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Por Eduardo Fabregat Sobre el escenario, Andrés Ciro canta "Arco, despacio tiro/ en un segundo se derrumba de un suspiro". Desde allí, como desde la platea de Atlanta, el panorama es espectacular: un mar de gente saltando, elevando los brazos, enmarcado por una multitud de banderas, el resplandor de las bengalas de todos los colores y el súbito estallido de los fuegos artificiales. Es un típico final de ceremonia piojosa, pero también una más que adecuada despedida del año para el quinteto del Palomar. En 1999, la actividad discográfica de Los Piojos se limitó al disco en vivo Ritual. Precisamente, una de las grandes cualidades del grupo es su performance sobre las tablas: por eso, y por otras cuestiones relacionadas con el universo rockero porteño, la cita de Atlanta era casi una cuestión de honor. Sobre todo porque Los Piojos suelen responder con creces a la expectativa. La gran masa de público amante del rock, por otra parte, anda ávida de rituales como el del sábado. Así quedó demostrado en las dos noches a lleno de La Renga en el estadio de Huracán, a comienzo de mes, y así quedó demostrado por la respuesta al show de Viejas Locas en el Autopista Center. Claro que a ese público, en este final de temporada, le está faltando la ceremonia mayor, aquella en la que dan el presente los públicos de esos tres grupos, y de Divididos, y de Las Pelotas y de Los Caballeros de la Quema. Esta vez, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota no convocaron a su usual show de diciembre: los disturbios de Mar del Plata y la actual actividad de estudio del grupo señero del rock que mueve multitudes llevaron a este silencio de escenario. Quizá por eso, por la noción de que ésa bien podía ser la última cita del '99, las bandas piojosas parecieron redoblar su entusiasmo, llenando Atlanta de luces, trapos y fervor. Por supuesto, Los Piojos le dan a su público suficientes elementos para justificar esa pasión mezcla de rock y fútbol. De hecho, el show de Atlanta le agregó solidez a la teoría de que, en todos estos años de crecimiento público, Los Piojos suenan cada vez mejor. Movido por una sana ambición de investigar en los ritmos rioplatenses, el grupo le supo agregar a su ideario stone todo un universo de colores y giros musicales que identifican su propuesta más allá del rock and roll. Entonces, en la extensa lista presentada en el estadio de Villa Crespo hubo lugar tanto para el intenso cover de "Let's spend the night together", como para el candombe energético de "San Jauretche", la dulzura de "Todo pasa" o los experimentos con percusión africana del intermedio realizado después del añejo "Los Mocosos". Y todas esas expresiones estilísticas encontraron una calurosa respuesta. El primer signo de la noche, sin embrago, fue de alarma. Quince minutos después de las 22, las luces se apagaron para dar paso al rugido de la multitud y las bengalas. Pero, apenas comenzado "Esquina libertad", el tema dedicado al Che en Tercer Arco, una esquirla voló hasta la batería y hubo que parar. "Che, tranquilos con las bengalas, que casi le pegan a Dani", pidió Ciro, y la paz volvió de inmediato. Entonces sí, la fiesta quedó desatada. Con una cuidada puesta de luces y cuatro muñecos gigantes que dominaban la escena, Los Piojos sólo debieron lidiar con el viento, que llevaba al sonido caprichosamente de un lado hacia otro. A pesar de ello, bastó con que sonaran los primeros acordes de "Taxi boy" para que quedara claro que ni el cielo blanco de tormenta podría arruinar el encuentro." No digamos nada... Está linda la noche, ¿no?", arengó Ciro antes de embarcarse en el ya clásico juego de acompañar "Ay ay ay" con las palmas de toda la gente. A lo largo de las más de dos horas de show, el grupo demostró la experiencia adquirida en eso de manejar climas, desde el aire festivo, casi bailantero, de "Desde lejos no se ve" al tono bastante más oscuro de "Quemado", con una frase que se repetía en un par de banderas colgadas en las populares: "Veo náufragos en alcohol y mujeres inalcanzables/ a quien castigarán hoy en lugar de los culpables". Curiosa combinación de conciencia y a la vez festejo de barrio, Los Piojos cuentan además con una apreciable combinación de potencia rítmica -el tándem Micki Rodríguez/Daniel Buira puede llevar a pulso lo que desee--, un entramado de guitarras que ha crecido y mucho con el correr de los años, y el innegable carisma del cantante, que sobre el final del show procedió al "sacrificio" de la célebre cucaracha bailarina de "Fumigator". En el césped y en las tribunas se repetía el cántico futbolero y el trapo al viento, un rito llevado al paroxismo con la enésima versión ardiente de Maradó, acompañada por virtuosas imágenes del Diez en las pantallas y sus botines junto al micrófono de Ciro. De todos los grupos que honran a la tradición del rock and roll de las pampas, Los Piojos son quienes quizás mejor explotan su lado lúdico e integrador de otras tendencias. El swing -sección de vientos incluida-- de "El rey del blues (B. B. King)", la poderosa versión de "Yira Yira" y la referencia a "Por una cabeza" antes de "Don't say tomorrow", el inédito y notable "Luz de marfil", el coro Chiquicanto de Mataderos en la emotiva "Agua", el llamado a la última apoteosis de "Arco", fueron cayendo como capítulos del generoso libro musical que el grupo está empeñado en honrar. Allí puede leerse que "Vida, la vida, la vida embrutecida, canalla, torcida/ avanza enloquecida y no hay quien la pare/ avanza convencida sobre la gran ciudad". Allí, también, puede encontrarse un antídoto que se resuelve en compases. Y entonces no hay barreras para la fiesta.
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