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OPINION

Prolijidad o nada

Por James Neilson

A Fernando de la Rúa no le gusta que lo tomen por un mero emprolijador de modelos, una suerte de peluquero-en-jefe nacional: como todo nuevo presidente que se precie quisiera creer que la historia argentina definitiva, la que encandilará a las generaciones futuras, comenzó en el momento justo en que juró ser bueno y que por lo tanto le convendría armar un "modelo" propio. También sabe que en el léxico político local "prolijidad" tiene connotaciones negativas: suelen usar la palabra quienes dan a entender que en su opinión todo dirigente auténtico será capaz de construir "un país distinto", cuando no un orden filosófico planetario original. Sin embargo, la "prolijidad", es decir, el respeto absoluto por las normas, de por sí entraña un programa de gobierno revolucionario.

Sobran motivos para sospechar que, en los diez años últimos, ladrones y evasores se las han ingeniado para enriquecerse por varios miles de millones de dólares, monto que un presidente emprolijador se encargaría de recuperar. ¿Lo intentará De la Rúa, o se conformará con ver sometidos a "los jueces de la Nación" a personajes "emblemáticos" como el increíble Víctor Alderete, aquel héroe de nuestro tiempo que está haciendo gala de una vocación de servicio admirable al desempeñar el papel de símbolo de la corrupción para que otros puedan disfrutar tranquilamente de su parte del botín? Si el Presidente opta por tomar al pie de la letra su propia retórica, estamos en vísperas de algunas batallas político-policiales dramáticas. Pero si por razones institucionales, por decirlo así, prefiere "mirar hacia adelante", las perspectivas ante el país serán lúgubres.

Hombres como De la Rúa, decentes y bien intencionados, pactaron con la violencia política y con la inflación por suponer que los costos de combatirlas resultarían exorbitantes: no tardarían en darse cuenta de las dimensiones de su error. Ahora, por los mismos motivos, son reacios a luchar en serio contra la corrupción, pero a menos que lo hagan, y muy pronto, el precio para el país será inenarrablemente alto. Varios carteles criminales ya han aprovechado la corrupción sistemática para lavar aquí dinero "invirtiéndolo" en negocios presuntamente legítimos. De difundirse la noticia de que De la Rúa está dispuesto a dejar las cosas más o menos como están por miedo a enojar a intereses políticos o económicos poderosos, lo imitarán muchos más, lo cual aseguraría que --aunque su propia figura quedara impoluta-- la Argentina de 2003 fuera muy "distinta" de la de 1999 porque sería decididamente peor.

 

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