De acuerdo con los usos de comienzos de los '60, Ricardo Rojo viajó a Madrid para recibir expresas instrucciones de líder en el exilio. Conversaron largamente en Puerta de Hierro, y creyó haber entendido perfectamente lo que Perón esperaba de él. Por delante, quedaba volver al país y poner en acto las estrategias desplegadas por el presidente depuesto, que marchaban ante sus ojos enfebrecidos como geométricas milicias populares. Pero Perón hablaba con demasiada gente, y él necesitaba poder testimoniar ante sus compañeros que habían compartido visiones y promesas. General, le pidió, ¿por qué no me regala autografiada una de esas fotos suyas? El General se revolvió en el sillón y le dijo que en ese momento no tenía ninguna, pero que Lopecito se la iba a alcanzar al hotel. Ricardo Rojo recordó las anécdotas que se contaban en Buenos Aires, las del armario rebosante de fotografías que Perón asignaba con ademán de pródigo. Se fue contrariado, pero la cuestión fue que al día siguiente lo esperaba un sobre a su nombre en la conserjería. Lo abrió, y allí estaba la foto con la dedicatoria: "A Ricardo Bravo, con respeto y afecto. Perón". El General está viejo, pensó Ricardo rojo, y decidió llamarlo por teléfono. "Recibí su foto, que le agradezco, pero debo decirle que hay un error en la dedicatoria: me apellidó Bravo, y no Rojo..." Perón lo interrumpió, con su voz de piedra de afilar: "No se haga problemas, mi amigo. En España, como en nuestro querido país, todos los rojos son bravos, y todos los bravos son rojos". Ricardo Rojo sintió que las milicias geométricas de las estrategias espiraladas rompían filas, y se despidió cortésmente. Si hubiera podido ver los ojos de Perón mientras hablaban, habría notado ese áspero sarcasmo rutinario de los que han montado al poder y tratan de que no los lleve a un lugar demasiado lejano del que ellos anhelan. Cuando a Lawrence Durrell, el autor de esa magnífica obra que es El cuarteto de Alejandría, le preguntaban opinión acerca de un libro que no le había gustado, solía contestar: "Muy eficaz, caballero, muy eficaz". "Llamo 'eficaz' en el arte --explicaba luego a sus íntimos-- a todo aquello que exalta las emociones sin agregar nada al sentido de los valores." Según se dice, en cierta oportunidad se acercó a Borges una mexicana vocinglera que le rindió homenaje vociferándole a centímetros: "¡José Luis Borges, José Luis Borges en persona!" Cuando se hubo ido, los amigos le preguntaron por qué no la había corregido: "Es que yo no podría nunca desairar a una dama", respondió. En otra ocasión fue un boxeador el que le dijo José Luis Borges; esta vez, cuando el deportista le dio la espalda que terminaba en un cuello ancho como el de un toro, el escritor musitó: "Tiene razón, Jorge Luis Borges, Jorge Luis Borges, demasiadas 'g' para un solo nombre. José Luis es tanto mejor" No hace mucho, Jorge Rodríguez, el actual fiancé de Susana Giménez, se acercó vacilante a Carlos Menem, con el libro de éste entre las manos. "Presidente, clamó, ¿tendría la amabilidad de dedicarme Universos de mi tiempo, su última obra?" Se dice que Menem escribió: "A Jorge Rodríguez, con admiración". Ante los ojos de Rodríguez, ramos de rosas amarillas y lazos de Elsa Serrano marchaban como geométricas góndolas de free shop. Cada vez que puede, muestra la dedicatoria a un circunstancial interlocutor, y busca en los ojos de éste el sentido de la palabra "admiración". Si hubiera reparado en los ojos de Menem, habría notado la aviesa ocurrencia refleja de aquellos a quienes el poder ha llevado hasta un lugar del que ya no les resultará posible regresar. |