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Por Raúl Dellatorre La política de empleo que prepara el Ministerio de Trabajo, con colaboración de Economía, contempla como puntos centrales la anulación de la reforma laboral del año 1998 (Ley Erman), la transformación del Plan Trabajar en un programa de subsidio al empleo privado y la extensión del período de prueba a 180 o 360 días con pago pleno de cargas sociales, y posterior disminución de aportes en caso de efectivización del trabajador. Según la interpretación de las actuales autoridades, dicho menú de medidas junto con la reactivación económica y la mejora en la competitividad empresaria son los factores que permitirían una recuperación del nivel de empleo a partir del año próximo. El shock de confianza que el equipo económico espera que se produzca una vez pasado el temor al efecto 2000 resultaría en un crecimiento del PBI no menor del 3,5 por ciento. Paralelamente, una vez definidas las leyes impositiva y de Presupuesto, se supone que ello se reflejaría en una disminución del riesgo país, que realimentaría la recuperación. También aportaría a una mayor generación de empleo una mejora en la competitividad de las empresas, que vendría aportado por la baja de tarifas de servicios y disminuciones de otras cargas. Otro aspecto de la política de empleo que lanzará el Gobierno en los próximos días se refiere a la reasignación de los fondos previstos para el Plan Trabajar (empleos temporales de muy baja remuneración) a un programa de subsidios de nuevos empleos en el sector privado. También se prevé modificar el límite para el período de prueba, que la reforma laboral aprobada en 1998 (elaborada por consenso entre el entonces ministro de Trabajo, Erman González, y la CGT) fijó en 30 días y ahora se buscará ampliar a 180 o 360 días, sin cargo por indemnización. Otro cambio con respecto a la legislación actual es que el empleador deberá pagar todas las cargas sociales durante el período de prueba, buscando desalentar la rotación de personal en las mismas condiciones. Pero en el caso de que los empleados a prueba sean efectivizados, está previsto conceder una rebaja de aportes patronales para esos nuevos empleos. También quedaría desactivada la ultraactividad de los convenios laborales, por la cual todo convenio que no fuera renegociado permanecía vigente sin plazo ni vencimiento. Se habilitaría la negociación a cualquier nivel (incluso por empresa), pero negociado por el sindicato de rama, prevaleciendo el convenio colectivo de ámbito menor por sobre cualquier otro. Este criterio dejaría de lado el actualmente vigente, en cuanto a que siempre prevalece la condición más favorable al trabajador. En la práctica, la norma consagraría la flexibilidad sin límite. La nueva legislación laboral también reemplazaría el actual límite de horas de trabajo, fijado en 48 horas semanales, reemplazándolo por un tope anual, que permita a las empresas acomodar los horarios según sus necesidades. Los contratos temporales quedarían restringidos a los casos que se justifiquen por razones estacionales, para lo cual las autoridades piensan instrumentar una reglamentación muy estricta. La apuesta del actual Gobierno ratifica, en lo conceptual, el criterio seguido por el modelo impuesto en la última década que reemplazó los que prevalecían bajo el denominado Estado de Bienestar. La mejora en las condiciones laborales no se derivan de una mayor protección al trabajador sino de la eliminación de rigideces en el mercado laboral. De tal forma, el aumento del empleo y las mejoras salariales quedarían libradas al efecto de un aumento en la competitividad de las empresas. En tal sentido apunta la reforma pergeñada en conjunto por José Luis Machinea y Alberto Flamarique.
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