Por Carlos Rodríguez
En una misa
multitudinaria, a la que asistieron centenas de miles de personas, la Iglesia Católica
convocó a sus fieles a buscar a los más pobres para decir con ellos: Dios con
nosotros y hacer posible una cultura del encuentro, en la que nadie está
excluido, en la que todos nos miramos como hermanos, en palabras del arzobispo de
Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio. La ceremonia, que clausuró el tránsito por la
Avenida 9 de Julio, tuvo como epicentro el Obelisco y como invitado especial al presidente
Fernando de la Rúa. Miles de jóvenes, con canciones y ropas coloridas desterraron la
tradicional imagen de la procesión en silencio y dejaron en claro que la alegría no es
sólo de los grupos evangélicos. La reunión fue convocada para celebrar La Navidad
del Milenio, anticipo del Jubileo del 2000, un acontecimiento que se
produce cada 50 años, según la tradición judeo cristiana, y que convierte al próximo
en un año propicio para el perdón de los pecados y la solidaridad.
Las columnas comenzaron a llegar, a las 18, concentrándose en tres puntos: Constitución,
Retiro y Plaza Once. El hall central de la estación Constitución se llenó de cánticos,
al ritmo de redoblantes, con la llegada de los chicos y chicas de la Catedral Nuestra
Señora de la Paz, de Lomas de Zamora. Este acto simboliza la alegría del
católico, una imagen en cierto modo distinta de la que tiene la sociedad sobre
nosotros, explicó Juan Ignacio, de 24 años, del Decanato Quilmes Centro, quien se
hizo católico practicante por respeto y admiración hacia la persona del
obispo de Quilmes, monseñor Jorge Novak. Aunque yo no viví los años de la
dictadura, sé muy bien que hizo muchas cosas por los demás y es eso lo que me inspiró a
seguirlo. Yo quiero una Iglesia comprometida con el pueblo, sin por ello perder sus
tradiciones ni su magisterio, sostuvo.
Cuando las columnas caminaban hacia el Obelisco, una lluvia por momentos torrencial puso a
prueba la fe de los peregrinos. Los 2500 voluntarios (los llamaban servidores)
responsables de ordenar la marcha fueron abanderados a la hora de ponerle el cuerpo al mal
tiempo. Chicas en minifalda y jovencitos en bermudas, empapados, siguieron trabajando como
si se tratara de agua bendecida. En todas las esquinas, los sacerdotes de la diócesis
porteña, que también salieron a la calle, escucharon la confesión de los fieles y
perdonaron sus pecados.
La lluvia fue fugaz negocio para los vendedores de pilotines de plástico, que cotizaron a
cinco pesos cada uno. También vendían panchos, gaseosas, almanaques de San Cayetano,
rosarios, vinchas por el jubileo del año 2000 y hasta banderas que anticipaban
River campeón. Para darle un toque de humor al acto, en el palco oficial le
dieron por un rato la conducción a Luis Landriscina, quien contó conocidas historias de
Navidad, con borrachines incluidos. Después, Los Arroyeños, quienes hicieron un tema
futurista de los años setenta, Navidad 2000, de Antonio Nella Castro e Hilda
Herrera, que fue hit en la voz de Mercedes Sosa.
En medio del jolgorio, Graciela levantaba bien alto su pancarta, en la que proclamaba
Mártir Diocesano al sacerdote Francisco Pancho Soares, asesinado
el 13 de febrero de 1976 por defender a los pobres en la capilla Nuestra
Señora de Carupá, en una villa del partido de Tigre. A Graciela se le acercó Humberto,
quien conoció personalmente a Soares. Juntos evocaron la figura del cura y lamentaron que
todavía no haya llegado la hora de su reivindicación por parte de la cúpula de la
Iglesia.
LA MISA FUE PRODUCTO DE UNA
ORGANIZACION DE VARIOS MESES
Una muestra de poder de convocatoria |
El arzobispo Bergoglio tuvo de invitado al nuevo gobierno.
Fue otro gesto del Presidente hacia la Iglesia Católica.
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Por Washington Uranga
La Navidad del Milenio,
el llamado de la Iglesia Católica que cubrió la Avenida 9 de Julio, constituyó una
demostración evidente del poder de convocatoria que el catolicismo mantiene en la
Argentina. Hacia el estrado montado frente al Obelisco confluyeron columnas de todo el
Gran Buenos Aires y la Capital. Fue el producto de una organización que la Iglesia viene
montando desde hace meses en parroquias, capillas y lugares de culto, en la que no se
ahorraron esfuerzos. Tampoco gestiones oficiales y oficiosas para contar con aportes y
subsidios estatales y privados.
Desde el costado político la presencia de Fernando de la Rúa termina de completar los
gestos que el Presidente viene realizando desde que asumió hacia la Iglesia. Primero la
designación de Juan Llach un reconocido católico con fluidos contactos en el
Episcopado para ocupar la cartera de Educación. Luego la inédita solicitud
formulada al arzobispo Jorge Bergoglio para que la máxima autoridad de la Iglesia
capitalina con quien De la Rúa tuvo roces durante su gestión al frente de la
Ciudad y que luego recompuso en una relación fluida celebrara un acto litúrgico de
acción de gracias al día siguiente de su asunción. Fue un hecho inédito que no se le
había ocurrido ni al muy católico Carlos Menem.
A todo lo anterior hay que sumar la designación de Norberto Padilla al frente de la
Secretaría de Culto. Padilla es un hombre de extrema confianza del Presidente y de buena
aceptación en la Iglesia Católica, a lo que agrega una larga trayectoria a favor del
diálogo ecuménico y relaciones con las iglesias evangélicas. El círculo de las buenas
relaciones que De la Rúa intenta mantener con la Iglesia podría cerrarse con la
designación del actual embajador en Israel, Vicente Espeche Gil, un diplomático de
carrera, como representante argentino ante la Santa Sede. Desmintiendo cualquier
antecedente de malas relaciones con la Iglesia, y desde un lugar muy diferente al que lo
hizo Carlos Menem, el nuevo gobierno va construyendo sus lazos con la jerarquía
católica.
Las palabras claves, pronunciadas por todos, son colaboración y
autonomía entre Iglesia y Estado. Pero para ello cada uno tiene que ubicarse
en su rol específico y demostrar su poder real en este nivel. La Navidad del Milenio en
la 9 de Julio fue, ante todo, una celebración religiosa. Pero fue también un acto
religioso cultural de nuevo tipo, donde lo místico se confunde con lo artístico y lo
cultural para generar un evento de grandes proporciones. Es una forma de presencia de lo
religioso en el espacio cultural y, en este caso específico, una demostración de fuerza
de la Iglesia. Aunque no haya sido la intención, la concentración de ayer se constituyó
también en una respuesta a un encuentro similar realizado hace apenas algunos meses por
los evangélicos. Si aquella fue una demostración de la fuerza que representan los
evangélicos, ésta no es menos respecto de los católicos.
En medio del discurso religioso, también se conectan las preocupaciones sociales. En
primer lugar porque la concentración se aprovechó para hacer una gran colecta destinada
a Caritas, el organismo solidario y de asistencia de la Iglesia, ahora encabezado por el
obispo de San Isidro, Jorge Casaretto. Pero además, el arzobispo Bergoglio quien
presidió la misa central utilizó el púlpito para, en medio de un mensaje
estrictamente religioso, invocar a favor de una cultura del encuentro, en la que
nadie quede excluido, en la que todos nos miramos como hermanos. Al hablar a la
multitud congregada, el arzobispo capitalino pidió que busquemos a los más pobres
para decir con ellos: Dios con nosotros y de la misma manera convocó a que
tomemos de la mano a nuestros niños y acariciemos a nuestros
ancianos. Lo hizo en el mismo tono con el que hace tres días dijo que migrar
es un derecho humano que debe ser garantizado para todos en la Argentina.
Hasta ahora los obispos y el nuevo gobierno se esfuerzan por relaciones equilibradas,
aceitadas, de complementaridad y autonomía. Pero los obisposno dejarán de reivindicar un
espacio que consideran de legítima preeminencia entre los interlocutores de la sociedad
argentina y, en el discurso, de insistir y alertar sobre los temas sociales.
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