Con
la posible excepción de los aludidos mismos, todos concuerdan en que los responsables del
desastre correntino son los prohombres de la clase política provincial. Los propios
correntinos dicen que sus "dirigentes" han robado "hasta las
baldosas", dejando a los demás en la miseria. Según el ministro del Interior
Federico Storani, los culpables del "clientelismo y la prebenda" tendrán que
pagar por sus fechorías. ¿En verdad? En democracia, quienes tienen la última palabra
son los votantes y no existe motivo alguno para creer que los correntinos --o los
santiagueños, catamarqueños, riojanos, etc., etc.-- estén por preocuparse por la moral
de los poderosos. No son suecos que rehusarían tolerar la presencia en el gobierno de
presuntos mafiosos ni singapurenses que entienden que la corrupción, lo mismo que la
ineficiencia, depaupera. Si lo fueran, la Argentina sería otro país.
El destino de los pueblos depende de su
cultura político-económica. El estado calamitoso de muchas provincias del interior se
debe a su resistencia sin duda natural a adaptarse a las circunstancias imperantes. Aunque
la mayoría lamenta las consecuencias del atraso --la pobreza extrema, la desnutrición,
el abandono de la educación, la desidia sistemática, políticos que privilegian a sus
parientes y sus amigos personales porque son los únicos en que confían, protestas
duramente reprimidas--, pocos están dispuestos a reconocer que "la gente"
también tendrá que modificar muchas actitudes si quiere salir del pozo. Claro, es más
agradable creerse víctima de la maldad ajena que saberse una parte, por mínima que
fuera, del problema, pero a la larga el conservadurismo así supuesto es suicida.
En buena parte del interior predomina la mentalidad colonial:
los que mandan son caprichosos y sería mejor engañarlos. Los dirigentes no se proponen
compartir la suerte de sus comprovincianos. Actúan como delegados ante la metrópoli,
fuente tradicional del dinero salvador y de "soluciones", no como personas que
de quererlo podrían impulsar los cambios precisos para que sus provincias avancen hacia
la prosperidad primermundista. Y, como tantos funcionarios coloniales que desprecian
afectuosamente a los demás indígenas, pronto adquieren el hábito de dar prioridad a sus
intereses personales, lo cual es una forma de acercarse más al poder central, actitud que
los menesterosos cohonestan por entender que en el mundo que les es familiar la astucia
vale muchísimo más que la rectitud y que de todas las virtudes la "lealtad"
personal es por lejos la más importante. |