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“EL MILAGRO DE P. TINTO”, OPERA PRIMA DE JOSE FESSER
La irreverencia como método

Como “Torrente” de Santiago Segura, este film irreverente condensa en sí buena parte de los logros y limitaciones del nuevo cine español.


P. Tinto (Luis Ciges), al lado de un cohete celestial.
La película recurre a una imaginería visual desmadrada.

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Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Niño mimado del cine publicitario español y autor de dos de los cortos de ficción más premiados en la historia del cine de su país, el realizador madrileño Javier Fesser (1964) es, junto con sus colegas Santiago Segura, Juanma Bajo Ulloa y Alejandro Amenábar, uno de los responsables de que en estos días se hable de un “nuevo cine español”.cuadro1.jpg (16347 bytes) (Aquí habría que excluir a Julio Medem, el director de La ardilla roja y Los amantes del círculo polar, cuya obra es de una gravedad y madurez que lo apartan del grupo.) Este recambio generacional tiene en El milagro de P. Tinto, la opera prima de Fesser, un film paradigmático de los logros y limitaciones de esta flamante movida, que pegó muy fuerte en el público español más joven. Visualmente lujoso, superproducido, con todos los efectos especiales que el dinero puede comprar, El milagro... es sin duda un film irreverente, por momentos imaginativo, a veces incluso gracioso, pero con una gracia que tiene mucho de estudiantina, de broma de colegio secundario, como si los recursos de todo tipo de los que dispone Fesser –recursos materiales, pero también formales– no le sirvieran finalmente para mucho más que para hilvanar una retahíla de chistes, algunos mejores y otros peores.
Concebida a la manera de una disparatada saga familiar, El milagro... sigue las desventuras del pobre P. Tinto (Luis Ciges), un español como tantos, o como ninguno. Sucede que P. Tinto lo único que quiere en la vida es ser feliz y tener una gran familia. Pero no sabe cómo. Aquello que le enseñaron los curas en el colegio no le sirve de mucho, por supuesto, como tampoco los consejos de su padre, el P. Tinto original, que lleva las riendas de la próspera empresa de la estirpe, una fábrica de obleas (de hostias, vamos) que cuenta nada menos que con la bendición expresa del Vaticano. El hecho es que P. Tinto conoce, ya de niño, a la que luego será la mujer de su vida, que es ciega y con quien practicará durante años lo que ambos creen que es el acto reproductivo, sin resultado alguno. Es así que cuando dos extraterrestres caen por error en el jardín de la casa del matrimonio, los P. Tinto aprovechan para adoptarlos, como si fueran un par de mellizos literalmente caídos del cielo. La cosa se complica cuando aparece otro niño con cuerpo de adulto, un gigante escapado de un manicomio centroeuropeo, a quien los P. Tinto consideran otro maravilloso milagro celestial.
Fe, familia y educación están en la mira cáustica y surrealista de la película de Fesser. Pero esto no es nada nuevo, por cierto, en el cine español, que desde los años ‘50, en pleno apogeo franquista, tuvo en la obra de Luis García Berlanga (y su fiel guionista Rafael Azcona, ahora al servicio de Fernando Trueba) a un francotirador consumado. La diferencia entre ambos cines, sin embargo, no está solamente en la enorme brecha generacional entre uno y otro sino también en una cuestión de actitud. Más allá de cierta autocomplacencia, que hace que El milagro... dure bastante más de lo que sería necesario (la síntesis no parece el fuerte del director, engolosinado con su propio material), la película de Fesser tiene finalmente una aproximación epidérmica a su material, que no llega a tocar la España profunda a la que accedían Berlanga, Azcona y compañía, en films que ahora son clásicos, como Bienvenido Mr. Marshall o El verdugo. A pesar de sus guarradas (o precisamente gracias a ellas), estaba más cerca de esa desopilante noche oscura el desmadrado Torrente de Santiago Segura,con la que este Milagro de P. Tinto en todo caso comparte la bienvenida bocanada de aire fresco en el anquilosado panorama del cine español.

 

 

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