UNO Algo está pasando y, buenos días, yo soy
la próxima sonda terrestre que va desaparecer sobre la superficie marciana cualquier
noche de éstas. Nos lanzan, nos siguen, nos extravían. Entonces me encanta ver las
conferencias de prensa de los científicos de la NASA con los ojos enrojecidos y la piel
verde por haberse pasado horas mirando fijo las pantallas de radar. Sin resultado. Así
está la cosa. Las cosas no están saliendo del todo bien. Estamos perdidos en el espacio.
DOS La historia era salir a buscar vida extraterrestre. Encontrar a otros
que nos explicaran quiénes somos. Una ayudita de nuestros amigos. No está fácil. Falta
menos para el 2001 y, ah, a dónde quedaron todas esas felices utopías con el hombre
caminando, ingrávido, sobre superficies de planetas distantes o activando curiosos
artefactos domésticos en domésticas ciudades espaciales mientras era vigilado por la
ominosa mirada de un monolito. Todo eso importa cada vez menos. Y cada vez se lee menos
ciencia-ficción, dicen. El libro de ciencia-ficción inglés vende en 1999 la mitad de lo
que vendía en 1989. La razones, aseguran, tienen que ver con la decepción o con una
mentira mal contada. El género ha perdido credibilidad. Ningún autor predijo la
caída de la Unión Soviética ni que la colonización del espacio iba a caer en vía
muerta. Y el movimiento cyberpunk postuló que la cultura del ordenador sería algo casi
subversivo y subterráneo, cuando la realidad es que Bill Gates es el hombre más rico del
planeta. Hoy, los autores del género no podemos contar ni lo que va a ocurrir dentro de
cinco años, sollozó días atrás el escritor canadiense científico y ficticio
Robert J. Swayer. El problema tal vez tenga que ver con la llegada del Tercer Milenio. La
muerte del futuro. El 2000 número siempre relacionado con lo fantástico ya
es una inocurrente realidad. ¿Dónde queda el futuro ahora, a qué año se mudó? ¿Al
3000? Sí, hubo un tiempo en que fue hermoso y la ciencia-ficción funcionaba como veloz y
siempre locomotora ficticia de los vagones que vendrían. Hubo un tiempo en que todas las
profecías se cumplían porque era tan fácil profetizar.
TRES Ahora no. O sí. Lo cierto es que la realidad cada vez se parece
más a una de esas novelas de Philip K. Dick donde el limpio concepto futurista sucumbe
ante la locura alucinógena del próximo fin de semana. El planeta se ha convertido en un
sitio raro y ajeno. La Tierra como planeta lejano. Los niños saltan del Tamagotchi al
Pokemon y no tienen reparos en amar a criaturas virtuales que, por momentos, se les hacen
más reales que sus padres. Africa va camino de convertirse en un parque temático
prehistórico. Un hombre se casa en Japón con una Barbie, ya que está convencido de que
el espíritu de su esposa suicida vive adentro de ella. Al japonés se lo veía feliz y
contento. Dentro de doscientos años, dicen, los polos se habrán derretido por completo y
el nivel del mar habrá subido cien metros y ya está quien piensa en la explotación
submarina de Manhattan. Es verdad. Lo juro. Lo vi por televisión, ese artefacto que
alguna vez fue ciencia-ficción y que ahora es, dicen, un miembro más de la familia. Y
todos somos famosos durante quince minutos.
CUATRO Mientras tanto, en los laboratorios de nuestro descontento,
hombres con bata blanca aceleran a fondo la decodificación de la información genética
que se encuentra en las células humanas. La descripción completa del cromosoma 22 ya
está a disposición de los interesados. Es un lindo cromosoma y es el primero de 23 que
abre laspuertas de su casa para invitarnos a conocerla. Es, también, el principio de una
carrera que más temprano que tarde permitirá leer el libro de la vida como si se tratara
de un libro de lectura primario donde se aprende ortografía y la conjugación acertada de
los verbos. La idea que nada tiene que ver con la ciencia-ficción pasará por
descubrir las razones de ser de las enfermedades y de la decadencia del cuerpo y del alma
para aniquilarlas antes de que se produzcan. Reemplazar una pieza por otra. Vivir para
siempre y convertir a la muerte en una opción más que en un encuentro obligado al final
del camino. Morir será suicidarse y entonces, sí, eternos y sin problemas volveremos a
salir al espacio no a buscar el sitio de los otros sino para encontrar lugar para nosotros
mismos. Vamos a ser muchos y no vamos a entrar aquí abajo. Iremos ocupando planetas como
se llenan casilleros, mientras nos confundiremos a la hora de mirar al cielo porque dónde
estará el cielo cuando seamos parte del cielo. Entonces, el hombre dejará de ser el lobo
del hombre para convertirse en el extraterrestre del hombre. Sí, el próximo salto en
nuestra evolución tendrá que ver con convertirnos en aliens para que a alguien, dentro
de siglos, se le ocurra que ya va siendo hora de lanzar una sonda que nos busque y nos
ayude a encontrarnos a nosotros mismos.
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