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Por Claudio Zeiger De no haber sido por la novedad de ayer, Jorge Edwards seguramente sería recordado en la historia de la literatura latinoamericana por dos hitos. En primer lugar, el revuelo que produjo con el libro Persona non grata en la intelectualidad de izquierda, al contar su experiencia diplomática en Cuba. A ese libro, esencialmente anticastrista (pero no anticubano) de los años 70, debería sumar, en segundo lugar, otro hito, éste de 1991, cuando dio a conocer una biografía no complaciente sobre Pablo Neruda, Adiós, poeta, que había ganado el premio Comillas de biografías de Tusquets en España. La fama que estos dos libros le dieron seguramente se verá reforzada, potenciada y hasta exagerada por el Cervantes que le otorgaron ayer. El máximo galardón de la lengua castellana, que el año anterior recayó sobre el poeta español José Hierro, esta vez premió --un tanto sorpresivamente-- a un hombre que, al menos para los lectores de habla hispana, suena más al de un escritor que sigue produciendo una obra múltiple, rica en matices y géneros, que a una vieja gloria del pasado desempolvada para la ocasión. Bienvenida entonces esta renovación de criterios, aunque pueda quedar la impresión de que el Cervantes, así, con todos sus oropeles y excesos acerca de la riqueza de la lengua española, le pueda quedar un poco grande al autor. "Yo había sonado entre los candidatos a este premio desde el año 1992, pero traté siempre de tener una actitud de no agitación y de no ansiedad ante los galardones literarios, porque si no no se vive tranquilo", dijo Edwards al enterarse de que era el nuevo Premio Cervantes, y el último del siglo. En otro tramo de sus declaraciones, más escueto, y cediendo a esa emoción que confesó venir conteniendo desde hace años, dijo que estaba "impresionado y conmovido" por el premio, que le significará un cheque por cien mil dólares, que le entregará en persona, en abril, el rey Juan Carlos de España. Edwards acredita una importante carrera literaria que, a pesar de todo, no es tan extensa como su otra carrera, la diplomática. Se recibió de abogado, y a fines de los 50 (actualmente Edwards tiene 68 años) entró en la diplomacia desempeñando cargos en América latina, en París en los años 60 (donde conoció a todos los escritores latinoamericanos en la diáspora y disfrutó de las mieles de la bohemia) y entre 1970 y 1973 fue embajador en La Habana (experiencia que tradujo en Persona non grata). Después del golpe de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, Edwards se exilió en España, donde siguió su tarea literaria y además ejerció el periodismo de denuncia contra el régimen del dictador. Además de los dos libros ya citados, Edwards es autor de numerosos volúmenes: entre ellos las novelas Los convidados de piedra (1978), El museo de cera (1981), La mujer imaginaria (1985), El origen del mundo (1996) y los cuentos de El patio, Gente de la ciudad, Las máscaras, Temas y variaciones. En los años noventa sumó los relatos de Incómoda memoria y Fantasmas de carne y hueso. Recientemente se conoció un volumen que recogía textos periodísticos bajo el título El whisky de los poetas. En los noventa, tras el retorno de la democracia retomó su vida diplomática, actuando como embajador de Chile ante la Unesco. En su país, en 1994, recibió el reconocimiento del Premio Nacional de Literatura, que le otorgó una renta vitalicia de 1000 dólares mensuales. Lo cierto es que más allá de los premios y escalafones, Edwards es un escritor que por edad y país de origen, anduvo siempre en la órbita del boom latinoamericano, pero a diferencia de las luminarias que brillaron de modo más vertiginoso y rápido, el suyo fue un trabajo lento, sostenido por los títulos, el probarse en formas (novelas, cuentos, viñetas, crónicas) y géneros (el erotismo, lo policial, la picaresca) diversos, y una perseverancia que lo fue acercando al reconocimiento de sus pares. Edwards es un nombre que siempre sonó al hablarse de la literatura chilena, en un momento, tras la muerte de Neruda, excesivamente dominada por la figura de José Donoso. Con el Premio Cervantes, le llegó la hora. El mismo autor, quizás previendo que después de semejante galardón puede sobrevenir la muerte por exceso de bronce, dijo ayer: "Es un estímulo para seguir trabajando, porque a pesar de que soy bastante mayor, todavía estoy en plena producción literaria y siento mucha energía para seguir haciendo cosas".
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