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Balza se despidió con un pedido de perdón

Después de ocho años como jefe del Ejército,   Martín Balza pasó a retiro. Se lamentó de no tener información sobre los desaparecidos.


Por Nora Veiras
t.gif (862 bytes)  "Soy consciente de que, lamentablemente, dejo este cargo con una gran deuda para con nuestra sociedad y, particularmente, para con aquellos que perdieron sus seres queridos y no tienen un lugar donde llorar sus muertos. Para ellos, el Ejército, hasta ahora, no tiene la respuesta que quisiera dar para contribuir al esclarecimiento de lo ocurrido, y no sé si la tendrá en el futuro porque, deliberadamente, el último comandante en jefe del Ejército (en alusión a Cristino Nicolaides) del denominado 'Proceso' ordenó destruir toda evidencia obrante en la Fuerza." Al despedirse de la actividad militar después de ocho años como jefe del Ejército, Martín Balza reforzó su autocrítica parcial sobre la actuación de las Fuerzas Armadas en la represión ilegal. También reiteró que el Ejército no participó en ninguna venta "legal o ilegal" de armas.

na14fo01.jpg (13784 bytes)Cuando el sol ya había dejado de caer a plomo sobre el Patio de Armas del Regimiento I de Patricios, Balza le tomó por última vez revista a la tropa. En el palco se iban acomodando algunas pocas figuras emblemáticas del menemismo saliente: el embajador mandato cumplido Jorge Asís, firme con los bigotes modelados; los ex ministros de Defensa, Antonio Erman González y Oscar Camilión --ambos involucrados en la investigación por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador--, y un sosia --sólo eso-- del cuestionado ex titular del PAMI, Víctor Alderete. También estaban el decano de Derecho, Andrés D'Alessio, quien fue uno de los camaristas que juzgó a los comandantes de las tres primeras juntas militares de la dictadura; el ministro de la Corte Suprema, Gustavo Bossert; y el diputado radical por Entre Ríos, Ricardo Lafferriere. Faltaron muchos, pero fue notoria la ausencia del ministro de Defensa saliente, Jorge Domínguez, y la del entrante, Ricardo López Murphy.

"El llanto militar corrió en diluvio", dice un verso de Quevedo y ayer pareció una realidad en la ceremonia castrense. A Balza en más de una ocasión se le quebró la voz, y los fotógrafos y camarógrafos corrieron al ritmo de la entonación que anticipaba las lágrimas. Después de reivindicar "la transformación" del Ejército, la subordinación al poder civil, la vigencia del servicio militar voluntario, la incorporación de las mujeres a la fuerza --"en el 2035, una mujer podrá ser la jefa del Ejército", calculó-- y la participación en las misiones de paz en cuatro continentes, Balza dedicó un tercio de su extenso discurso a revisar la represión ilegal, aunque siempre circunscribiendo la actuación a "la impunidad de algunos, muy pocos, que apartándose de las leyes cometieron actos repudiables y comprometieron la imagen institucional".

Profundizando lo que dijo en abril del '95, en su primera revisión del pasado, Balza dijo que "es cierto que cumplimos órdenes de un gobierno constitucional, pero sólo lo hicimos hasta el 24 de marzo de 1976, a partir de esa fecha perdimos la legitimidad que proporciona el Estado de derecho en su monopolio del uso de la fuerza. Es cierto que se había ordenado 'aniquilar la subversión', pero como profesionales sabemos que el concepto aniquilar se refiere a 'quebrar la capacidad de lucha del enemigo', y que el aniquilamiento puede ser 'físico', pero en la mayoría de los casos es 'moral'. La historia militar es abundante en ejemplos de lo que expreso. Yo participé de una guerra y estoy aquí, hablándoles".

Ante los rostros inmutables de los cientos de oficiales formados en la Plaza de Armas, Balza abundó en que "en aquel entonces no se habló de 'guerra' sino de 'lucha contra bandas de delincuentes subversivos', lo cual era una realidad, pero como soldados sabemos que el combate debe regirse por lo establecido y aceptado en la Convención de Ginebra. En una lucha o en una guerra, la figura del desaparecido es la excepción, nunca la norma; reconozcamos con humildad que faltó atreverse al juzgamiento legal del oponente y a la aplicación, de ser necesario, de las máximas condenas. Hago propias las palabras de Hannah Arendt (sic): 'No puedo cambiar lo que pasó. Para el pasado sólo tengo perdón, que no es olvido; y para el futuro, la promesa de que no volverá a ocurrir'".

Por última vez ante la tropa, Balza se quejó por "la mortificante sombra de sospecha" que envuelve a la fuerza por el tráfico de armas y reiteró que "el Ejército no participó de ninguna operación de venta legal o ilegal de armas". El lunes próximo, ya como general retirado, Balza va a reiterar el argumento en su declaración indagatoria ante el juez Jorge Urso.

 

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