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La china que nunca aparece


Por Cecilia Hopkins
t.gif (862 bytes)  Escrita en colaboración entre Sergio Bizzio y Daniel Guebel, La china fue estrenada hace cuatro años con dirección de Rubén Szchumacher, con Ricardo Bartis y Gustavo Garzón en losna28fo01.jpg (9379 bytes) roles de Sosa y Páez, respectivamente. La pieza, que causó un módico revuelo en el momento de su estreno, está ostensiblemente escrita con un ánimo irreverente a todas luces dedicado a contrariar toda opinión establecida sobre dramaturgia y actuación. Toda la obra no es más que una referencia paródica a Esperando a Godot, del irlandés Samuel Beckett. Así, dos paisanos encerrados en su rancho esperan a "la china", la mujer que, según afirman, está por llegar en cualquier momento. Con la idea de no dejarse madrugar por el otro, ambos compadres enfrentan la espera sin salir del rancho por ninguna razón, no sea cosa que en ese momento llegue la china y el que quede "se la pinche primero". Sobre esta situación básica, los personajes engarzan recuerdos, bromas, críticas y amenazas recíprocas hasta que, agotados por la espera, deciden solucionar ellos mismos el agobio de la soledad y el abandono al que la china de marras parece haberlos condenado.

Si bien Sosa y Páez son dos personajes marginales, los autores les atribuyen discursos que 28.jpg (10693 bytes)integran temas diversos, (los hay de corte filosófico, psicoanalítico o ecológico, entre otros) siempre en clave paródica. La obra se mofa abiertamente de las correcciones políticas y hasta parece reivindicar formas polémicas de pensamiento. Los responsables de esta segunda versión son dos integrantes del grupo tandilense Los Prepu: Pepo Sanzano (en la dirección) y Daniel Campomenosi, quien completa el binomio actoral con Germán Romero. Si bien ellos aciertan en la caracterización física exagerada de sus personajes (la hernia y la joroba que los deforma respectivamente recuerda la estética del comic), su actuación se vuelve reiterativa a los pocos minutos. Su humor de rasgos gruesos, gestos torcidos y ojos desorbitados se agota demasiado pronto sin dejarle un lugar a la ironía que pide el texto.

 

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