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Por Roque Casciero Es difícil sacarle viruta al piso cuando éste es el duro asfalto de la calle Corrientes, pero cientos de bailarines tangueros lo lograron el sábado por la noche. Más de 25 mil personas ocuparon todo el ancho de la tradicional avenida porteña (entre Callao y Paraná), donde se celebró una gran milonga con orquestas en vivo, representaciones, exhibiciones de danza y, sobre todo, el baile espontáneo de los asistentes. La "Milonga de la calle Corrientes" se convirtió así en el evento más concurrido del Festival Buenos Aires Tango, que organiza el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y que terminará hoy a las 20.30, cuando la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y el Coro Polifónico Nacional protagonicen el último acto en el Teatro Colón. Un par de horas antes de que la fiesta popular se inaugurara oficialmente, ya había muchos tangueros mostrando ochos y sentadas, para beneplácito de los paseantes nocturnos y de algunos turistas japoneses que, cámara en mano, registraban a los milongueros para la posteridad. Entre los bailarines no había guapos del 900 ni percantas que los amuraran en lo mejor de su vida, sino algunas parejas de cincuentones con los timbos bien lustrados, junto a otras en que los caballeros lucían aritos y el cabello más largo que las damas. Incluso se veían algunas remeras de Los Redonditos de Ricota y de La Renga. Se había instalado un escenario en cada una de las tres cuadras en las que se realizó el evento, y fue en el más cercano a Callao donde comenzaron las actuaciones. El Grupo de Teatro Catalinas Sur mostró parte de su espectáculo "El Fulgor ArgentinoClub Social y Deportivo", que recorre cien años de la historia nacional vistos a través de las "veladas bailables de un club de barrio". Lo que se presentó en la calle Corrientes fue el acto dedicado a los años 30: la Orquesta de Bomberos Voluntarios de la Boca tocando tangos con sus instrumentos de viento, las fuerzas vivas del barrio (el cura, el político, el jefe de bomberos, un maestro de música afeminado) y la murga de travestidos criticones "Los amantes del ananá" (Oso Carolina incluido), que hacía enrojecer a la comisión de damas. Todo esto con parte del elenco actuando su papel mezclado entre el público y algunos impecables autos de época estacionados ahí nomás. Si uno se dejaba llevar, podía trasladarse con la mente setenta años hacia el pasado. Pero es probable que, en el medio del viaje, lo trajera de regreso al presente un disco compacto que se empecinaba en saltar. Ay, la tecnología... En el mismo escenario tocó Color Tango, la primera orquesta. Este septeto continúa con la tradición de la escuela de De Caro, ya que tres de sus miembros pertenecieron a la orquesta de Osvaldo Pugliese. Con esos pergaminos y un dos por cuatro bien rítmico, Color Tango se ganó muchos aplausos de los milongueros. Tal vez su actuación haya sido la que provocó más baile espontáneo, aunque por problemas organizativos se superpuso con la de Alfredo Piro y Los Cosos de al Lao. En el tablado ubicado frente al Teatro Alvear, el cantor (hijo de Susana Rinaldi y el bandoneonista Osvaldo Piro) hizo escuchar su voz grave, con un estilo en la línea de Julio Sosa. Los Cosos de al Lao aportaron piezas del repertorio piazzolliano ("Adiós, Nonino", "Balada para un loco") y tangos tradicionales como "Cambalache", que no llamaron tanto la atención de los bailarines, aunque sí de muchos que prefirieron ver al grupo en acción. Caminar hacia la cuadra siguiente, con el Obelisco como norte, era un placer: una suave brisa acompañaba a quienes iban a ver la actuación de Los Reyes del Tango, aunque había quienes preferían sentarse a tomar una cerveza, ya que varias confiterías de la avenida Corrientes habían sacado todas sus mesas a la calle. En el frente del Teatro General San Martín estaba el tercer escenario, donde Los Reyes (formados por músicos fogueados junto a Juan D'Arienzo, Miguel Caló, José Basso, Alfredo De Angelis y Héctor Varela) mostraron su estilo bien milonguero (se basan en los arreglos de la orquesta de D'Arienzo de 1940) en piezas clásicas como "El huracán", "La puñalada" y "El choclo". En Callao ya estaba El Arranque, una agrupación apadrinada por Leopoldo Federico que aporta sangre nueva y energía juvenil a un tango que rescata fielmente el sonido de las orquestas típicas, basado en arreglos de Aníbal Troilo, Alfredo Gobbi y Carlos Salgán. El plato fuerte de la noche fue Alberto Castillo, quien recuerda a la perfección haber cortado más de una vez la calle Corrientes con sus explosivas actuaciones. Su voz ya no es la misma y por momentos parece que le costara mantenerse en pie, pero conserva un carisma único. "El cantor de los cien barrios porteños" cambió el orden de los temas (los músicos de la orquesta de Jorge Dragone le siguieron el ritmo con una sonrisa), charló con el público y hasta bromeó: "Hace poco volví de los Estados Unidos y descubrí que hay un programa de televisión que tiene el nombre de un tango, 'Muñeca brava'. Yo pensé que sería un bareca, pero ¡es una novela!." Le dedicó ese tango a su amigo Enrique Cadícamo, recientemente fallecido, y recibió el cariño del público con "La cumparsita", "Siga el baile", "Así se baila el tango" y "Cien barrios porteños". El final de la milonga fue con una exhibición de baile a cargo de Miguel Angel Zotto y Mora Godoy, que transpiraron la sensualidad de la danza en un menage à trois tanguero (junto a Omar, un bailarín de la compañía de Zotto) con música de Piazzolla. Si uno sabía ubicarse en el lugar justo (al costado del escenario), los movimientos de la pareja con el Obelisco de fondo conformaban una perfecta postal tanguera. Y hacían pensar que, a pocos días del 2000 y como en sus noches más gloriosas, el dos por cuatro sigue siendo capaz de cortar la ancha calle Corrientes.
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