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Por Juan José Panno River fue y cumplió con el trámite. Cuando llegó a la parada justo apareció el colectivo, que encima venía vacío. Se sentó del lado de la ventanilla, disfrutó del paisaje y llegó más rápido de lo esperado a la dependencia en la que tenían que darle el certificado. Había varias ventanillas habilitadas y en cada una de ellas un empleado esperaba con una sonrisa en los labios y el sello en la mano. --Buenas, ¿qué necesita? --Liquidar a Ferro. --Cómo no. Le sello ahora mismo. Tac, tac, tac, tac... --¿Esto además me asegura el campeonato? --Bueno, no, pero sí se puede llevar la constancia de que se aseguró el primer puesto. Con un puntito más, el campeonato será suyo. Vaya tranquilo y pase la semana próxima por el Nuevo Gasómetro. --Muchas gracias. Otra versión asegura que River acomodó el dedo índice doblado sobre el pulgar derecho y que después soltó el índice hacia adelante, mientras soplaba y que así de fácil, liquidó a Ferro. En cualquiera de las dos versiones, el asunto no duró más de media hora. A los 27 minutos, Aimar se fue por la derecha arriando camisetas verdes con su gambeta y tiró el centro atrás para Pereyra que le dio como venía. En el camino, Saviola puso la ídem y Ferro se cayó de culo. Uno a cero. A los 32 minutos, Placente, que está jugando fenómeno, apareció por la izquierda y obligó a Lenguita a cometerle penal que Martín no dudó en cobrar. Tiró Saviola a la izquierda de Cancelarich, que se movió para el otro lado, y gol. El gol 14 del pibito en el campeonato, el que le permitió alcanzar a Palermo en la tabla, el segundo de River. Las remotas ilusiones pintadas de azul y amarilla, colores que, como se sabe, mezclados dan verde, verde Ferro, verde esperanza, se ennegrecieron muy rápidamente. Ya antes de esos dos goles Cancelarich le había tapado un remate a Trotta, Angel había metido un remate cruzado que no entró de milagro y Gancedo también había estado cerca con un disparo de media distancia, mientras Ferro oponía sólo buena voluntad a la inmensa superioridad técnica de su rival. Los goles simplemente llegaron como consecuencia de las distancias que separan a los dos equipos. Motivados estaban los dos. River, naturalmente; Ferro con la nafta super que seguramente le proveyeron quienes necesitaban de su victoria. Pero ya se sabe que no hay combustible que alcance si uno tiene que correr con un Fiat 600 contra un BMW. Ferro mantuvo el orden defensivo en los primeros minutos y hasta hizo circular la pelota con precisión por el medio cuando Chaparro se hacía eje. Pero frente a una defensa que lo esperaba bien plantada sus volantes se veían obligados a recurrir el pelotazo a dividir que le daba mínimas chances a Alfaro Moreno o Rodríguez y que le permitía a River salir con claridad desde el fondo una y otra vez. La muralla con la que los visitantes esperaban la llegada de Aimar, Saviola, Angel, Gancedo y compañía, resultó ser de cartulina y del orden inicial no fue quedando nada. River fue elaborando la goleada sin apuro, con espacios, con variantes, aprovechando las ventajas que se les otorgaba. Antes de terminar el primer tiempo Cancelarich se lució con un tiro de Aimar y con otro de Astrada y el palo le tapó la boca a Yepes, que subió para cabecear con hambre de gol. Los otros dos goles de River (ambos de Angel, de cabeza, a los 6 y a los 30) sólo pusieron las cosas en su lugar. El descuento de Ferro, de Asencio sobre la hora, fue mitad anécdota y mitad premio a la buena voluntad de Ferro. El rival era menor, es cierto, pero eso no le quita méritos a River que jugó bien, hizo pesar sus individualidades (muy bien Yepes, Bonano, Placente, Angel, Saviola, Gancedo, siguen las firmas) y mostró decisión para cumplir con el trámite. En el Monumental a tope no hubo vuelta olímpica, pero sí fiesta de toque. Y la gente se fue feliz, con el primer puesto en el bolsillo.
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