A River le alcanzó con poco para sumar el punto que necesitaba. Sacó ventajas Pereyra en el primero y definió con penal de Saviola, goleador del torneo, en el segundo. Sobre el final, San Lorenzo apuró y llegó a empate con dos conquistas de Romeo. Hubo bochorno intermedio y festejo final |
Por Juan Sasturain A esta hora, exactamente, había un niño en la intendencia... El pibe Martín A. se aburrió de esperar en la intendencia del club. Lo trajeron, perdido, antes de que empezara el partido. Con la camiseta holgada, el colorido gorrito de picos con cascabeles y haciendo pucheros, parecía un personaje de la Commedia dell'Arte con la función suspendida. Dieron el aviso por la voz del estadio y se esperó a que lo fueran a buscar. Nada. Durante un rato hubo quien lo cuidara, una mujer policía que le arrimó un helado para calmar su tristeza. El nene se animó un poco cuando le regalaron una banderita para que se entretuviera, pero de ir a buscarlo, nada. De afuera llegaban ruidos crecientes y comenzó el partido. "Quedáte ahí", dijo la cana, y Martín se quedó solo. La voz del estadio avisó reiteradamente que se había extraviado, que alguien --padre, tutor o encargado-- fuera a buscarlo. Y nada. Cuando el padre al fin apareció, al fin del primer tiempo, algún chistoso le había cambiado la camiseta al pibe por la del otro equipo. "¿Quién fue el hijo de p...?", se quejó el padre acalorado, apuradísimo por volver a su lugar tribunero. Fue lo único que se le ocurrió decir. A esa hora, exactamente, había animales en la tribuna... Antes del partido, los hinchas de River se dedicaron a bombardear su zona de influencia como si pusieran un cerco de obuses entre la cancha y su popular. Eran bombas de estruendo de potencia media, tiradas al complejo fotógrafo-policial (compartían indumentaria y padecimientos) que estaba afectada laboralmente en la zona. La voz del estadio que pedía por Martincito hablaba también, eufemísticamente, de sanciones por el uso de pirotecnia. La hinchada de San Lorenzo no hacía nada. Sólo esperaba. Esperaba que el partido --a su entender-- estuviera definido para irrumpir. Y lo hizo tras el gol de penal de Saviola, pues diez minutos después sacó su artillería y desalojó a bombazos criminales a todos los fotógrafos de detrás del arco de Bonano al grito de: "¡La vuelta no la dan..!". Los fotógrafos invadieron la cancha, cortaron el partido por Elizondo y el árbitro esperó --presumiblemente-- que a los animales se les acabaran las municiones. Después, cuando San Lorenzo arrimaba al final, a uno que estaba con la mecha encendida casi se la hacen tragar. A esa hora, exactamente, hubo pibes en la cancha... Eso, exactamente: a los cuatro minutos del segundo tiempo, Pablo Aimar recibió en tres cuartos y aceleró, metió un par de cambios (de velocidad) con la pelota al pie y cuando entró al área, Ortiz lo bajó. Penal. A los cinco --un minuto después-- Saviola convirtió con solvencia un dificilísimo penal que, como el 2-0 a favor, es de lo peor que te puede pasar en la Argentina. A los 16 minutos del segundo tiempo, Leandro Romagnoli --que estaba un poco apagado, cansado por entonces-- cazó a y se casó con la pelota en el mediocampo y partió con ella con rumbo al área de River. Pasó tres, con pisadas y calesitas antes de que la jugada se interrumpiera y el Pipi terminara de justificar que se podía ir a dormir (ducha previa) tranquilo. Aunque la cuenta no le daba: los dos pibes maravilla de River pudieron más que el petiso solitario de San Lorenzo. A esa hora, exactamente, mientras había niños fanáticamente abandonados en la intendencia, animales sueltos e impunes en la tribuna y pibes talentosos en la cancha... El Apertura terminaba con justo campeón y con los ingredientes habituales para sustentar la vergüenza y la esperanza en dosis cada vez menos parejas.
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