A
Fernando de la Rúa no le gusta que lo tomen por un mero emprolijador de modelos, una
suerte de peluquero-en-jefe nacional: como todo nuevo presidente que se precie quisiera
creer que la historia argentina definitiva, la que encandilará a las generaciones
futuras, comenzó en el momento justo en que juró ser bueno y que por lo tanto le
convendría armar un "modelo" propio. También sabe que en el léxico político
local "prolijidad" tiene connotaciones negativas: suelen usar la palabra quienes
dan a entender que en su opinión todo dirigente auténtico será capaz de construir
"un país distinto", cuando no un orden filosófico planetario original. Sin
embargo, la "prolijidad", es decir, el respeto absoluto por las normas, de por
sí entraña un programa de gobierno revolucionario.
Sobran motivos para sospechar que, en los
diez años últimos, ladrones y evasores se las han ingeniado para enriquecerse por varios
miles de millones de dólares, monto que un presidente emprolijador se encargaría de
recuperar. ¿Lo intentará De la Rúa, o se conformará con ver sometidos a "los
jueces de la Nación" a personajes "emblemáticos" como el increíble
Víctor Alderete, aquel héroe de nuestro tiempo que está haciendo gala de una vocación
de servicio admirable al desempeñar el papel de símbolo de la corrupción para que otros
puedan disfrutar tranquilamente de su parte del botín? Si el Presidente opta por tomar al
pie de la letra su propia retórica, estamos en vísperas de algunas batallas
político-policiales dramáticas. Pero si por razones institucionales, por decirlo así,
prefiere "mirar hacia adelante", las perspectivas ante el país serán
lúgubres.
Hombres como De la Rúa, decentes y bien
intencionados, pactaron con la violencia política y con la inflación por suponer que los
costos de combatirlas resultarían exorbitantes: no tardarían en darse cuenta de las
dimensiones de su error. Ahora, por los mismos motivos, son reacios a luchar en serio
contra la corrupción, pero a menos que lo hagan, y muy pronto, el precio para el país
será inenarrablemente alto. Varios carteles criminales ya han aprovechado la corrupción
sistemática para lavar aquí dinero "invirtiéndolo" en negocios presuntamente
legítimos. De difundirse la noticia de que De la Rúa está dispuesto a dejar las cosas
más o menos como están por miedo a enojar a intereses políticos o económicos
poderosos, lo imitarán muchos más, lo cual aseguraría que --aunque su propia figura
quedara impoluta-- la Argentina de 2003 fuera muy "distinta" de la de 1999
porque sería decididamente peor. |