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PEREZ ESQUIVEL, EN LOS 25 AÑOS DEL SERPAJ
“Ni en los peores momentos cerramos las puertas”

Hoy a las 20 en la calle Piedras al 700 se festejan los 25 años del Serpaj. El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel hace un balance de esa historia. “Lo más duro fue ver la claudicación de la clase política”, afirma.

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Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes) El Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) festeja hoy sus 25 años. Durante ese tiempo, su presidente Adolfo Pérez Esquivel sufrió amenazas, persecución y cárcel en Argentina y otros países, fue secuestrado por los militares durante la dictadura y recibió el Premio Nobel de la Paz. En 1976 fueron detenidos todos los integrantes del Serpaj. “Nunca cerramos las puertas, ni siquiera en los peores momentos, somos una organización popular que impulsa la lucha por métodos no violentos a favor de los pueblos”, afirma Pérez Esquivel, quien recuerda que cuando empezaron en 1974, “muchos nos miraban como si fuéramos ingenuos”. “La no violencia tiene algo de paciencia y mucho de lucha y de coraje” puntualiza. –Fundamos el Serpaj después de la reunión en el seminario mayor de Medellín, en Colombia, en febrero de 1974. Me designaron para organizarlo a nivel latinoamericano. El trabajo se venía desarrollando desde 1962 en México y en Uruguay, había un pequeño secretariado a cargo del pastor Earl Smith, pero la organización estaba dispersa. En 1974 se hizo un encuentro internacional con gente de la India, de Europa, de Argentina, con grupos cristianos a nivel ecuménico, incluso había gente que no era cristiana, pero que trabajaba en la misma dirección, en los movimientos de liberación de los pueblos de América Latina a través de métodos no violentos. Eran grupos que trataban de articular la proyección de figuras como Helder Cámara, el cardenal Paulo Evaristo Arns, de Sao Paulo, Federico Pagura, el obispo de los indios, Leónidas Proaño, del Ecuador. Aquí uno de los que más colaboró fue el obispo metodista Carlos Gatinoni.—¿Se hizo un acto de fundación?–No, comenzamos a trabajar con una pequeña oficina en la calle Perú 630. Nos encontramos enseguida con las dificultades que planteaba la fuerte represión en el continente. En el ‘74 fue la masacre de Cochabamba en Bolivia, por Hugo Bánzer, que ahora es el presidente constitucional de ese país. Viajé a Bolivia y a las comunidades campesinas de Jejuí, Acaraí y Beriguá, en Paraguay, que habían sido reprimidas por el ejército de Stroessner. Estuve en Brasil, todo el continente tenía dictaduras militares. Era un momento difícil y lo que hacíamos era fortalecer las organizaciones populares. Estábamos aquí con los refugiados chilenos. En cada país teníamos grupos y nuestro trabajo fundamental era darles oxígeno. El Serpaj era un canal de apoyo, de intercomunicación, de solidaridad internacional. En ese primer grupo comenzó a trabajar mi hijo Leonardo, que era muy pequeño. Estaba Cecilia Moretti, que después fundó el Serpaj en Panamá. Cuando hablábamos de la no violencia nos miraban como si fuéramos ingenuos. Los organismos de derechos humanos son organismos no violentos que comienzan a dar respuesta desde lo social frente a las dictaduras.–En todos estos años hubo momentos de más repercusión y otros de más soledad, de trabajo casi anónimo...–Nuestro trabajo siempre fue el mismo aunque en algún momento tiene más repercusión. Por ejemplo, el trabajo que hacemos con los chicos en estado de riesgo social, aquí en Argentina es muy poco conocido. No nos interesa salir en los medios, si bien los medios ayudaron en momentos de crisis, y otros patearon en contra. Hoy se dice que si no salís en la televisión no existís, pero el trabajo sigue existiendo, la realidad sigue existiendo aunque no salga en televisión. –¿Y cómo ha sido la relación oficial con las iglesias?–Con la Iglesia Católica es casi nula, aunque es buena la relación con obispos y comunidades religiosas. Es buena la relación con las iglesias evangélicas, fundamentalmente la Iglesia Metodista. Desde los orígenes del Serpaj hubo católicos y metodistas, y también hubo luteranos y judíos. Un Jaime de Nevares, un Jorge Novak o un Hessayne, Devoto, Zaspe, fueron compañeros de camino. Tuvimos siempre el apoyo de un rabino como MarshallMeyer, y de la Iglesia Metodista Carlos Gatinoni, un Federico Pagura, Aldo Echegoyen. A nivel oficial, la Iglesia Católica guardó una “prudente distancia”.–¿Nunca se comunicaron con usted cuando fue secuestrado, cuando fue detenido o cuando recibió el premio Nobel?–Hubo contactos aislados. Pero en esas situaciones no. Sí me fueron a ver a la cárcel Justo Laguna y Jorge Casaretto, que eran los obispos de mi diócesis. El respaldo más fuerte vino de obispos como De Nevares o Hessayne. En el ‘75, empezamos a formar el movimiento ecuménico y se lo ofrecimos a la Iglesia Católica porque pensamos que tenía que ser una especie de Vicaría de la Solidaridad. La Iglesia Católica tiene la comisión Justicia y Paz, que estaba presidida por Antonio Quarracino, el cardenal, pero nunca apoyó ni quiso intervenir. Recién habían designado obispo a Novak. Le pedimos que se integre y lo hizo en forma inmediata. Tuve largas conversaciones con Pío Laghi en la Nunciatura. En un momento me dijo: “yo no puedo hacer lo que los obispos argentinos no quieren hacer”. Hay muchas críticas a Pío Laghi pero también hay que ver los comportamientos dentro del Episcopado Argentino.–En todos estos años pasó mucha gente por el Serpaj, algunos que después tomaron otros caminos...–Pasó mucha gente. Me acuerdo del tano Víctor De Gennaro y de Germán Abdala cuando comenzaron con Anusate para ver si ganaban ATE, en la época de la dictadura. Eran dos compañeros muy queridos y con una línea de conducta de compromiso con el pueblo y el compromiso sindical. También Jorge Taiana, actualmente secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, un Carlos Acuña, Claudio Lozano, salió un montón de gente, Ghandi, Carlos González es un compañero muy querido... Raúl Aramendi sigue trabajando con campesinos en la educación agrícola. Si tuviera que evaluar el trabajo diría que, a pesar de todo, hubo en la gente en todas las épocas una capacidad de coherencia, de lucha, muy valiosa.–¿Cuál fue el momento más duro?–Fue cuando uno veía la claudicación de la dirigencia política. Cuando uno iba a explicar el problema que estábamos enfrentando, miraban para arriba, en el ‘75,’76. Y después, cuando detuvieron a toda la gente del Serpaj, inclusive a mi hijo. Yo estaba en Europa, me fueron a buscar a mí y no me encontraron. Hubo muchos momentos duros y otros muy lindos, como acompañar el crecimiento de Madres, de Abuelas, la huelga de hambre del ‘82, y el trabajo con Nora Cortiñas y con Hebe, con María Adela Antokoletz, de ese primer grupo de Madres que desde la desesperación fueron creciendo en el coraje y la resistencia.–Cuando estaba preso, ¿el Serpaj dejó de funcionar?–No, siempre siguió funcionando aún en los momentos de represión más dura. No quise vivir en el exilio. En un momento tenía a toda la familia afuera, una embajada tuvo que proteger a mis hijos y sacarlos a Suiza. Estuvimos deambulando hasta que en Ecuador se produjo mi detención y la de 17 obispos latinoamericanos en agosto del ‘76 y después decidí regresar. No podía dejar a mis compañeros solos. Después me encarcelaron. Pero el Serpaj nunca cerró sus puertas. Hemos trazado caminos. Hemos sembrado. Yo creo que lo mejor es que en estos 25 años han crecido muchas cosas. Uno siembra y no sabe dónde brotará la semilla. Pero ya lo vamos viendo...—La idea de la no violencia va aparejada con la paciencia...–Sí, pero sobre todo con la lucha y el coraje. Lo vemos en el trabajo con los fabelados en Brasil, con los indígenas y con los chicos de la calle o en el apoyo a los acuerdos de paz entre Ecuador y Perú, haber estado en la zona de guerra en la cordillera del Cóndor para reunir a dos pueblos hermanos, de apoyar la lucha de Chiapas por la identidad de los pueblos indígenas...—¿Y su familia cómo lo acompañó en estos 25 años?–Mi señora me ha sostenido mucho en estos años. Mis hijos también, fundamentalmente Leo, en el Serpaj. Mis otros hijos siempre han sido solidarios también. Mi señora no sólo ha estado en esto sino también en la Aldea de los Niños para la Paz en General Rodríguez. Siendo una compositora de música se hizo apicultora para enseñar a los chicos y acompañó todos estos años el trabajo en la cuestión educativa. Yo no podría haber hecho nada sin el apoyo de ellos.

 

 

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