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OPINION

¿Provincia o colonia?

Por James Neilson

Con la posible excepción de los aludidos mismos, todos concuerdan en que los responsables del desastre correntino son los prohombres de la clase política provincial. Los propios correntinos dicen que sus "dirigentes" han robado "hasta las baldosas", dejando a los demás en la miseria. Según el ministro del Interior Federico Storani, los culpables del "clientelismo y la prebenda" tendrán que pagar por sus fechorías. ¿En verdad? En democracia, quienes tienen la última palabra son los votantes y no existe motivo alguno para creer que los correntinos --o los santiagueños, catamarqueños, riojanos, etc., etc.-- estén por preocuparse por la moral de los poderosos. No son suecos que rehusarían tolerar la presencia en el gobierno de presuntos mafiosos ni singapurenses que entienden que la corrupción, lo mismo que la ineficiencia, depaupera. Si lo fueran, la Argentina sería otro país.

El destino de los pueblos depende de su cultura político-económica. El estado calamitoso de muchas provincias del interior se debe a su resistencia sin duda natural a adaptarse a las circunstancias imperantes. Aunque la mayoría lamenta las consecuencias del atraso --la pobreza extrema, la desnutrición, el abandono de la educación, la desidia sistemática, políticos que privilegian a sus parientes y sus amigos personales porque son los únicos en que confían, protestas duramente reprimidas--, pocos están dispuestos a reconocer que "la gente" también tendrá que modificar muchas actitudes si quiere salir del pozo. Claro, es más agradable creerse víctima de la maldad ajena que saberse una parte, por mínima que fuera, del problema, pero a la larga el conservadurismo así supuesto es suicida.

En buena parte del interior predomina la mentalidad colonial: los que mandan son caprichosos y sería mejor engañarlos. Los dirigentes no se proponen compartir la suerte de sus comprovincianos. Actúan como delegados ante la metrópoli, fuente tradicional del dinero salvador y de "soluciones", no como personas que de quererlo podrían impulsar los cambios precisos para que sus provincias avancen hacia la prosperidad primermundista. Y, como tantos funcionarios coloniales que desprecian afectuosamente a los demás indígenas, pronto adquieren el hábito de dar prioridad a sus intereses personales, lo cual es una forma de acercarse más al poder central, actitud que los menesterosos cohonestan por entender que en el mundo que les es familiar la astucia vale muchísimo más que la rectitud y que de todas las virtudes la "lealtad" personal es por lejos la más importante.

 

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