OPINION
Una Carta Magna social
Por Alfredo Grieco y Bavio |
El constitucionalismo
social conoció victorias y derrotas, esplendores y miserias. La Constitución que surgió
de la Revolución Mexicana de 1910 y la de la República de Weimar en 1919 (que surgía de
la Alemania vencida en la Gran Guerra) fueron las primeras. Su aparición significó el
fin de Estados que en sus Declaraciones, derechos y garantías se limitaban al
individuo aislado, al homo oeconomicus del liberalismo, que siempre dispondría,
teóricamente al menos, de la libertad de contratar. Con distintas soluciones, llevaron el
mundo del trabajo capitalista a la ley fundamental, reconocieron en su articulado la
existencia de las clases sociales y procuraron defender a un proletariado cuyas luchas
eran la causa de la nueva situación pero a cuyo impulso también quería ponerse un
freno. Es innegable que las constituciones sociales a la vez reconocían y contribuían a
afianzar un nuevo sistema de ideas y creencias, y que, aun más acá del voluntarismo del
que siempre se las acusó, franqueaban un umbral del que después era difícil retroceder.
En la Argentina, la revolución del 55 pudo escarnecer la Constitución peronista de
1949, pero en 1957 ya estaba convocando una Constituyente para que en el artículo 14 bis
diera rango constitucional a los derechos laborales. La nueva Constitución que los
venezolanos votaron ayer es un claro ejemplo de constitucionalismo social. Fue criticada
por su desmesura, y fue considerada un instrumento del cesarismo y bonapartismo del ex
golpista Hugo Chávez. Se le hicieron los esperables reproches desde la técnica
jurídica: redacción grandilocuente, vaguedades y ambigüedades. Tampoco faltó otro, el
de estatismo, un rasgo que parece inescapable en una Constitución social. Ahora, Chávez
está más cerca que nunca de refundar la nación de espaldas a los partidos que
monopolizaron la fachada del poder en los últimos cuarenta años. Nadie podrá acusar al
nuevo texto de engorroso en su legalismo, y Chávez proclama que el actual está más de
acuerdo en suma con la Venezuela bolivariana, auténtica, profunda, avasallada por la
otra, saudita, foránea, moderna, maldita por la bendición del petróleo. Entre los
interrogantes que quedan, dos se refieren a las instituciones fuertes de la Venezuela
pre-Chávez: el ejército, y Pdvsa, la empresa estatal de petróleo que aporta el 80 por
ciento de las exportaciones nacionales. Las dos salen fortalecidas en la nueva Carta
Magna. Y no es un secreto que del éxito en la gestión con ambas dependerá en buena
medida el éxito de la administración presidencial. |
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