el que jugaba de malo–, no vas a hacerte el héroe, entregá lo que tenés que enseguida te largamos. Saccomanno agachó la cabeza como en una turbulencia aérea –así suelen mandar ellos–, le pelaron los cincuenta mangos y cuando pasaron por Santa Fe y Quirno Costa lo largaron, no sin antes insistirle –narcisistas al fin– en lo del cuento. Le entregaron los lentes y unos pesos para el taxi a lo de José Pablo Feinmann, donde el pellejo sano del escritor en lugar de una denuncia estéril prefirió tres bourbon al hilo que lo dejaron con el temple como para contarla a los amigos. La simpatía que les despertó el romántico oficio de Saccomanno fue una especie de pánico en el asalto a Landrú, el veterano humorista y su esposa. Engolado para la ocasión, Juan Carlos Colombres, tal su verdadero nombre, tomó un taxi en Barrio Norte frente a su casa, y pidió:–Al Círculo Militar. Landrú notó que al llegar a la esquina el chofer dudó. –¿Pero, no sabe? Tiene que tomar Arroyo, Suipacha...–Sí, sí sé –lo paró el taxista y enseguida dos grandotes subieron adelante y atrás. Le pusieron las manos entre las rodillas (otro clásico), empezó la requisa y el chofer informó a sus compañeros: “Es milico”. –¿Dónde está el arma? ¿Es usted militar? –se desesperó uno y le dio un codazo en el ojo. –Negativo –respondió Landrú haciendo gala de sus chistes. “El tipo apretó y me quedó la mano resentida”, cuenta el humorista. Ya en 1994 Landrú resistió un asalto en su casa y tras un forcejeo de película terminó con una bala en la diestra que lo obligó a atarse un marcador al yeso y dibujar “en grande”, como un niño, durante largo tiempo. En este caso, los ladrones lo llevaron hasta los Bosques de Palermo, donde se imaginaba ultimado. Le dijeron que caminara sin mirar atrás. Guapo como los de antes, Landrú les pidió que le dejaran para el taxi, ellos accedieron y a pesar del ojo en compota él no se privó de la cena en el Círculo. Quizás los ladrones tuvieron el tino de recordar el caso de dos de sus colegas que, al asaltar a un teniente coronel del Ejército, murieron acribillados por las balas del militar mucho antes de obtener cualquier clave.

 


 

METODOLOGIAS DISTINTAS, PERO IGUAL FACILIDAD PARA EL ROBO
“Parecía una zona liberada”

Por C.A.


t.gif (862 bytes) “Un chorro con un chumbo apuntándome a la frente” no es un trabalenguas del lunfardo sino la descripción objetiva de lo que hace dos semanas tuvo ante sí apenas tomó un taxi en Las Cañitas el fotógrafo Oscar Elías. “Estaban sacados y tenían pinta de policías. Uno le dijo al otro: “Requíselo”. No encontraron dinero ni tarjeta, pero se llevaron su equipo de trabajo de más de tres mil pesos. Elías hizo la denuncia. Se encontró en la comisaría 21 con un previsible exceso de demora y perdió toda esperanza de recuperar lo suyo cuando, al irse, preguntó cómo sabría si la investigación daba con sus cámaras. “Lo llamamos por teléfono”, le contestaron. Aunque nunca le habían tomado el dato.Esa comezón que quedó en la piel del fotógrafo tras su denuncia se repite en la mitad de los diez testimonios de asaltados que este diario escuchó durante la semana. Le pasó al publicista Martín Mazzei el 29 de octubre, al subir en Córdoba y Florida. El tachero que eligió -descartando a otros porque ya tenía demasiadas víctimas conocidas– le pidió que tomara el auto de adelante. Mazzei pensó que era una cortesía entre taxistas.–¿Cansado, señor? –lo reblandeció un mulato de motas delgado como un capoeirista.Mazzei indicó el rumbo hacia la cena en la que lo esperaban. Cuando llegaron a Córdoba y Callao, vio desde el comienzo el abordaje de dos matones que salieron de un taxi cómplice. El de la derecha le trabó la puerta y el de la izquierda alcanzó a tirarle una patada. Eran las ocho y cuarto de la tarde. Varios transeúntes presenciaron inmóviles el incidente. “La bestia que entró por la izquierda me puso las manos entre las piernas agarrándome las muñecas de un modo muy particular. Era como un procedimiento policial”. –¿Cree que eran policías? –le preguntó Página/12.–Hago castings permanentemente. Si me piden un médico, elijo a un señor con el pelo canoso. Si me piden canas, elegía a cualquiera de estos dos. Le sacaron el dinero del bolsillo, unos 170 pesos, y aunque no le habían encontrado la billetera sobre la que estaba sentado, él mismo se las entregó para prevenir un ataque de furia fatal, enterado de que quienes se resistieron han sufrido golpizas profesionales. Precavido y todo, Mazzei recibió una trompada en el pecho. Con la Banelco extrajeron 1500 pesos y lo largaron. Después, descubriría que consiguieron sacar 1500 más. Mazzei hizo la denuncia policial. Al oficial que se la tomó le dijo que eran hombres “indoamericanos”, una palabra que el oficial no entendió. Entonces Mazzei fue específico y le dijo que parecían “de la repartición”. “A los dos días escuché a otra persona en el gimnasio contar un robo igual al mío. Lo habían levantado y lo habían dejado en el mismo lugar que a mí. Eso resulta demasiado parecido a una zona liberada”.

 

Golpe a los taxiladrones

El golpe de la semana en el combate a los taxis truchos lo dio sin duda la gente de la comisaría 3ª. Después de una investigación que llevó los últimos seis meses, según contó el comisario Néstor Fernández a este diario, la policía desbarató una banda que estaría integrada por entre 9 y 12 personas, de los que dos están detenidos, y secuestró dos taxis alquilados a una mandataria por los choferes truchos más dos autos que funcionaban como apoyo. Hasta el viernes, las víctimas de diez robos habían reconocido a los presos como quienes los atracaron en plena city. “En esta banda en ningún caso parecía que los ladrones hubiesen estado en la fuerza –aclaró el comisario Fernández– y de lo que sí se encargaban una vez que abordaban al vehículo era de revisar al pasajero hasta los tobillos por si tenía un arma. Incluso, al último le habían dicho “¿Vos sos policía, dónde tenés el arma?”. El mismo proceder describieron los entrevistados por Página/12. “Lo único que no me revisaron fue la suela de los zapatos”, contó el licenciado en sistemas Pablo Kuguel.La banda desgraciada funcionaba con cuatro taxis alquilados y dos autos civiles. Los choferes parecían buenos señores y los que entraban a los autos lucían pelo corto y saco y corbata. Fernández explica que por el modo de funcionamiento resulta difícil descubrirlos en los controles –que según los taxistas son deficientes–. “Estos tenían todos los papeles en regla, era imposible detectarlos si no se los pescaba in fraganti”. La infraestructura de los taxichorros estaba distribuida como para que ni que el más perspicaz de los paranoicos pudiera esquivarlos. Esto es: los taxis uno tras el otro, en una disimulada caravana, de manera que podían pasarse el cliente, como le pasó al publicista Martín Mazzei. Los civiles acompañaban, cual terceros absolutos, el andar del taxi trucho. Y en el semáforo en el que se producía el abordaje de los matones “les formaban paredes” como para que no hubiera errores, culpa de algún porteño solidario o de un policía bien ubicado. La caída de este grupo no significa el fin de los muchachos. “Esta es una banda, pero no es la única, quedan varias”, reconoció el comisario Fernández.

 

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