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COMO SE DISCUTIO Y OBTUVO LA REBAJA TELEFONICA
Cuando se agitaron los pulsos

La reducción de las tarifas, anunciada el martes, fue precedidapor un mes de tensas negociaciones entre tres hombres de laAlianza y las dos concesionarias. Los planteos y las chicanas

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Enoch Aguiar, nuevo secretario de Comunicaciones.
La rebaja terminó siendo a cuenta de otra futura.

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La solemne firma del acuerdo, con los ministros Machinea y Gallo, por un lado, y los titulares de las telefónicas, por el otro.

Por Raúl Dellatorre


t.gif (862 bytes)  La negociación no fue fácil ni corta. Había que encontrar una fórmula presentable tanto para la sociedad como para los accionistas de las empresas. La discusión entre los que iban a ser funcionarios del gobierno de la Alianza y los representantes de Telefónica y Telecom para acordar una rebaja en las tarifas urbanas demandó un mes. Y dos veces estuvo a punto de naufragar. Después de cuatro años defendiendo hasta en audiencias públicas la necesidad de aumentar el valor de los pulsos (consumo) y los abonos (cargo fijo) en el servicio urbano, las concesionarias debían resignarse a rebajarlo. La idea fue de José Luis Machinea: recabarles a las telefónicas un “esfuerzo” que acompañara el que se le iba a reclamar a la población a través del impuestazo sobre diversos consumos. Además de pedirle a Fernando de la Rúa que lo avalara, Machinea sondeó la opinión de sus colaboradores más cercanos. Estos le sugirieron la conveniencia de participar de la idea a la futura autoridad regulatoria en el sector: el Ministerio de Infraestructura. Quien iba a ser ministro de Economía prestó sus oficinas de la avenida Córdoba casi Callao para las reuniones que, casi sin interrupción, iban a mantener durante un mes tres representantes del gobierno por asumir y uno por cada empresa. La primera cita se concretó en la segunda semana de noviembre. En una de las estrechas salitas de la Fundación Argentina para el Desarrollo con Equidad (FADE), entre divisores armados con una suerte de biombos chinos, los gerentes generales de Telefónica y Telecom escucharon sin el menor signo de tensión los primeros argumentos de Pablo Gerchunoff, Diego Petrecolla y Enoch Aguiar. Los dos primeros, futuros miembros del equipo económico; el último, quien iba a ser designado secretario de Comunicaciones. Los ministerios de Economía y de Infraestructura habían elegido sus espadas para el lance. Sin mención de incumplimientos de contratos ni de las abultadas ganancias de que disfrutan las telefónicas, Gerchunoff utilizó un lenguaje casi diplomático para explicar los sacrificios que tenían por delante el gobierno por asumir y la población. “Ustedes están en condiciones de hacer algo en materia de tarifas para acompañar el esfuerzo de todos”, fue la frase elegida para lanzar el requerimiento. La respuesta vino en el mismo tono calmo. Fijación de una tarifa de interconexión (peaje) para los futuros operadores que utilizaran la red instalada por Telefónica y Telecom, un derecho por el uso de la numeración ya adjudicada, etc., etc., “a cambio” del sacrificio reclamado. “Perdón, pero esos aspectos no tienen nada que ver con lo que estamos solicitando”, aclaró uno de los miembros del terceto oficial. “Las condiciones para un mercado desregulado se tratarán escuchando la opinión de todos, incluidos los futuros operadores”, se les planteó a los hombres de las dos licenciatarias. ¿Y entonces, qué recibimos como compensación?, fue la pregunta que sin formular, pero manifestada en su cambio de expresión, dejaron planteada los representantes empresarios al terminar ese primer encuentro. Sin participar en las mesas de negociación, Juan Carlos Masjoan, presidente de Telecom Argentina, le hizo llegar a Machinea su posición: estaba dispuesto a acceder a un descuento en las tarifas, pero en las tratativas debía mantener una posición común con Telefónica. La postura no era gratuita: Masjoan aspiraba a ser convocado como integrante del Consejo Asesor que reuniría De la Rúa en su entorno, compuesto por empresarios “notables”. Se sucedieron un par de reuniones en la sede de FADE, dominadas por una extrema tirantez, en las que las telefónicas estuvieron incluso a punto de romper las negociaciones y dejar en vía muerta el acuerdo. Conscientes de que sus interlocutores empresarios estaban condicionados por la necesidad de no quedar ante sus accionistas como generosos Papá Noel de la primeraNavidad aliancista, el trío de futuros funcionarios imaginó una propuesta que podría considerarse como una compensación: la rebaja de tarifas se tomaría a cuenta de la que se disponga en noviembre del 2000, cuando la Secretaría de Comunicaciones deba definir un nuevo nivel de price cup o precio máximo de referencia, que se establece mientras no exista competencia real en el mercado. La negociación entró en un terreno arduo. Las empresas se habían pasado los últimos años explicando la imperiosa necesidad de los sucesivos aumentos en las tarifas urbanas (mercado cautivo), mientras accedían a rebajas en las interurbanas e internacionales (abiertas a la competencia). Ahora se les reclamaba que admitieran un descuento “voluntario” sobre los pulsos y los abonos urbanos. Ante esto, ofrecieron un “mix” de descuentos, incorporando al “esfuerzo” las tarifas de larga distancia. La representación gubernamental lo rechazó: en competencia, esos valores debían descender de todos modos, lo cual convertía en humo parte de la oferta empresaria. Ya a esa altura de las negociaciones, nadie se ahorraba epítetos para calificar las intenciones de la otra parte. Gerchunoff, Petrecolla y Aguiar incorporaron entonces nuevos elementos a la discusión: las telefónicas necesitaban iniciar una nueva etapa mejorando su imagen pública, y además corrían con la ventaja de que una rebaja en las tarifas podría significarles un mayor consumo, con lo cual se diluiría el sacrificio de ingresos. En apoyo de esta última apreciación, apuntaron que una rebaja en los abonos comerciales podría redundar en que muchas pequeñas empresas habilitaran una nueva línea con el ahorro. De paso, incorporaron a la discusión un aspecto ya evaluado en los estudios previos: los abonos comerciales (37,50 pesos en Telefónica, 33,39 pesos en Telecom) eran arbitrariamente elevados. En tanto, el debate sobre un impuesto especial a los grandes beneficios de las empresas privatizadas ganaba espacio en las páginas de los diarios. El tema jamás se trató entre los biombos chinos de la FADE, pero debe de haber pesado cada vez que los representantes empresarios pretendieron amagar con abandonar la mesa y pagar el costo de enemistarse con las nuevas autoridades. A cierta altura, y ya con participación de técnicos de las dos empresas, Telefónica y Telecom accedieron a disponer rebajas en las tarifas comerciales. El trío aliancista planteó la necesidad de pasar a discutir qué descuento le correspondería a los clientes residenciales (usuarios particulares), y se desató una nueva guerra. La discusión adquirió por momentos un tono violento, al punto que otra vez –la segunda– toda la negociación corrió peligro de sucumbir. La pulseada pudo encarrilarse, pero insumió otras tres semanas de tira y afloje. Tras dos encuentros consecutivos de cinco horas –de 16 a 21–, en la noche del jueves 9 de diciembre se arribó a un acuerdo en términos generales, a escaso medio día de que el todavía senador Carlos Ruckauf le tomara juramento a Fernando de la Rúa. El acuerdo para que las empresas resignaran un porcentaje sustancial de los abonos comerciales y dispusieran “algún mecanismo” de descuento para los usuarios particulares estaba sellado. Faltaba ponerle números a las rebajas. Esta última etapa de negociación comenzó en la noche misma del viernes 10, la fecha en que la Alianza asumió el gobierno. Por primera vez apareció en la mesa de negociación una diferencia entre las dos concesionarias: Telefónica tiene mayor proporción de clientes residenciales, y Telecom, de clientes profesionales y empresas. No había número común que las conformara. El primer acuerdo fue fijar un descuento del 19,5 por ciento único para los abonos comerciales, pero en las tarifas residenciales resultó imposible llegar a una rebaja universal que hubiera hecho más transparente el beneficio. Los ya por entonces tres funcionarios del gobierno debieron resignar uno de sus objetivos. Finalmente, ya iniciada la semana pasada, las telefónicas arrimaron la propuesta de establecer los descuentos según el plan al que adhirieran losclientes. “Pero así, quien no haga ninguna opción no tendrá rebajas”, argumentaron los hombres del gobierno. “Y los que elijan el plan más adecuado pueden recibir hasta un 15 por ciento de descuento”, replicaron los empresarios, unos y otros con planillas y calculadora sobre la mesa. Las oficinas de FADE ya se habían convertido en una sede paralela del gobierno, y fue allí, en Córdoba 1776, séptimo piso, donde el martes por la mañana se resolvió la prolongada partida: un mecanismo de rebajas que promediaría un beneficio del 5,5 por ciento sobre los pulsos consumidos por los clientes residenciales. Esa misma tarde, Machinea y Nicolás Gallo anunciaron la grata nueva en la Casa Rosada.

 

 

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