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LA ACTIVIDAD TEATRAL SUFRIO LAS OSCILACIONES DE LA CLASE MEDIA ARGENTINA
La vida es sueño, pero los sueños, sueños son

El II Festival Internacional de Teatro, Música, Danza y Artes Visuales fue una especie de espejismo: salas llenas y fervor popular. Antes y después, la temporada resultó buena en lo artístico y problemática en cuanto a la concurrencia de espectadores.

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Por Hilda Cabrera
  y Cecilia Hopkins

t.gif (862 bytes)  Poniéndoles el cuerpo a la incertidumbre y a la ya endémica escasez de recursos, la gente de teatro mostró en 1999 su capacidad para inventar el propio trabajo y descubrir nuevas formas de ver la escena. Y esto con la urgencia del querer hacer, sin abrir el debate sobre el papel que juega la actividad teatral dentro de la cultura. Una actitud que refuerza el carácter de ghetto que tiene el teatro en el imaginario de los que están fuera de él, y que acaba convirtiendo en mendicante a quien pide un subsidio o una protección legal para el sector. Respecto de dónde hallar creatividad, quedó claro que el circuito alternativo sigue siendo una buena cantera, sobre todo por su labor experimental. Sin embargo, ésta no se concretó únicamente en la periferia. Un ejemplo es el Centro Ricardo Rojas, que depende de la Universidad de Buenos Aires y recibióna28fo02.jpg (14000 bytes) un fuerte apoyo de la Secretaría de Cultura porteña. El cada vez más frecuente pase de autores, directores y actores del off (o como quiera llamársele) al circuito institucional dio origen a obras de resultado muy diferente. Aunque generosa en estrenos, cursos y adiestramientos, la temporada fue pobre en cuanto a público, especialmente en el último tramo. El II Festival Internacional de Teatro, Música, Danza y Artes Visuales, que organizó Cultura de la ciudad, agotó en alguna medida la disposición de los espectadores. Entre los porqués figuraron la escasez de dinero, la inseguridad en las calles y hasta la tristeza. Los que se atrevieron a la autocrítica admitieron no haber desplegado estrategias adecuadas o no haber ofrecido propuestas de interés. El bajón fue para todos, si bien hubo espectáculos que llenaron siempre, como el excelente Almuerzo en la casa de Ludwig W. en la Sala Cunill Cabanellas. Hubo otros que fueron convocantes en los márgenes, propuestas menos elaboradas tal vez, pero destinadas a romper códigos escénicos, a veces desde la agresividad. Fue por otro lado notoria la avidez de todos por estar en el centro, incluso de quienes en otro tiempo hicieron público su desprecio por todo lo que fuera institucional.

Entre las producciones enjundiosas sobresalió la puesta de Galileo, de Bertolt Brecht, en el San Martín. El director Rubén Szuchmacher preservó la dialéctica implícita en la obra y el actor Alberto Segado concretó allí un maratónico trabajo de finos matices. En ese mismo teatro se ofrecieron las valoradas De repente el último verano, dirigida por Hugo Urquijo, y La modestia, de Rafael Spregelburd, y recientemente la controvertida Shylock, un montaje del georgiano Robert Sturua sobre la discriminación. Los teatros que dependen del gobierno de la ciudad atravesaron durante todo el año un período de recomposición. Este comenzó a fines de 1997, cuando se dispuso la intervención administrativa y se iniciaron sumarios por un supuesto derroche durante las gestiones anteriores, tanto en el San Martín como en el complejo Presidente Alvear, cuya dirección actual no ha sabido hasta el momento delinear con claridad sus objetivos.

En el plano nacional, el Teatro Cervantes obtuvo la autarquía administrativa, pero fue víctima de periódicos recortes presupuestarios. Nadie discute hoy la gestión realizada allí por el dramaturgo na29fo01.jpg (15402 bytes)Osvaldo Dragún (que falleció el 14 de junio, quedando al frente el subdirector Osvaldo Calatayud). Tampoco su propuesta de llevar a escena obras clásicas y experimentales de la dramaturgia nacional, española y latinoamericana. Los espectáculos de mayor convocatoria dentro de ese ámbito fueron Ya nadie recuerda a Frederic Chopin (estrenado en el '98 y repuesto en el verano del '99) y Los indios estaban cabreros, versión murguera de Rubén Pires sobre la pieza de Agustín Cuzzani. La dramaturga y novelista Griselda Gambaro fue homenajeada en esa misma sala con una nueva puesta de Las paredes (de 1963), a cargo de David Amitín, quien se destacó esta temporada con Bartleby, el escribiente en el Teatro Babilonia. De Gambaro -–siempre tan certera al retratar la suicida complicidad del ser humano con las fuerzas que lo oprimen-- se recuperó Dar la vuelta, de 1972, en el San Martín (dirigida por Lorenzo Quinteros), y se estrenó De profesión maternal, en el Teatro del Pueblo.

La dramaturgia nacional encontró espacio en las salas centrales e independientes. Se montaron obras de Defilippis Novoa, Gregorio de Laferrere, Roberto J. Payró y Armando Discépolo (Babilonia, Stefano). Carlos Gorostiza estrenó Abue, doble historia de amor, y presentaron obras Eduardo Rovner, Carlos Pais, Beatriz Matar, Carmen Arrieta, Luis Cano y Carlos Alsina, entre otros. Roberto Cossa estrenó El Saludador (en los teatros San Martín y Liceo), la historia de un revolucionario que va perdiendo partes de su cuerpo en cada derrota. El actor y dramaturgo Eduardo Pavlovsky editó una nueva versión escénica de Poroto, una de las piezas que atravesaron con buena respuesta del público las temporadas 1998 y 1999, como sucedió también con El pecado que no se puede nombrar, Cinco puertas y Ya nadie recuerda a Frederic Chopin. A los lanzamientos editoriales, siempre modestos, se sumaron las ediciones del Instituto Nacional del Teatro.

Este fue el año del centenario de Borges, y el teatro le tributó el 24 de agosto un logrado homenaje a través de Espejos y laberintos, especie de carrousel del que participaron actores, músicos y cantantes, bajo la dirección de Leonor Manso. Fue también el año en que dijeron adiós importantes figuras de la escena, como Osvaldo Dragún, el dramaturgo Aaron Korz, lana29fo03.jpg (16670 bytes) actriz Eva Franco y el actor Jorge Mayor. Se vieron obras de clásicos contemporáneos, del inglés Harold Pinter (El amante, El montaplatos, El cuidador) y el austríaco Thomas Bernhard (La fuerza de la costumbre, Minetti, con Aldo Braga, y Almuerzo..., las dos últimas dirigidas por Roberto Villanueva). Piezas de Shakespeare en montajes bien diferenciados: Puck. Sueño de verano, según Claudio Gallardou, Las alegres mujeres de Shakespeare, dirigida por Claudio Hochman, y Shylock, una puesta polémica, donde se enlazó un tema serio como la discriminación con elementos festivos. Bertolt Brecht estuvo presente a través de Galileo (en el San Martín) y Proyecto Brecht (en Babilonia). Se organizaron ciclos en espacios tradicionales y nuevos, entre otros en el C. C. San Martín (Festival Italo-Argentino), El Doble, Del Otro Lado, El Vitral, la Alianza Francesa (Teatro Francés Contemporáneo), Liberarte, Foro Gandhi, El Observatorio, Auditorio Cendas, Fray Mocho y el Teatro IFT. Fue recuperado el Teatro Armando Discépolo, de Pichincha 53, donde hoy funciona el Teatro Universitario de Arte. Se apostó al Teatro Leído en el Picadilly, Regina y Presidente Alvear, y como es habitual en época de vacas flacas se multiplicaron los unipersonales y los espectáculos de narración oral.

El teatro de calle hizo su aporte y se unió en espectáculos como Luz de fuego, organizado entre otros por La Runfla (que a comienzos de año preparó una versión de Macbett, de Ionesco), na29fo30.jpg (16009 bytes)grupos murgueros y de danza. Dentro del teatro acrobático, se vieron dos buenos trabajos: Gala, obra enrolada en el género del Nuevo Circo (dirigida por Gerardo Hochman) y Verona, reescritura de Romeo y Julieta, de Shakespeare, donde los intérpretes congeniaron la estética del clown con la destreza física. Entre las propuestas del teatro comercial despertaron algún interés la pretenciosa Closer, de Patrick Marber, publicitada como trasgresora (en el Broadway, reinaugurado como sala teatral por Alejandro Romay, flamante autor de "Endechas"), Misery, con Rodolfo Bebán y Alicia Bruzzo, Rompiendo códigos, de Hugh Whitemore, protagonizada por Arturo Puig, Frida Kahlo, una pasión, con Virginia Lago en el papel de la artista mexicana, y Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O'Neill, que reunió a dos estrellas, Norma Aleandro y Alfredo Alcón, en el Maipo. El reconocimiento internacional fue, en general, para los trabajos experimentales de El Periférico de Objetos, el Sportivo Teatral que lidera Ricardo Bartis, y obras como Poroto, de Eduardo Pavlovsky, y Cachetazo de campo, de Federico León. Todos invitados a festivales europeos, como los de Cádiz, Madrid, Berlín y Avignon.

 

La relación con el poder

t.gif (862 bytes) Las críticas a los funcionarios de Cultura de la ciudad mermaron en parte cuando las autoridades hicieron partícipes de sus proyectos a los independientes. Un ejemplo de esto fue la organización de la muestra paralela de obras argentinas que acompañó al Festival Internacional de Teatro, Música, Danza y Artes Visuales que dirigió Graciela Casabé (de Babilonia). Entre las polémicas produjo escozor en los empresarios la propuesta, luego abortada por Cultura de la ciudad, de gravar a los espectáculos extranjeros para subsidiar a los independientes.

En otro plano, el director del INT, Lito Cruz, fue duramente criticado en los dos últimos meses por la Asociación de Teatros Independientes (Artei), que lideran Alberto Félix Alberto (director y fundador de Teatro del Sur, y presidente de la entidad) y la actriz Felisa Yeny (secretaria de Artei y codirectora en el Teatro Payró), por recortes en los subsidios y atraso en los pagos, acusando al mismo tiempo al Comfer de no haber hecho los depósitos a favor del INT y mantener una deuda de unos 7 millones de pesos con el instituto, asuntos que Cruz aclaró en su momento. El tema del subsidio es central en la estrategia elaborada por las autoridades del instituto, puesto que las salas integradas a este sistema reciben a grupos y elencos sin cobrarles el seguro. Estas demoras y controversias no abortaron sin embargo la realización de las fiestas nacionales (Teatro, Mimo, Títere y Danza) organizadas por el INT, donde elencos de todo el país mostraron tanto altibajos en lo artístico como avidez por intercambiar experiencias.


Lecciones de historia

El autoritarismo y los vaivenes de la política nacional fueron el centro de espectáculos de muy diferente formato. En El Experimento Damanthal, el director Javier Margulis concretó un friso de gran impacto visual acerca de los abusos de la ciencia al servicio del poder. El tutor, obra que marcó el debut del cineasta Jorge Polaco en el guión y la dirección teatral, encaró desde una perspectiva satírica el tema de la represión en el plano familiar y social. En clave humorística, el grupo Catalinas Sur estrenó El fulgor argentino, colorido repaso de los sucesos políticos y sociales más importantes de la Argentina desde los años 30. Un suceso ambientado en los 60 fue el pretexto elegido por el dramaturgo Jorge Leyes para reflexionar sobre el mundo de la militancia de esos años y su incidencia en el presente en Long Play, 33 revoluciones por minuto. El tema de los desaparecidos se hizo presente en las situaciones aparentemente absurdas de la notable Living, último paisaje, de Ciro Zorzoli. En otro tono, éste aparece en Romancito, de Cecilia Propato, y El cuarto del recuerdo, de Mario Cura, que dirigió Rubens Correa. Una propuesta de contornos emblemática fue Dreyfus, dirigida por Manuel Iedvabni, basada en un caso famoso de discriminación, escrita por el judío francés Jean Claude Grumberg que inauguró la nueva sala de la AMIA.


La música sobre tablas

Enlazando testimonio y música, la actriz Verónica Oddó supo homenajear escénicamente a su hermano Willy, cofundador del conjunto Quilapayún, en Sólo tengo una certeza, espectáculo del que participó Juan Carlos Gené. Otra apuesta singular fue Manchas en el silencio, con textos de Samuel Beckett e interpretación de Miguel Guerberof y Cristina Banegas sobre una idea del músico Martín Bauer. Diferentes, pero igualmente destacables fueron Academia de baile Orestes, una historia de suburbio de Alberto Muñoz, Once corazones, metáfora sobre la realidad argentina a partir de la historia de las glorias y fracasos de un club de fútbol, dirigida por Rubens Correa y Javier Margulis, Androcles y el león (destacable básicamente por el humor del grupo Los Macocos) y Los indios estaban cabreros, una puesta de Rubén Pires y murga de Coco Romero, apoyada sin reservas por el público.


La pasión por experimentar

La experimentación partió del Centro Ricardo Rojas (donde últimamente se vio Proyecto Museos IV), Babilonia, El Callejón de los Deseos, Galpón del Abasto y del Sportivo Teatral que dirige Ricardo Bartis. En cuanto a las obras sobresalieron Carne Patria, dirigida por Pompeyo Audivert en su teatro El Cuervo, Unos viajeros se mueren, de Daniel Veronese, Cuento de invierno, un montaje de Miguel Guerberof sobre la obra homónima de William Shakespeare, La mano en la caja en el frasco en el tren, de Pedro Sedlinsky, Geometría y Faros de color, de Javier Daulte, una conducida por Mónica Viñao, y la otra por el mismo autor y Gabriela Izcovich, y Teatro proletario de cámara, sobre textos de Osvaldo Lamborghini. Fuera de ese circuito se estrenaron obras experimentales de buen nivel en el Centro Cultural Recoleta (la excelente Teresa R, versión de la novela Teresa Raquin, de Emile Zola, dirigida por Luciano Suardi), en el Teatro San Martín (La modestia, de Rafael Spregelburd), en Andamio (Idiota procesión del tiempo, versión de Saverio, el cruel, de Roberto Arlt, en un montaje de Julio Cardoso) y el Teatro del Pueblo (la polémica Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, de Federico León). A estas propuestas se sumó la del grupo El Periférico de Objetos, que festejó sus diez años con una retrospectiva de sus obras en Babilonia y El Callejón de los Deseos.


El universo de la mujer

Los temas vinculados con la problemática femenina (la creación, las restricciones sociales, la maternidad y la relación con los hijos) hallaron eco en varias obras, como las inspiradas en la trágica vida de la poeta uruguaya Delmira Agustini: Cartas a Delmira, con Florencia Saraví Medina y montaje de Marcelo Nacci, y La pecadora, de Adriana Genta, con puesta de Cristina Banegas. De profesión maternal, de Griselda Gambaro y dirección de Laura Yusem, mostró sin sentimentalismo la herida que dejó en una madre y su hija el tiempo no compartido. Otra fue la propuesta de La reina de la belleza, del irlandés Martin McDonagh, con Leonor Manso y Aída Luz, premiada por este trabajo. Formando parte del Proyecto Magdalena, se pudo concretar finalmente el Primer Ciclo Internacional de Mujeres Artistas, con exhibición de obras. Sobre una idea de Patricia Zangaro y Leonor Manso, se presentó La Diosa, espectáculo que destacó los aspectos femeninos del género humano, proponiéndose además como un evento de interés barrial.


El adiós público del matador Vittorio

La temporada internacional no quedó limitada al Festival de Buenos Aires: abrió con el Encuentro Iberoamericano en el Cervantes, y continuó con la pretemporada del grupo La Zaranda, de Jerez de la Frontera, que estrenó Cuando la vida eterna se acabe. Después, La Fura dels Baus trajo Fausto, versión 3.0.; el Odin Teatret de Dinamarca presentó Mythos, y se vio a José Sacristán y Paloma San Basilio en El hombre de La Mancha. Llegó también Carmen, una puesta flamenca de La Cuadra de Sevilla (compañía que dirige Salvador Távora) que cruzó la leyenda de la cigarrera con acontecimientos dramáticos de la historia española; el Ensamblaje Teatro de Colombia, el Centro Dramático de España y el Teatro Núcleo de Ferrara, con un montaje al aire libre sobre la Shoah. En cuanto al Festival Internacional (realizado entre el 9 y el 26 de setiembre), la gran figura fue Vittorio Gassman. L'addio del mattatore atrajo a todo tipo de público. Entre las obras, Murx. Una velada patriótica, por la Compañía Volksbühne de Berlín, se destacó ampliamente del resto. De todos modos suscitaron interés The man who..., un montaje de Peter Brook, Persephone, de Bob Wilson, Madame de Sade, dirigida por el chileno Andrés Pérez Araya, Shakespeare's Villains, con Steven Berkoff, y Daaalí, por los catalanes de Els Joglars. Gassman dio sus dos únicas funciones sobre un incesante fondo de bombos que partían de la calle, donde los estudiantes de la Escuela de Arte Dramático de la Ciudad pedían más concreciones respecto de la entrega de un espacio para desarrollar sus tareas, luego de los derrumbes que se produjeron en la sede de la institución que ocupaban entonces en la calle Perú.


 

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