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EL PRIMER DIA DE JAVIER SAVIOLA CAMPEON Y GOLEADOR
"Yes, we are the champions, we are the champions"

Festejó el título hasta la madrugada. Luego rindió inglés, estudió para la próxima materia y a la noche recibió el Olimpia.

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t.gif (862 bytes)  Sobre la mesa de la cocina estaban los diarios. El aparecía, invariablemente, en las tapas de todos, en cueros y feliz. Los miró de reojo mientras le servían el desayuno. Cansado, con sueño, volvió a su habitación y agarró los libros. Se bañó. Almorzó. Se cambió y salió rumbo al club. Al rato regresaba con otro premio para papá Cacho y mamá Mary: había aprobado inglés, una de las materias del cuarto año que se llevó a exámenes. Luego esperó mansamente la hora de partir a la fiesta del Círculo de Periodistas Deportivos en la que le entregaron el Olimpia de plata al mejor futbolista del año. Fueron las primeras horas de Javier Saviola campeón con River y goleador del torneo Apertura.

"Vino tarde, pero había avisado", dice la voz de un familiar que camina por la estrecha casa de la calle Dragones, en el Bajo Belgrano, donde todo es excitación, menos para el Pibito por el que han ofrecido 30 millones de dólares. Ser jugador profesional significó distanciarse del secundario que cursa en River, haber perdido la condición de alumno regular y contraer la obligación de rendir libre las materias. Ya dio varias, ayer a la tarde fue aprobado en inglés, le quedan "cuatro o cinco", según la voz que responde al teléfono. "Pero él les prometió a los padres que va a terminar la escuela, y va a cumplir", añade.

Javier Saviola cumplió 18 años el 11 de noviembre. Ha hecho fortuna temprana, casi a pesar suyo. Por él hubo medio país feliz, por sus gambetas suspiran varios clubes europeos, por sus goles llegarán cheques millonarios. Sin embargo, el goleador del Apertura lleva una vida alejada del estrellato y el vedettismo. Las tentaciones a las que sucumbe no pasan de salir a bailar con sus compañeros más cercanos: "La Banda de Río Cuarto" que forman los cordobeses Pablo Aimar, Guillermo Pereyra y Franco Costanzo. No tienen un lugar fijo, cambian de boliches porque ahora son conocidos, los rodean y pierden intimidad. Y nunca falta la cargada que invita a la reacción. De los cuatro, Saviola es el menor. Y el más callado. Pero es el que impulsa al resto a ver películas de acción o el que lleva los compactos de Andrés Calamaro para escuchar en los viajes hacia el Hindú Club o Ezeiza --lugar de entrenamiento de la Selección--cuando van en el mismo auto. Saviola es el único que no maneja. Todavía no tiene carnet. Y recién está aprendiendo a soltar el embrague al tiempo que aprieta el acelerador.

Hace casi dos años era suplente en la sexta de River hasta que Emiliano Díaz le avisó a su padre Ramón: "Tenés que venir a verlo, en mi división hay un pibito que la rompe y no lo ponen porque es chiquito". Ramón Díaz y Omar Labruna se convencieron apenas lo vieron y le dijeron que se quedara a entrenar con los profesionales. Ese día, Javier regresó más tarde de lo acostumbrado a su casa. Era de noche en el Bajo Belgrano y mamá Mary y papá Cacho esperaban en la puerta, asustados. Desde entonces, la vida de los Saviola cambió, pero no mucho. Hay madera de gente bien, común, humilde en esa casa. Los millones, los posibles millones, no alteraron la vida cotidiana, salvo el nuevo hábito de atender a los periodistas. "¿Amigos o amigos de ahora me pregunta...? Javier es muy amigo de un chico de salita de 3 y de algunos del primario y del secundario", dice la voz familiar en el teléfono. "¿Novia?... Digamos amigovia...", añade. En el fondo, en su pieza, quedaron en custodia sus cosas. Revistas, compactos, camisetas, el banderín de Excursionistas. Javier no está. Se fue a la casa de un amigo a repasar la próxima materia. "Pero en un rato vuelve porque se tiene que cambiar", dicen. Para ir a buscar el premio al Mejor Futbolista de 1999.

 

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