Un
escándalo de grandes proporciones, que amenaza con crecer aún más, envuelve a los
herederos de Rafael Alberti, el notable poeta español fallecido este año. El conflicto
estalló cuando se conocieron los detalles y las circunstancias del testamento del poeta,
que otorga todos los derechos sobre sus obras más importantes y sobre la
comercialización de su imagen a su viuda María Asunción Mateo y los hijos de ésta,
excluyendo a la única hija de Alberti, Aitana. Desde su hogar en La Habana, Cuba, Aitana
Alberti expresó su indignación por otro detalle escabroso: entre 1991 y 1996, el
escritor firmó diez testamentos distintos, sin leer siquiera el último de ellos, fechado
el 10 de diciembre de 1996. Diez testamentos en cinco años es algo realmente raro,
que llama a reflexionar sobre qué hay detrás de ello, dijo. Más conociendo
a mi padre, que rehuía hablar de ese tema y no se ocupaba jamás de los asuntos
legales. Aitana insistió en que, en los últimos años de su vida, el poeta no se
encontraba bien. Al final ya ni me reconocía. En momentos así, y a su edad, es
más fácilmente manipulable y puede firmar lo que le pongan delante. Estoy asqueada y
confundida. No es que diga que sólo yo estoy en condiciones de tomar las mejores
decisiones para proteger su obra. María Mateo también puede tener derecho, pero lo que
es absurdo y ofensivo es que se me excluya a mí. Alberti firmó los dos primeros
documentos sólo con 24 horas de diferencia, el 9 y 10 de mayo de 1991. Luego volvió a
testar el 10 de octubre de 1992, el 11 de junio de 1993, el 25 de mayo de 1995, el 27 de
febrero y el 3 de abril de 1996. La última vez que acudió al notario fue ese 10 de
diciembre de 1996, documento que anula todos los anteriores. El texto, de corta extensión
y sumamente ambiguo, cuenta con una anotación marginal del notario Andrés Tallafigo, en
la que se señala que el poeta declinó incluso leer el texto del testamento. Aitana,
Teresa Sánchez Alberti sobrina de Rafael y el poeta Luis García Montero
expresaron además su alarma por un hecho posterior al último testamento, una maniobra
legal por la cual el mismo Rafael Alberti quedó fuera del manejo de sus propios derechos.
El 6 de octubre de 1997, Mateo constituyó, con un capital de 31.250 dólares, la sociedad
mercantil El Alba del Alhelí, y puso como domicilio social el mismo de los hijos de Mateo
en Madrid. La sociedad fue dividida en 1000 participaciones, de las cuales Mateo se quedó
800, y sus hijos, Marta y David Borcha, 100 cada uno. En aquella época, Alberti había
ingresado ya varias veces al hospital: el poeta firmó el acta de constitución de la
empresa, que lo convirtió en administrador solidario de su obra, pero no en accionista,
por delegación de poderes. Ese control se sofisticó aún más en 1998, cuando Mateo
registró el nombre de Rafael Alberti como una marca comercial, lo que le aseguró todos
los derechos de imagen y explotación producidos en torno a la obra del poeta, llaveros,
libros, discos y remeras. Me parece una infamia que alguien pueda estar pensando en
los beneficios que se puedan obtener con la comercialización de objetos que lleven su
imagen o su nombre, y que encima eso haya ocurrido incluso antes de su muerte,
afirmó Aitana. Es de un mercantilismo extremo. Si yo tuviera algún derecho en esa
marca registrada, me opondría a que se pudiese vender una taza con la foto de Alberti en
un aeropuerto, aunque eso significase miles de dólares. García Montero, amigo
personal del poeta, apuntó a su vez que me parece imposible que haya aceptado
convertirse en un empleado. Mateo hizo firmar documentos jurídicos a Alberti cuando a él
ya se le había ido la cabeza. Pero tan grave como eso, o más tratándose de Alberti, es
que esa manipulación se extendió también a los escritos literarios. Montero
pidió especialmente que el Ministerio de Cultura y la Junta de Andalucía vigilen
muy de cerca el entramado jurídico de la Fundación Rafael Alberti y comprueben la
administración deldinero y del legado, sobre todo el inventario de los bienes de la casa
de Roma, que se entregaron a la viuda. En ese sentido, las disposiciones del
testamento y los documentos presentados por la viuda son por lo menos curiosas. El escrito
definitivo otorga a su viuda, María Asunción Mateo, y a los hijos de ésta, David y
Marta, la mayor parte de los bienes y los mejores derechos de las obras del poeta, como,
por ejemplo, los de Marinero en tierra, que son en exclusiva para David. A Aitana, en
cambio, cede bienes y derechos que ya poseía, y algunos incluso que había comprado ella
misma. En 1970, en Torremolinos, compré dos dibujos de Lorca, realizados en las
páginas de un libro, y luego se los regalé a mi padre, explicó. Es curioso
que me estén donando algo que yo compré y que es mío. Eso demuestra un desconocimiento
del origen, que sí conocía, efectivamente, mi padre.Mientras los abogados de
Aitana Alberti estudian los documentos para presentar una impugnación, la viuda salió a
defender su posición. En un principio, Mateo aseguró que no quiere entrar en una guerra
de declaraciones que perjudique la memoria de Rafael y que no tengo
ningún problema con la hija de Rafael Alberti. Pero las frases de Aitana
modificaron su ánimo: Mi marido estuvo muy bien hasta el último minuto de su vida.
Nadie lo sabe mejor que yo, y cualquiera sabe que los testamentos son leídos y el
testador da su consentimiento. Esto es un insulto a la inteligencia, y si quieren impugnar
el testamento, que lo impugnen. |