UNO De las muchas formas posibles en las que se puede dividir a los seres humanos, tal vez ninguna brinde mayores sorpresas y gratificaciones que aquella que separa a los que son exactamente iguales en persona a como aparecen en las fotos de los que poco y nada tienen que ver en la realidad con sus dobles de película y revista. El fenómeno se hace todavía más apasionante con los famosos. Así, Stallone es más bajo, Uma Thurman más fea, Tom Cruise es --todavía-- más insípido, Bob Dylan más curtido, Martin Amis más cabezón y así hasta que cae la noche. Ahora es mañana de lunes y, en una sala del hotel Ritz de Barcelona, Woody Allen es exactamente igual a como se lo ve en sus fotos o en sus films. Camina igual, habla con la misma voz. Woody Allen se pone de pie, se sienta con la elegancia de quienes han inaugurado una tipología, soporta los latigazos de los flashes de las cámaras con el estoicismo de un Espartaco que olvidó hacer el curso de Charles Atlas. Sonríe torcido y resignado y unos cordones separan al fotografiado de los fotógrafos --al desalmado de los ladrones de almas-- como si Woody Allen fuera un cuadro de Da Vinci o una roca de la luna. Da igual. Woody Allen como signo definitorio de sus tiempos, como casi pieza de museo. No tocar. DOS Woody Allen recorre ahora Europa como parte de la promoción de su nuevo film. Otra pequeña gran película, otra gran pequeña película. Otra vez: da igual. Woody Allen es una de las pocas personas por las que vale la pena seguir apostando. Y él lo sabe. Ahora, en Sweet and Lowndown, el director de Robó, huyó y lo pescaron y Zelig vuelve a valerse del recurso del falso documental para narrar las idas y las vueltas de Emmet Ray, creíblemente apócrifo e insoportablemente egocéntrico guitarrista de jazz primigenio con cara de Sean Penn y construido a partir de fragmentos de Django Reinhardt y sus contemporáneos. Biografía contradictoria e inasible que --me dice Allen-- sólo puede ser narrada desde el formato documental: "Una forma clásicamente norteamericana de hacer memoria, de asentar los hechos". Allen me explica que alguna vez le gustaría filmar y firmar un documental verdadero y lo dice con esa voz y ese tartamudeo y esa forma de hundir la cabeza entre los hombros y... Nadie hace de Woody Allen como Woody Allen y, si no existiera, sólo Woody Allen podría inventarlo para contar su vida. TRES La vida de Woody Allen aparece en muchos libros de los cuales recomiendo dos. El primero es de 1992 y es anterior al escándalo Mia Farrow/Soon-Yi y está firmado por Eric Lax y es la pura e irreprochable biografía de un artista puro contada desde esa obra que es su vida. Es la historia de un creador mayúsculo que define a buena parte de este siglo y a quienes lo habitan y lo han habitado. Es la vida de una persona y no de un personaje. El segundo es de 1998 y ya muestra, en sus tramos finales, a un Woody Allen todavía más famoso por todas las razones incorrectas. Está firmado por John Baxter y acaba narrando el periplo típico de uno de esos héroes judíos de novela de Bernard Malamud o Philip Roth. O de película de Woody Allen, claro. CUATRO Woody Allen alguna vez dijo que "mi único pesar en la vida es no ser otra persona". Lo dijo en broma y --propiedad ineludible y freudianamente inconsciente en los mejores chistes-- lo dijo en serio. Lo dijo con el pesar de quien sabe que ya no puede volver a casa: su persona es parte indivisible de sus personajes. Imposible no entender sus ficciones cinematográficas como parte de una autobiografía en tránsito así como se hace difícil no ver al Woody Allen protagonista de ese documental on the road y jazz que es Wild Man Blues como uno de sus más logrados alter egos. Así están las cosas, para bien o para mal. CINCO En el hall del hotel Ritz hay una nena llena de curvas que llegó con el libro de Lax (el libro donde, sorpresa, se nos revela que Allen fue un gran atleta durante su adolescencia destacando en varios deportes) para que la persona/personaje se lo filme. No lo consigue, pero no por eso deja de suspirar un "Ay, es todavía más guapo en carne y hueso". Alguien recuerda el hecho de que la continuidad de la leyenda está asegurada: Satchel, hijo de Woody Allen con Mia Farrow, acaba de ser certificado como genio y se apresta a entrar en la universidad de Columbia con apenas doce años. La nena vuelve a suspirar. Suspiro merecido y ventajas, supongo, de quien siempre fue igual a sí mismo y que goza ahora del privilegio que alguna vez fue condena: ser siempre igual, haber sido primero, seguir siendo un número uno en lo suyo por la sencilla razón de no responder ante nadie salvo ante el más despiadado de los patrones: uno mismo. SEIS Ahora, en la conferencia de prensa, Woody Allen vuelve a actuar de Woody Allen, de la persona y del personaje. Los límites se hacen difusos y está claro que lo hace por obligación, porque son las reglas del juego. No importa. Contemplarlo un rato, tratar de importunarlo lo menos posible, reírse de sus chistes serios como uno se ríe de sus seriedades chistosas en sus películas. Actividades siempre gratificantes, porque ¿cuántos famosos merecen nuestro anónimo respeto? De ahí que ver a Woody Allen en persona y de cerca te alegre el día por más que se defina como un tipo que querría ser otra persona mientras tantas personas querrían ser como ese tipo. |