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OPINION

El pacto

Por Raúl Kollmann

Sorpresivamente, Fernando Burlando reconoció públicamente lo que es un secreto a voces: que existe o existió un pacto entre el gobernador Eduardo Duhalde y los ladrones de Los Hornos. Públicamente, Burlando dice que a cambio de su testimonio, se le prometió la libertad mediante una conmutación de pena. En las 48 horas transcurridas desde la declaración de Burlando y hasta este momento, el ex gobernador Duhalde no salió a desmentir la especie. Hay que agregar también que a los abogados de Los Hornos no les pagan los delincuentes --lo confesaron las familias-- por lo que parecen más bien a sueldo del Ejecutivo provincial duhaldista, tal como lo señaló en su momento un conocido abogado ex comisario.

La vacilante respuesta del sucesor de Duhalde, Carlos Ruckauf, quien dijo que no conmutaría, pero tal vez sí, redondea las sospechas sobre la existencia del pacto. El flamante gobernador, que se llenó la boca con aquello de que hay que meterles bala a los delincuentes, parece dispuesto a hacer una conveniente excepción.

Desde el punto de vista jurídico, tal pacto es manifiestamente ilegal. Es la aplicación de una inexistente ley del arrepentido, sin juez de por medio y respecto de personajes que, según su propia versión, sabían que su misión era secuestrar al periodista. Además, de acuerdo con lo que dice la autopsia, le propinaron a Cabezas una tremenda paliza y --siempre aceptando su versión-- da toda la impresión de que participaron del crimen.

En el negocio Duhalde-Horneros queda flotando otro interrogante: ¿cómo puede saberse si los compraron para que digan la verdad o para que mientan? El dilema no es menor, teniendo en cuenta que la recolección de pruebas posteriores fue notoriamente unilateral y monopolizada por la Bonaerense.

La aparición pública esta semana del reclamo de Burlando para que le cumplan el pacto no es casual. Podría haber hecho una gestión reservada, pero quiso hacerlo públicamente, sobre todo como un mensaje a sus defendidos y a la administración bonaerense. Es que parece que los horneros están inquietos y podrían contar su verdad. Si no les cumplen, tal vez pateen el tablero.

 

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