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Por Cristian Alarcón Después de cinco horas de una toma de seis rehenes que amenazaba con convertirse en una tragedia con perfil ramallense, sólo faltaba que intervinieran Carozo y Narizota en los intentos de resolución de la crisis que se vivió en una de las oficinas del Conicet en Congreso. Pero el desborde llegó sólo hasta Riverito. Toqui, un joven ladrón fuera de sí, mantuvo secuestrados desde las 15.40 a tres empleadas, un administrativo, un mozo de un bar cercano y un guardia desarmado, y en una última petición de seguridad quiso que entraran a su guarida dos camarógrafos de Crónica TV. A las 20.21 los hombres estaban a punto de poner el cuerpo en pos de las negociaciones y el rating cuando del otro lado de la puerta sonaron tres tiros: Toqui, que mantenía a una de las mujeres como escudo apuntándole con un cuchillo y había dejado la pistola sobre un escritorio a sus espaldas, había sido alcanzado en las piernas por las balas disparadas con su propia arma por uno de los rehenes. Toqui quedó herido, la policía tiró la puerta abajo y la tragedia se esfumó finalmente tras una sucesión de equívocos. En el cuarto piso de Bartolomé Mitre al 1970 funcionan las oficinas de Compras, Rendiciones de Cuentas, Importaciones y Presupuesto del Conicet y en ellas trabajan unas 15 personas. Ayer pasadas las 15.30 sólo había cuatro empleados en el lugar: Alberto Falco, Nora Siebenhar, Analía Mansilla y una chica de nombre Lorena. Otras dos, Emilse y Natalia, alcanzaron a escapar cruzándose a Toqui (el sobrenombre de Claudio Díaz) y avisaron a la policía. Quedaron adentro también un guardia y el mozo Oscar Lencina, de 16 años. Pronto se supo que "los ladrones" habían empezado por pedir pizza y cerveza. No tardaron mucho en exigir, no al clásico abogado del hampa, sino dos cámaras de televisión. Fue el propio jefe de prensa de la Federal, el comisario Abdel Jalil, quien pasadas las 17 abrió el juego mediático de la crisis con una conferencia de prensa. "Quiero que esto lo tomen todos a la vez, les tengo que transmitir algo a los ladrones", alertó. Era para decir en una especie de cadena nacional que la policía había permitido el acceso de dos cámaras, una de Crónica, otra de TN, como parte de la petición. Y para "garantizar la vida a los rehenes y los delincuentes". La situación había quedado a cargo de Seguridad Metropolitana y la Dirección de Comisarías. En la esquina de Ayacucho la prensa televisiva que había sido discriminada como negociadora recibía los aprietes desde los estudios centrales y a su vez comenzaba una protesta airada ante Jalil. La batalla por el control del "vivo" y la cercanía a Toqui y los rehenes se sucedería hasta el final. En definitiva sería lo que marcaría la negociación durante toda la tarde, y la que la precipitó al final salvador. Cerca de las seis de la tarde ya no eran tres los ladrones, se calculaban dos. Estaba claro, por los testimonios de los compañeros de los rehenes, que en esas oficinas nunca hay efectivo porque Tesorería funciona en el edificio central del Conicet. Para la policía o los asaltantes eran "de última" o habían ido "al muere" por un mal dato. Pasadas las seis, con la tele en escena, quedó claro que Toqui era un chico con problemas y que la droga o lo que fuera que consumía, lo tenía funcionando a medias. Con él había estado conversando un negociador de la Federal, el único uniformado que no era de Seguridad Metropolitana, sino del Grupo Especial de Operaciones Federales. El hombre no tuvo éxito con los camarógrafos y técnicos de TN y Crónica que hizo llegar al cuarto piso. De caras desconocidas, no le inspiraron confianza a Toqui, alertado por el caso entrerriano en el que la policía tomó el lugar de los trabajadores de prensa y mató a un ladrón. Así fue que entró en escena Jorge Pizarro. Pizarro tuvo que suspender su transmisión cuando el cable no le alcanzó para llegar al cuarto piso y le ganó Crónica. Pero al final tuvo su oportunidad. "Pizarro es conocido, acá te lo pongo", le decía a través de la mirilla el negociador al ladrón. Pero no hubo caso. No fue fama suficiente para Toqui que terminó poniéndose más receloso. La negociación fue a dar al punto cero y la prensa debió retroceder por las escaleras del edificio. La policía ya confirmaba que se trataba de un solo delincuente. Cuando intentaba sacar a la TV del edificio, Crónica pudo comunicarse con la oficina. Habló Analía Mansilla, una de las rehenes. Dijo que Toqui nada les había hecho y que necesitaban una cámara del canal que lo verificara. En el medio apareció una hermana de Toqui, Eva. La chica quiso hablar con él pero el ladrón la desconoció. "No sé quién es usted señora", le dijo. Ella aseguró que Toqui no quería salir por miedo a terminar como en Ramallo y que él era un "drogodependiente". Finalmente Toqui salió al aire con Claudio Orellano, el inefable conductor del noticiero (ver aparte). A las 20 Toqui ya imitaba Riverito riéndose de Orellano y exigía que los camarógrafos de Crónica entrasen "en cueros y short", para prevenir traiciones. En directo, a las 20.21, con el ladrón al aire y los camarógrafos prestos a entrar, el rehén Alberto Falco, un hombre con más de veinte años en el Conicet, no quiso más guerra: se apoderó del arma del ladrón y disparó. Le dio en la ingle. Los tiros sugirieron al principio la última carrera de los muertos de Ramallo, hasta para la propia policía, que entró presurosa. Al final sonrieron ante lo que fue un resultado feliz dentro de la tragicomedia. A la salida, compañeros de trabajo de los rehenes, del menemista sindicato UPCN, concentraron la bronca en el ladrón: "¡Asesino! ¡Por qué les dan tantas posibilidades a estos hijos de puta!", protestaron mientras las batallas campales de los medios por conseguir la cara de los rehenes se estiraba hasta última hora. UN MOZO TERMINO CONVERTIDO EN EL SEXTO REHEN Por Carlos Rodríguez El reencuentro de los rehenes con sus familiares fue tan tumultuoso como todo el episodio. A los llantos y expresiones de júbilo lógicos, se sumaron algunos choques duros entre los policías que permanecieron hasta último momento en las oficinas del cuarto piso y algunos altos dirigentes de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), que a lo largo de toda la negociación apenas pudieron contener su afán de protagonismo. "Hay que entrar, tenemos que entrar", cuchichearon alrededor de las 19 tres hombres vestidos de civil que parecían los típicos "serpicos" de las brigadas. Pero no, eran gremialistas que querían un lugar en el sitio de los héroes. El dispositivo policial tuvo puntos duros y blandos. En la esquina de Ayacucho y Bartolomé Mitre, después de las 19, cruzar el vallado policial era como intentar atravesar un nuevo Muro de Berlín. En cambio, si se hacía el intento desde el lado de Riobamba, se podía llegar hasta las cercanías del acceso al edificio cercado. El barrio estaba convulsionado y el tránsito de vehículos se hizo denso en diez cuadras a la redonda. "Por favor, señores, díganme qué están haciendo acá, tienen que pensar que esto está lleno de chicos y puede ser una tragedia." Una mujer, sin esperar la respuesta de los agentes del Cuerpo de Policía Montada, ya se había armado la película de terror, mientras esperaba la salida de su hijo del gimnasio que funciona en el Cangallo Schule, a una cuadra del edificio copado por "Toqui". Los que sí parecían dispuestos a todo eran los policías del cuerpo de elite de la Federal que se agruparon en la esquina del hotel Ayamitre. A las 20.21, cuando se escucharon los tiros, subieron en tropel por las escaleras del hotel y la imagen hizo recordar a Villa Ramallo. El final, sin embargo, fue apenas tragicómico, con periodistas corriendo a supuestos rehenes. En el apuro, una cámara de la tele quedó colgada de un árbol mientras su dueño seguía de largo. El ayudante de cámara, en brillante atajada, impidió el desastre. INSOLITA NEGOCIACION EN DIRECTO POR TELEVISION Por Andrés Osojnik --Me estás chamuyando --desconfiaba Toqui. --No, no --intentaba ganar confianza Orellano--. Soy de Crónica y te mando a los camarógrafos. Crónica disponía de sus hombres para que entraran a las oficinas del Conicet, aun con el riesgo de que pudieran convertirse en nuevos rehenes. Pero el punto era que Toqui descreía de cualquier propuesta. Y repetía obsesivamente el caso del "pibe que en una toma de rehenes le dijeron que entraba un periodista, pero era un policía y lo masacraron". Toqui quería garantías. --¿Cómo sé que sos de Crónica? --Escuchá, escuchá --pretendió zanjar la cuestión el conductor: te vamos a pasar la música que identifica a Crónica. Y sin más, empezó a sonar "Barras y estrellas para siempre", la pegadiza marchita del canal. Pero Toqui no se dejaba convencer. "Escuchame, tengo 33 años y me venís a poner la musiquita, somos grandes, no soy ningún ingenuo. Yo también la canto: chan, chan chacha-chachán", desbarató Toqui la estrategia musical y el comisario del audífono hacía esfuerzos por lucir serio. Orellano entonces hizo un postrer intento: "¿Conocés a Riverito?" El va a hablar con vos, haceme caso". Y en pantalla apareció el hombre del rulo estrenando su papel de negociador con delincuentes. Toqui, impertérrito, no se dejaba amilanar. --¿Vos lo conocés a Cerutti? --... --¿Conocés a algún imitador? Cualquiera puede imitar. Escuchá. (Toqui pone voz de Riverito.) Muy buenas noooches, salió la grande, cuatro treintayooocho". Orellano sólo atinó a poner cara de póquer, mientras las carcajadas estallaban frente a los televisores de las vidrieras, olvidando por unos segundos lo dramático de la situación. --Toqui, Toqui --insistía Riverito. --A ver --inquirió el aludido--. ¿Cómo sos? --¿Cómo soy? --resultó sorprendido de nuevo el locutor de lotería devenido en aspirante a negociador-- Y... pelado... Para ese momento, Silvia, la hermana de Toqui, ya estaba frente a la puerta y en cuestión de instantes la situación la iba a resolver el menos pensado: ni la policía, ni Orellano, ni Riverito, ni Pizarro. A los tiros, el final lo marcó uno de los rehenes, convertido en el héroe de la jornada.
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