Por Luis Bruschtein
El calor y
el canal. Primero fue el calor, después el canal y al final el país. Panamá estaba en
el calor y alrededor del canal. Como si las islas Malvinas con su frío ocuparan la
provincia de Buenos Aires y hubiera que pedirles permiso a los ingleses para ir a Mar del
Plata. En los barrios populares todavía se conservan las grandes barracas de madera donde
se alojaban los miles de trabajadores que construyeron el canal bajo las órdenes de
Ferdinando de Lesseps. Río Abajo es uno de esos barrios y calle 19 es de tierra. Hay
muchas de esas barracas construidas sobre pilares como las casas del Tigre, para evitar la
humedad pantanosa del suelo. Los únicos blancos éramos nosotros,
argentinos y medio rubiones en un barrio habitado por negros, algunos chinos y otros
hindúes.En el acto que se hizo en la Plaza España de Panamá, en 1978, cuando se
ratificaron los tratados Torrijos.Carter del canal, Lucho Gómez llevó una gran pancarta
que decía Videla asesino. Se lo habíamos pedido porque pensábamos que el
acto podría ser cubierto por la televisión. Lucho Gómez era un mulato fornido que
integraba el Frente Estudiantil de Panamá, (FEP), la organización con más fuerza y
tradición de lucha en un país donde la mayoría eran comerciantes y empleados. Estaban
Jimmy Carter y el general Omar Torrijos en el balcón. Otra pancarta muy grande decía:
Omar, ojo con los gringos. La gente llegaba en columnas con tambores y
tumbadoras. Los grupos más organizados traían su propia orquesta de salsa en la caja de
los camiones. Algunos hombres venían con una botella de guaro bajo una axila y una ristra
de vasos de plástico bajo la otra. Las orquestas arrancaban con la salsa y la gente
repartía los vasitos y brindaba con aguardiente por el canal mientras bailaba y sudaba
bajo el sol implacable.Cuando fue la invasión de los marines, Lucho estuvo entre los que
resistieron hasta el final. Hubo combates en Tinajillas y en San Miguelito. Lucho estaba
en San Miguelito. Era uno de los más buscados por las tropas norteamericanas. Salvó la
vida refugiándose en la embajada de Cuba. Después regresó a Panamá, fue diputado, y
ahora seguramente debe estar festejando la devolución del canal.A otro que buscaron
cuando fue la invasión fue a José de Jesús Martínez que había sido sargento de la
guardia y se había retirado luego del asesinato del general Torrijos. Chuchú era uno de
los intelectuales con más prestigio en Panamá. Poeta, dramaturgo, profesor
universitario, filósofo y matemático y, como buen intelectual, había sido
antimilitarista hasta que se incorporó a la Guardia Nacional seducido por el
general.Cuando un amigo llegaba a Panamá, Chuchú le entregaba un arma para
resistir si los gringos invaden. Me negué dos veces a aceptar una impresionante
Magnum que quería darme. Detestaba las armas y no veía un motivo práctico para tenerla
en mi casa. Finalmente acepté semejante artillería para no desairarlo. La escondí en el
fondo de un ropero, lejos del alcance de mis hijos y de cualquiera, y si los marines
hubieran entrado en ese entonces hubieran demorado mucho tiempo para encontrarla. Chuchú
no tenía la actitud del militante clásico, ni la del intelectual clásico, ni la del
militar clásico. Era un producto de la efusividad de la naturaleza centroamericana. Tanto
que odié esa Magnum escondida en un ropero a miles de kilómetros de mi país y al final
Chuchú tuvo razón.Chuchú había conseguido que la Guardia le diera dos o tres mil
dólares por mes para atender a algunos exiliados que llegaban a Panamá. Con esa plata
había alquilado tres o cuatro departamentos en zonas populares de la ciudad donde alojaba
a aquellos que Torrijos quería tener a mano sin hacerlo demasiado público. Fueron
bautizados como los palomares y loayudábamos en su tarea solidaria de proveer
ropa, alimentos y demás. El departamento de calle 19, Río Abajo, era uno de esos
palomares.A veces llegaba con la camioneta del general, recogía a argentinos, chilenos,
nicaragüenses y salvadoreños y los llevaba a comer al Jade, un restaurante que también
era de la Guardia. Ese día se rompía la dieta de vegetales y arroz con soja y uno podía
apreciar lo mejor de la comida china. Este pollo tiene la sangre dulce,
exclamó Juancito, un campesino nicaragüense que más tarde llegaría a capitán del
ejército sandinista y que era la primera vez que se sentaba a comer en un restaurante.El
canal dividía el país geográficamente y lo unificaba políticamente. La entrada más
común era por el Puente de las Américas. Del lado panameño estaba El Chorrillo, un
barrio de conventillos de madera de dos o tres pisos que se apartaban peligrosamente de la
vertical. Era ruidoso, con ropa tendida en las calles y chiquillos descalzos corriendo
entre los charcos. El Chorrillo ya no existe, fue destruido con bombas incendiarias
durante la invasión. Del lado norteamericano era California. El terreno ondulado sembrado
de gramilla como una inmensa cancha de golf, chalets, edificios oficiales con la bandera
de franjas y estrellas e instalaciones militares. Allí estaba el Comando Sur del
Ejército norteamericano donde se controlaba el continente. Estaba la famosa Escuela de
las Américas, donde se entrenaba a los militares golpistas y torturadores de América
latina.Se habló siempre del Muro de Berlín. Pero la Zona del Canal estaba toda alambrada
y los panameños y cualquier latinoamericano debía pasar por distintos controles para
visitar sólo determinados puntos. En la ciudad, el alto alambrado bordeaba la Avenida de
los Mártires. En esa avenida había una escuela técnica. En 1964 una marcha estudiantil
intentó saltar la alambrada para izar una bandera panameña. Hubo más de 20 estudiantes
muertos. La mayoría resistió la represión desde esa escuela que a partir de ese día
fue llamada Nido de Aguilas; eran los muchachos de la FEP.Panamá con Torrijos
se había convertido en una especie de centro de algo. Graham Greene era uno de los
visitantes más asiduos. Pocos días antes de que llegara, aparecía uno de sus biógrafos
al que el escritor no soportaba. El hombre, un inglés colorado vestido con un equipo
caqui tipo explorador del Africa, se reunía con la gente que vería Graham Greene durante
su visita, hacía preguntas y retratos a la carbonilla. Cuando llegaba el escritor, el
tipo desaparecía. Chuchú era muy amigo de Graham Greene y cuando llegaba se
emborrachaban juntos y Chuchú le contaba historias fantásticas sobre Panamá que al
escritor le encantaban aunque desconfiara de su veracidad.En mi palomar estaba la gente de
la isla de Solentiname, Alejandro Guevara y Nubia, su mujer. Y también venían sus
hermanos Ramón, Iván y sus hermanas, que se hicieron famosas por sus cuadros naïf.
Alejandro era del Estado Mayor del Frente Sur del Frente Sandinista y entonces venía
siempre a visitarlo Ernesto Cardenal y también el comandante Germán Pomares. Nos
quedábamos largas horas de sobremesa, alguna vez también con Graham Greene. Así me
enteré, por ejemplo, de que los tiburones de agua dulce existen solamente en los grandes
lagos de Nicaragua.El canal producía diferenciaciones. Por ejemplo, los negros
antillanos, que hablaban inglés, les decían chombitos a los negros
descendientes de los esclavos que habían llegado el siglo anterior a Porto Belo, el
puerto de esclavos más grande de América latina durante la colonia. Los
chombitos habían trabajado en la construcción del canal y los antillanos
eran ahora los empleados preferidos en la Zona por su manejo del idioma. Y los
zonian eran los habitantes de la Zona. Era un término despectivo, igual que
los kelpers de las Malvinas. Al igual que ellos, se oponían en forma
recalcitrante a la devolución del territorio donde vivían al dueño histórico de esas
tierras. En los bares y prostíbulos que rodeaban la Zona eran frecuentes las peleas de
borrachos entre los soldados norteamericanosy los parroquianos panameños, además de los
camioneros que surcaban la Panamericana y los marineros.En mi palomar también vivió
Ricardo Lara Parada, un revolucionario colombiano que había estado once años en la
montaña y cuatro en la cárcel. Había salido en libertad con una amnistía, pero como
había planteado diferencias con su organización, el ELN absurdamente lo había condenado
a muerte. A través de Gabriel García Márquez había conseguido refugio en nuestros
palomares. La primera vez, Chuchú le había dicho que se pusiera una bufanda para
reconocerlo en el aeropuerto adonde lo fuimos a buscar. Fue una broma. Cuando llegamos, el
pobre hombre, un mulato alto y flaco, estaba al borde del soponcio con su bufanda térmica
en medio de una nube de vapor caliente. La esposa de Ricardo era una campesina de
Bucaramanga que había conocido en la montaña. Ella no podía salir de Colombia. En su
origen, Panamá fue una provincia lejana de Colombia, aislada por la selva más densa del
planeta, el Tapón del Darién. Estados Unidos apoyó la independencia panameña con la
condición de construir el canal. Por eso, las relaciones entre ambos países siempre han
sido muy delicadas. Y Chuchú estuvo a punto de producir un descalabro diplomático para
ayudar a su amigo Ricardo. La periodista argentina Stella Calloni, que en ese momento era
la pareja de Chuchú, viajó a Colombia para contactar a la esposa de Ricardo y llevarla a
una pista clandestina en la montaña. Chuchú, sargento de la Guardia Nacional y miembro
de la escolta del general, atravesó la frontera con su avioneta de la Segunda Guerra
Mundial y rescató a las dos mujeres. Fuimos todos al acto de la firma del tratado y
bailamos salsa con la multitud.La noche anterior había habido tiroteos. Algunos grupos de
izquierda se oponían a los tratados. Yo estaba dando un curso de periodismo en el local
de la FEP cuando ametrallaron el frente y terminamos todos cuerpo a tierra. Era difícil
entender la actitud norteamericana y esos grupos acusaban a Torrijos de burgués y
proyanqui. Era más difícil todavía entender esa posición. La derecha norteamericana y
estos grupos de izquierda eran los más fuertes adversarios de los tratados.Chuchú temía
que la CIA o la derecha norteamericana intentaran asesinar al general. Y también tuvo
razón: una bomba hizo estallar el avión de Torrijos en pleno vuelo. Estados Unidos no
podía dar marcha atrás con los tratados, pero iba a preparar el terreno. Después de la
muerte del general fue la invasión. Finalmente, a regañadientes, el canal fue devuelto a
Panamá. Es un buen motivo para brindar por Omar Torrijos, por Chuchú y por los
panameños que dieron su vida por esa causa, que es una causa latinoamericana. Aunque las
buenas causas hayan pasado de moda.
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