Cambiar
precios relativos. Este es el primer gran objetivo del nuevo equipo económico.
Considerando que el tipo de cambio es intocable, José Luis Machinea decidió que es
preciso abaratar los no transables (bienes que normalmente no se importan ni exportan),
cuyo corazón son las tarifas de los servicios públicos privatizados. Altera así la
prioridad de Domingo Cavallo, cuyo mayor afán eran las inversiones en esos sectores,
financiadas con ingreso de capitales. Cavallo confiaba en un posterior ajuste espontáneo
de las tarifas, que salvo excepciones no ocurrió.
Machinea opera a dos puntas: por un lado,
quiere bajarles costos a los productores de transables (que compiten en el mercado local y
en el mundo con los productores de todas partes); por el otro, pretende abaratarles la
vida a las personas, a las que con la otra mano les quita plata del bolsillo por medio de
mayores impuestos directos e indirectos. Esta estrategia bifronte quedó ya delineada con
la rebaja telefónica que se anunció el martes, pero tiene que avanzar también sobre
otra clase muy diferente de bienes, como el peaje, las comisiones de las AFJP, los precios
de los medicamentos (insumo esencial del servicio de salud) y obviamente los abusos de los
bancos, etcétera.
Curiosamente, las consultoras coinciden en
que la deflación se acabó y el nivel general de precios subirá más de un punto a lo
largo del 2000. Lo vaticinan en base al repunte mundial del petróleo y otras commodities,
pero nadie parece contar con que Machinea conseguirá rebajas significativas en los no
transables, capaces de neutralizar la inflación importada y el aumento de algunos
consumos por la mayor carga tributaria. En realidad, aunque se sabe que en numerosos
precios hay mucho margen para descremar, es una incógnita hasta dónde piensa llegar
Economía.
La idea con que el equipo llegó al Gobierno
es que su gran misión --y casi única posibilidad-- es negociar con el capital
concentrado para obtener de él concesiones, como ha sucedido con Telecom y Telefónica.
¿A cambio de nada? No exactamente, porque siempre hay detalles que dependen del poder
político y significan dinero para los privados. Pero envolviéndolo todo hay una gran
transacción, en la que el gobierno de De la Rúa se presenta como custodio y servidor del
modelo, y pide a las grandes empresas y a la gran banca que lo ayuden. Si efectivamente lo
harán es otra cuestión.
Si el cambio de precios relativos que se logre por métodos
incruentos no alcanzase para enderezar el catastrófico rumbo del sector externo, se
entraría en la fase II de la crisis, que será un poco más movidita. |