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OPINION

Un país más asiático

Por Claudio Uriarte

Cualquiera sea el resultado definitivo de los comicios legislativos de ayer, Rusia está en franca deriva hacia un antagonismo cada vez mayor con el mismo Occidente que la subsidia para que no quiebre, y la situación no cambiará sustancialmente si el próximo presidente (a ser elegido en junio de 2000) es el comunista Guennadi Ziuganov o los ex jefes de inteligencia Yevgueni Primákov o Vladimir Putin (o si lo sigue siendo Boris Yeltsin, por vía de alguna clase de autogolpe). Esto es así en parte por culpa del mismo Occidente que, temiendo el arsenal de la segunda superpotencia nuclear, se dedicó estos últimos nueve años a subsidiar a una administración crecientemente corrupta y a unos complejos industriales ineficientes y mafiosos sin exigir a cambio reformas económicas serias. Entonces, en agosto de 1998, la economía entró en crisis, y la respuesta occidental, como a esta altura se había vuelto inevitable, fue dar más dinero. El problema es que los rusos creen ahora que los sufrimientos de estos años han sido consecuencia del tránsito al capitalismo, cuando lo que verdaderamente ocurrió fue una falsa megaprivatización en que los viejos apparatchicks de la industria estatal (como el ex primer ministro Viktor Chernomyrdin, nunca demasiado lejano del emporio energético Gazprom) se "vendieron" a sí mismos la titularidad de las empresas, que en algunos casos (como es notorio en Gazprom) se convirtieron en Estados dentro del Estado que podían ahorrarse la molestia de pagar impuestos por el sencillo trámite de mantener en su lista de pagos a oficiales del Ejército y funcionarios de los llamados "ministerios de fuerza" (Defensa, Interior y ex KGB), así como a miembros del entorno presidencial. Por esta lógica perversa, el temible FMI (bajo directiva norteamericana) se convirtió en un benevolente Papá Noel perdonavidas y distribuidor de regalos a sus propios enemigos, que traicionaron la confianza del pueblo ruso y que tratan de sublimar sus fracasos con ejes geopolíticos antioccidentales (como con Pekín) o intentos de recomponer partes de la maqueta de la vieja URSS (como en el proyecto de fusión con Bielorrusia). Por aquella misma lógica perversa, los llamados a limitar o detener la ayuda aparecieron sólo en respuesta a la guerra de Moscú contra los separatistas en Chechenia, lo que ignora la legitimidad de la frontera rusa y refuerza en el pueblo ruso la sospecha de que Washington tiene designios imperiales. Por todo esto, gane quien gane ahora o en junio, la Rusia europea pierde ante la Rusia asiática.

 

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