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El País Por Luis Matías López El triunfo comunista es un espejismo. Es verdad que el único partido digno de ese nombre en Rusia mejora en dos puntos sus resultados de 1995, pero disminuye su número de escaños a 111. Sus rivales quedan muy atrás, y Unidad obtendrá alrededor de los 76. Sin embargo, ni aunque se le sumen a la formación de Guennadi Ziuganov los diputados de sus potenciales aliados puede aspirar a renovar un dominio de la Cámara que ha marcado conflictivamente las relaciones entre el Legislativo y el Ejecutivo los seis últimos años. Bien podían Yeltsin y Putin cantar ayer victoria. La nueva Duma será, con toda seguridad, más dócil a los dictados del Kremlin y podrá abrir paso a reformas relegadas, como la fiscal y la de la propiedad privada de la tierra. También hará más factible la ratificación del tratado Start II de limitación de armas nucleares, que los comunistas han bloqueado durante años. El ex jefe de espías Primakov ha perdido estrepitosamente las "primarias" presidenciales. Y Putin, sin despeinarse, sin ser siquiera candidato, apoyado en su imagen de "duro" capaz de imponer respeto a los rebeldes chechenos, se proyecta todavía con más fuerza hacia el relevo de Yeltsin en junio del 2000. El fue el gran ganador el domingo. Tanto Unidad como la Unión de Fuerzas de Derecha hicieron bandera de su apoyo al primer ministro. Hace cuatro años el enemigo a batir por el Kremlin fue el Partido Comunista. En esta ocasión lo era Luzhkov, que prometía pasar factura por los abusos que han marcado el tránsito salvaje del comunismo al capitalismo en Rusia. La perspectiva más verosímil es que el próximo junio el candidato del Kremlin (probablemente Putin) vuelva a enfrentarse al candidato "rojo" (probablemente Ziuganov). Sería una lucha desigual en favor de Putin y que preludiaría más y más años de la misma receta con que se alimenta el país más grande del mundo desde que la URSS saltó en pedazos, a finales de 1991. El único factor que puede jugar en contra de Putin es que éste no consiga tener satisfecho a Yeltsin hasta entonces. En menos de dos años, el líder del Kremlin dio muestras de sobra de que nadie se puede sentir seguro en el sillón de primer ministro. Serguei Shoigú, ministro para las Situaciones de Emergencia y líder de Unidad, declaró ayer que aún no ha optado entre el gobierno y la Duma. Pese a tomarse teóricamente unas vacaciones para participar en la campaña electoral, financiada en la práctica por el Kremlin, el ingeniero Shoigú buscó votos donde era más fácil cosecharlos: la guerra de Chechenia. La televisión estatal se puso a su servicio y lo mostró repetidamente en "misión humanitaria" en la república caucásica. Shoigú, con su aspecto de buen chico que cualquier madre querría que su hija invitase a cenar, es uno de los rostros más populares de Rusia. En un país marcado por las catástrofes naturales, siempre ha estado en primera línea después de terremotos, inundaciones, sequías, huracanes, incendios, epidemias e incluso atentados. Ahora, por lealtad o ambición, colabora para evitar otra catástrofe que sería natural en cualquier país menos en Rusia: que Yeltsin y su entorno dejen el poder.
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