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Cuando Menem descubrió que su poder es como arena entre las manos

Menem está dolido con miembros de su entorno. Acusó deslealtad y falta de capacidad para organizar su despedida. Por temor, postergó el acto donde pensaba reasumir como jefe del PJ. Para colmo, ayer dio muestras de agotamiento físico. Nuevo espaldarazo a María Julia Alsogaray.

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Por Diego Schurman
t.gif (862 bytes)  --¡¡¡Como Nicolino!!! ¡¡¡Como Nicolino!!!

Al funcionario menemista se le salían los ojos de órbita. No encontraba mejor manera de explicar el estado de ánimo de Carlos Menem a minutos de dejar el poder.

Nicolino Locche se hizo mito en diciembre del '68. No sólo al vencer por abandono al japonés Paul Fuji. También por una anécdota que recorrió el mundo: para demostrar que nada lo alteraba, el boxeador argentino aseguró haber dormido una siestita pocas horas antes del combate.

Menem, efectivamente, se mostró en público como Locche. Relajado, inalterable, sosegado. Posó para cientos de fotos. Contó miles de anécdotas. Regaló millones de saludos. Pero el parangón de sus colaboradores fue equivocado. Detrás de bambalinas, Menem tenía el semblante de Fuji. Estaba golpeado, dolido, crispado.

La idea del poder perenne se desvaneció recién en las últimas semanas. Ni el fin del proyecto reeleccionista logró convencer al ultramenemismo de que tenía los días contados.

Alberto Kohan buscó organizarle una despedida el último jueves en el Gran Rex. El evento quedó bajo la coordinación de su subsecretario de Acción Política, Antonio Riccillo. Fue un fracaso. Había más butacas vacías que ocupadas. Menem inventó una excusa para pegar el faltazo. Masculló bronca y le mandó saludos a Riccillo.

--No lo puedo creer. ¿Quién organizó eso? --preguntó en voz alta, sabiendo la respuesta, ante el silencio profundo de su secretario privado, Ramón Hernández.

Fue el prólogo para la queja airada. En privado reiteró su desazón por la perfidia de muchos justicialistas. Pero no hizo nombres. En público volvió a ser Locche. Cintura para las críticas, sonrisas para los íntimos. Por su despacho de la Casa de Gobierno, ya despojado de ornamentos, se embelesó el viernes conversando con Zulemita y Mónica, la hija de Armando Gostanian.

Soñaba con una partida a lo grande. Se imaginaba una multitud, como la que despidió los restos de Juan Domingo Perón. Luis Barrionuevo, Alberto Pierri y el propio Kohan le prometieron una caravana desde la Rosada hasta el Aeroparque. El sindicalista sólo le consiguió un puñado de barrabravas de Chacarita. Pierri, a través de su vocero Jacinto Gaibur, no llegó a completar dos micros.

--Los que comieron de la mano de Menem se borraron, viejo. Nos dejaron en banda. La gente no subía a los micros --se lamentó Gaibur, sorprendido por la falta de apoyo económico.

La caravana se suspendió. El lear jet que aguardaba a Menem en Aeroparque apagó los motores. Y el ya ex presidente improvisó un almuerzo en el Museo Renault con lo más granado del ultramenemismo.

--A vos te banco a muerte --sedujo a María Julia Alsogaray, la comensal más apremiada por la Justicia.

Buscó un cómplice que aprobara su galantería. No fue Kohan, uno de los que lo engolosinó con las despedidas. El ex secretario general de la Presidencia prefirió agasajar a su equipo de trabajo en Cló Cló, un exclusivo restaurant de la Costanera.

Encontró en Gostanian una sonrisa silenciosa.

Juntos comentaron el fracaso del Gran Rex. Alberto Lestelle, uno de los que concurrió al frustrado acto, sumó su queja. Y Eduardo Menem le dio manija.

--Alberto, te vi recaliente. Qué manga de tontos --atizó contra la gente de Kohan.

--¿Cómo no tuvieron más cuidado? --volvió sobre el tema su hermano Carlos.

El movimiento de los periodistas, detrás de la vidriera de la confitería, desvió la discusión.

--Hacélos pasar --le ordenó Menem a Hernández.

--Dejá, que se vayan, así estamos tranquilos --intercedió Eduardo.

--Pero es un día especial. Hace diez años y seis meses que no te movés como civil. Andá vos y hacélos pasar, nena --sugirió Lestelle a Zulemita.

Menem se dio cuenta de que su poder era como arena entre las manos. Ya no peleaba contra la Alianza. Ni siquiera contra el duhaldismo. Las discusiones comenzaron a evidenciarse en el delimitado terreno de su círculo áulico.

Su mirada se volvió torva cuando se enteró del trompazo de Hernández al

jefe de ceremonial, Alejandro Daneri. Hace tiempo que su secretario privado lo tiene en la mira. Pero Daneri es un protegido de Zulemita. La acompañaba en todas las giras. Y Zulemita lo puede a Menem.

--Tomó una actitud muy delarruista --fue la queja del más rancio menemismo hacia Daneri. Lo acusaban, en otras palabras, de acomodarse al poder.

Nunca se los escuchó decir lo mismo de Víctor Alderete y María Julia, convertidos en los últimos días en la sombra de Menem.

Por temor a otro fracaso, o a otra muestra de debilidad pública, el ex mandatario mandó a enfriar la convocatoria al Consejo Nacional Justicialista. Se trata del cuerpo partidario, integrado por todos los gobernadores, que tenía programado sesionar el jueves.

Con ese acto, Menem aspiraba realizar una demostración de fuerza interna, reasumiendo la conducción del justicialismo. Era, al fin, una manera de posicionarse ante Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann. Ganarles de mano como interlocutor del PJ ante el flamante presidente Fernando de la Rúa.

Eduardo Bauzá se enterará hoy de la postergación. El senador, encargado de enviar las participaciones, sabe que el ex presidente teme que en el encuentro partidario se cuenten las costillas y se hagan notar los faltazos, sobre los que trabaja denodadamente Duhalde.

Menem decidió la postergación en La Rioja, donde todo el fin de semana despuntó el vicio haciendo los 18 hoyos del nuevo campo de golf de la capital provincial. Tanto fue el entusiasmo que no midió las inclemencias del tiempo. Y ayer, apenas terminó de degustar un puchero de gallina en la hostería Los Amigos, junto a Lestelle, Alderete y Francisco Mayorga, sufrió una descompostura estomacal producto del agotamiento físico. El primero en los últimos diez años y seis meses.

Ni siquiera el triunfo de River, que vio en directo en su casa de Anillaco con Raúl Delgado, le sirvió para recuperar el semblante. Intentó mostrarse como Locche. Seguía parecido a Fuji.

 

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