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ENTREVISTA AL DIRECTOR DE CINE EDUARDO MIGNOGNA
"Hacer asados, andar en bicicleta y tomar mate con mi mujer: ésa es la felicidad"

Es cineasta. Y escritor. Y fue periodista. Su último trabajo, "El faro", fue premiada como Mejor Película en Oslo y hace diez días en Bruselas. Su reciente novela, "La fuga", presentada en setiembre, agotó la segunda edición. Y es probable que la veamos filmada en el 2000.

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Por Ana Larravide
t.gif (862 bytes)  Contador de historias, es director de cine, es escritor. Eduardo Mignogna también fue periodista y lo marca cierta definición del oficio: un periodista es alguien que mira, escucha y lee para los demás. Sus trabajos, de un modo u otro, tienen relación con lo documental. A veces decididamente, como en La salud de los ángeles o Angeles sin techo --algunos de sus testimonios sobre vidas marginales-- o como en "Horacio Quiroga" --capítulos para televisión filmados en Misiones-- o como en Flop, sobre la historia del teatro argentino (1990) o Evita, quien quiera oír que oiga (1983). Otras veces elige documentar sentimientos y nos da films como Sol de otoño o El faro que, hace diez días, fue premiada como Mejor Película en el Festival de Bruselas. Hace un mes y medio también fue premiada en Oslo.

--¡Qué linda música!

--Schubert.

--¡Cuántos libros!

--Son mis armas de seducción.

--¿Ah, sí?

--Seguro. En la cuna seducía recomendando Upa, que me trajo buenos dividendos, y después recomendé mucho El principito.

--¿Desde el triciclo, cuando lo llevaban a la plaza?

--¡Claro! De allí pasé a las cartas de Rilke.

--Recomendaba bien.

--Ahora soy lector de biografías.

--¿Ahora --veo-- seduce con La linterna mágica?

--Acabo de leerlo. ¡Cuánto ofrece Bergman! ¡Qué escritor extraordinario! --¿Por qué le gusta Bergman como escritor?

--Habla muy bien de los actores. No hace nunca referencia a su propia obra. Habla de las mujeres. Habla de los dolores. De los impuestos. De la diarrea (las diarreas lo persiguieron toda su vida). Describe a su hermano. Es el libro de un observador extraordinario. Tiene algo de embaucador. No sé si es posible descifrar su pensamiento. Lo que hace son grandes descripciones.

--¿Mi último suspiro, de Buñuel?

--Me gustó menos. Me pareció pretencioso. Prefiero, largamente, El cine según Hitchcock, la entrevista hecha por Truffaut.

--¿Y su propia historia? Hablemos de su infancia. ¿Me contará dos o tres, como dicen que hacía Fellini?

--¿Qué hacía?

--Cuando el marqués de Vilallonga lo entrevistó para El País de Madrid, al concluir, Vilallonga resumió: "Usted me ha contado que acompañaba a su padre, con un pequeño circo, a recorrer Italia; después lamentó que, como él era navegante, lo veía poco... y ahora me dice que su padre era fabricante de mermeladas. ¿Cuál de las tres historias es verdad?". "¿Cuál le gustó más?" sonrió Fellini.

--Yo tengo sólo una infancia --sonríe Mignogna--, pero en él, me gustan las tres. Y lo que dice sobre la vejez: cuenta en sus memorias que cuando llegó de Rímini se instaló en una pensión. Veía siempre a un hombre mayor (él entonces era muy joven) que, al fondo del pasillo, abría la puerta para irse y, cuando la estaba cerrando, la volvía a abrir, fuertemente. Miraba hacia adentro y volvía a cerrar. ¿Habría olvidado algo? Fellini no sabía qué pensar. Un día se lo preguntó. El hombre --le dijo-- buscaba su vejez: tenía miedo de verse adentro de la casa, viejo. Cuenta después Fellini que su primer síntoma de vejez lo sintió cuando descubrió que abría la puerta de su casa para ver si se encontraba, a él mismo, viejo. Es lindo ¿no? Algo así le pasaba a Liv Ullmann, en Cara a cara de Bergman: se cruzaba de cuando en cuando con su vejez...

--Que le daba miedo, hasta que se hizo amiga de ella.

--Esa es una cosa que me interesa en las biografías: ver con qué parte de sus vidas consiguen hacerse amigos los hombres. Qué aceptan de su personalidad, qué rechazan. Te voy a contar algo: en biografías, los escritores ingleses son casi los mejores, porque no se rescatan a sí mismos.

--¿Quiere decir que no se tienen lástima?

--Ajá, hay lugares donde uno no tiene perdón: realmente sabe que, ni siquiera escribiéndolo de la mejor manera, se salva de quedar mal. En soledad, sabe que ha sido mezquino, injusto o que ha cometido traición. ¿Cómo contar eso? Pedro Orgambide señala que hay quienes "se empeñan en contar sus memorias cuando están en condiciones de ser desmemoriados": al escribir, pintan mundos idílicos.

--¿Embellecen su historia?

--Creen hacerlo. Salvo los ingleses. ¿Leíste a Gerald Brenan?

--¿Memoria personal? Sí.

--¿Ves? Es descarnado. Escribir así debe ser doloroso. Pero vale la pena. ¡Dios mío! Un latino, agregaría: "en el fondo, lo que yo quise decir fue..." Brenan escribe sinceramente sus conflictos. Me gusta eso.

--Usted lo hace, en cine. Sus personajes muestran sus sentimientos, sin excusas.

--No sé. De mí no lo sé decir.

--El personaje de Roberto Darín, en El faro, no hace nada para "quedar bien".

--Lo único que puede hacer es alejarse.

--No es poco. Se precisa coraje para alejarse.

--Sí, aunque parezca una cobardía. Con Darín discutimos mucho esa escena final. No es una escena de impotencia sino de rechazo, con mucho dolor.

--En la escena final de El faro (que es, también, la del principio) por la lluvia, por la actitud de los personajes (solos consigo mismos aunque estuvieran reunidos) pensé que así sería Santa María, la ciudad de las novelas de Juan Carlos Onetti.

--"En Santa María lloverá siempre"... Me alegra que El faro te recordara eso... Mirá vos, ese hotel donde filmamos queda en Uruguay, sobre el río Santa Lucía. Dolly, la viuda de Onetti, vio El faro. Me llamó y me dijo que le gustaría que yo filmara El astillero. Pero --hace como diez años-- cedió los derechos a un director argentino. Así que para mí está interdicto. Pero algo de Onetti haré, algún día.

--Ustedes fueron amigos.

--Me gustaba mucho ir a tomar un tecito en su casa de Gonzalo Ramírez, en Montevideo. Me admiraba verlo escribir, con su letra de imprenta, en unas tarjetas de cartón que nunca corregía y se transformaban en novelas. Onetti tenía un conocimiento inmenso de las personas. Cuando una vez le preguntaron cómo podía escribir como lo hacía, contestó simplemente: "Si hay ternura, sale".

--¿Usted cree lo mismo?

--Sí, me parece que es así.

--Onetti es mordaz, con ternura y todo.

--Usaba el cinismo y el humor como formas de decir la verdad. Pero era profundamente tierno. De él recuerdo --lo mismo que de Rulfo-- que, cuando le hacían entrevistas, no contestaba rápido.

--No hay por qué hacerlo.

--No. Pero hay quienes esgrimen micrófonos y preguntan como si salieran de cacería. En sus ojos ansiosos vemos la súplica de que uno sea efectivo, rápido y brillante. Ese tipo de entrevistas suprime el placer que puede dar una conversación cuando hay confianza para hablar y sensibilidad para escuchar. Cuando incluso se puede decir tranquilamente "no sé".

--¿Qué cosas no contaría en una entrevista en la que esperaran que fuera rápido y brillante?

--Lo mucho que me gusta hacer un asado en mi casa, con todos mis hijos... O la felicidad que me da andar en bicicleta los domingos de mañana y, al volver, tomar unos mates con mi mujer al lado. ¿Cómo contar eso para que le interese a alguien?

--Así nomás.

--Te gustan las historias sencillas.

--Me gustan las historias. Vine a escuchar la suya. Sé que fue hijo único...

--Sí, vivíamos en Villa Pueyrredón... Mis padres se amaban locamente, vivían muy felices. Mi padre trabajó siempre como pianista de tangos. Era un tipo encantador, lleno de amigos. De muchacho, saltaba las paredes del caserón donde vivía, en Palermo, y se iba a tocar con Aníbal Troilo: fue el pianista de su primera orquesta. Mi abuelo era jefe de la estación de ferrocarril de Los Cardales. En su casa, de niño, pasé los veranos. Jugaba en la estación, en los vagones vacíos, con los boletos. Mi abuelo usaba un reloj de bolsillo que, al abrirse, además de la hora mostraba el recorrido del tren... Desde entonces siempre, en mi vida, en mis relaciones, aparecen los trenes. Me queda, de esa época, algo por lo que nunca termino de ser urbano, algo de perder la mirada en el horizonte. Después, ya adolescente, además de ir al colegio y jugar al basketball, tenía mis insomnios y escribía poesía. Un día, con veinte años, saqué un pasaje de ida a Europa y me fui.

--¿Qué dijeron sus padres?

--Mis padres fueron comprensivos. Yo quería conocer el lugar de donde habían venido mis bisabuelos. Aquel primer viaje a Europa lo hice con mi primo Norberto. Primero vivimos en España; andando el tiempo, Norberto se casó y se quedó allí. En cuanto a mí, si bien Italia me dio el reencuentro con mis raíces, España me lanzó a la vida. Y a la literatura. Frecuenté las peñas madrileñas (era 1964). Conocí escritores, poetas. A Rafael Alberti, a don José Bergamín, al hijo de Valle Inclán, que usaba la misma barba que su padre. Al vasco Porrúa. Y todos me decían "¡Dame el tú, muchacho, dame el tú!" con aquella cordialidad, aquel humor.

--¿Cuál era su peña en Madrid?

--Yo iba al café Sahara. También iba por allí Perón, a otra mesa. Otras grandes peñas eran las de El Ferroviario, frente a la fuente de Cibeles, y la del Café de Pombo. Después, en Italia, lavé platos unos seis meses en una trattoría, hasta que pude entrar en ANSA, la agencia de noticias. Fue una buena escuela. Esa estadía en Europa duró seis años.

--Y volvió.

--Volví. Al llegar a Buenos Aires, casi enseguida entré a trabajar en una compañía de cine publicitario. Hacía columnas sonoras, ¡mi primer trabajo en cine! Aprendí a valorar el diagrama de sonido. Fellini --cuentan-- a veces hacía recitar números a sus actores: "due, otto, venti" y después los doblaba; las filmaciones empezaron a tener respiración a espaldas de los protagonistas cuando con Visconti apareció el mundo en off: la riqueza de lo que también sucede en el entorno. El cine americano aporta su técnica, bandas de sonido, mezclas impecables. Pero las grandes ideas sobre sonido las he visto en el cine francés: Godard, en Pierrot el loco acentúa la paranoia del protagonista cuando al apagar un cigarrillo en el cenicero hace un ruido descomunal. El sonido en una película me maravilla tanto como la filmación.

--¿Qué felicidad le depara su trabajo?

--Que los actores transformen en posible y tangible lo que imaginé. ¡Verlos moverse y decir el texto! Nunca pierdo ese regocijo.

--¿Prefiere ver la vida como una comedia o como un drama?

--Me gusta reírme. Pero la vida viene con todo. No aceptar lo que trae, si duele, sería desconocerla en parte. Los juegos más fáciles son con risas y premios. A mí me gusta un juego más profundo: mostrar o insinuar sentimientos y que la gente se pueda sentir identificada.

--Hace poco, filmó en Francia.

--Sí, hace unos meses, me llamaron para filmar Coup de lune, de Simenon, con Gregoir Colin.

--¿Y ahora?

--Ahora estoy trabajando en Fare l'América --el guión con Graciela Maglie, otra vez-- que es una coproducción con Francia e Italia. Una historia que resultará familiar, para muchos. Más adelante, me gustaría hacer la de dos músicos: Pase lo que pase.

--¿Es un título? ¿Cómo será Pase lo que pase?

--Será una historia de separación y reconciliación.

--¿Por qué se separa la gente?

--La vida a veces plantea separaciones.

--¿Podría decir que hay sentimientos sin los que no se puede vivir en pareja?

--¿Vos podrías elegir dos?

--Creo que sin alegría y sin generosidad no se puede.

--Eso se precisa para la vida, siempre. Pero sí, son fundamentales entre quienes eligen vivir en común. La generosidad y la alegría vienen de la mano. O se van juntas.

--¿Por qué a muchas personas les cuesta expresar sus sentimientos y sus deseos?

--Creo que por un miedo inútil. Uno es muy pretencioso al imaginar la trascendencia que tendrá lo que exprese: "Si yo le digo, me dirá y yo le diré y entonces pensará..." --presuponemos-- cuando en realidad, todo es más simple. Un pensamiento sincero se puede decir con sencillez. Busco eso en las películas que hago. Busco toda la sinceridad disponible. Suelo encontrarla.

--¿Algo lo disgusta especialmente?

--Los sentimientos de burla.

--¿Dónde los encuentra?

--En ciertas relaciones entre la gente. En programas de televisión... Se han mostrado hasta en la presidencia de la República, en la Corte. Burlarse es despreciar al otro, desconocer su capacidad de no dejarse engañar. Cuando desde una situación de poder se autoriza la burla, se crea una gran confusión en los ciudadanos.

--¿Qué confusión?

--Cuando hay un gobierno indecoroso, hay quienes se excusan por volverse también indecorosos y roban por su parte, creyendo que roban a un gobierno ladrón. O se alegran de que otros lo hagan. Pero una cosa es el gobierno y otra el Estado. Robarle al Estado es robarle al pueblo, a nosotros todos. Felicitarse por atropellos al Estado es una confusión de la civilidad. Otra cosa, distinta, es la rebeldía.

--¿La rebeldía?

--La rebeldía es darse cuenta de la pretensión de engaño, que puede venir de cualquier orden establecido, y no aceptarla. Creo que, en parte por eso, tienen tanta aceptación las historias de outsiders con códigos propios, de indomables que intentan vivir con libertad su vida: hay una identificación de la gente, que desearía ser así.

--¿Pensó eso cuando escribió La fuga?

--No lo premedité. Pero debió haber algo de eso. Esos fugados --salvo dos, que eran indeseables-- esos tipos que "se olivaron"... pretenden salirle al encuentro a la vida como pueden, intentando algo, enamórandose, escapando de nuevo, prometiendo volver...

--La fuga fue editada en setiembre.

--Sí. Y ya preparan la tercera edición. Acaban de proponerme, además, una posibilidad para filmarla durante el 2000. Ojalá. Veremos.

--Ha quedado pendiente su proyecto de filmar Cuatrocasas. (El libro que le valió la amistad de Onetti y Cortázar después de que --como jurados, en 1975-- le dieron el Premio Casa de las Américas.)

--Pienso que Cuatrocasas lo filmaré más adelante. Quiero mucho a ese libro. Pero no quiero detener otras cosas. Todo tiene su hora.

--¿Le preocupa el paso del tiempo?

--Creo que uno se preocupa pensando que lo pierde o sintiendo que hay esperas muy largas. Pero las cosas suceden como si maduraran con un ritmo propio. Como en el cuento de Borges, "La cita era en Samarcanda".

--¿Le gustaría que le hicieran una carta astral o que el tarot le diera indicios de su futuro?

--No. Creo que lo que lleva a esas consultas es el afán de querer saber rápidamente si uno es querido o no. Yo no iría, por miedo. Por miedo de no tener la sorpresa diaria de la vida.

--¿No le tiene miedo a lo que no conoce?

--Miedo, no. Siempre hay recursos para las situaciones nuevas. Lo interesante, precisamente, es encontrarlos. A mí, la vida me cambia de tanto en tanto lo que conozco, los sitios donde vivo, la gente que me rodea. Aun los hijos: son personas diferentes, siempre. También los amigos que crecen bien: cuando volvemos a encontrarnos, me deparan una amistad diferente, algo desconocido.

--¿Será que, como Fellini, para resultar entretenidos, sus amigos inventan historias?

--O será que se atreven a creer en sus historias.

--¿Cómo es eso?

--Cada uno tiene sus historias y las vive, en esa ambigüedad que es el tiempo. Vos, que naciste allí, tal vez recuerdes la definición que daba Borges de Montevideo.

--¿"El Buenos Aires que tuvimos"?

--"Montevideo, puerta falsa del tiempo".

 

¿POR QUE MIGNOGNA?

El contador de historias

"Rodar películas quiere decir, en primer lugar y ante todo, contar una historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero no debe ser jamás banal. Es preferible que sea dramática y humana: una vida de la que se han eliminado los momentos aburridos".

Esto lo dijo Alfred Hitchcock, maestro de cómo contar, cómo establecer complicidad con el público, cómo encontrar "un pretexto" para comenzar un relato (pretexto del que después uno puede olvidarse y seguir).

No es nada fácil contar historias. Yo prefiero escucharlas. Desde chiquita me ha gustado que me las cuenten. Y valoro a quienes saben hacerlo.

Una historia bien contada conmueve siempre algo en uno. Nos sacude un prejuicio, nos ilusiona en algo, nos habla de los otros y de nosotros mismos. A veces una historia tiene música (un farol, un portón... igual que en un tango). A veces toma forma de edición de bolsillo. A veces se rueda en 36 milímetros.

Eduardo Mignogna sabe de estas cosas.

Larga vida a los contadores de historias.

 

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