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Por Cristian Alarcón Los 24 hombres considerados como los más peligrosos reos del país están tras esa pantalla, tras ese vidrio blindado, tras esas rejas, sentados en unos calabozos especiales, a medio kilómetro del televisor en que son vistos. Así será su presencia en el juicio oral que les espera. Tanto se les teme que para juzgarlos son transmitidos como datos digitales por fibra óptica. Ayer ocurrió por primera vez: en una audiencia preliminar se estrenó un sistema de transmisión simultánea de imágenes y audio en la cárcel de alta seguridad de Melchor Romero. Servirá de base tecnológica para el juicio oral más peligroso de la historia. Es el que llevará adelante el tribunal que juzgará a los 24 acusados por el sangriento motín de Sierra Chica, aquel en el que los presos conocidos como "los apóstoles de la muerte" mantuvieron como rehenes durante ocho días a 17 personas, entre ellos una jueza, y se cargaron a por lo menos a siete internos, acuchillados, trozados, y finalmente incinerados en el horno de pan de una cárcel que en sí misma era ya famosa como el mismo infierno. André Gide podía sentir el olor de los acusados cuando era miembro del jurado del Tribunal de Ruán, en Francia, durante 1912, según contó luego en sus Recuerdos de la Audiencia Provincial. Hasta en la cárcel de Ushuaia los asesinos más cruentos de la historia criminal fueron entrevistados tête à tête por Osiris Troiani, antes de su clausura a mediados de siglo. Los tiempos violentos y la tecnología digital que corren en la cornisa del milenio relegan a la protohistoria tales sencilleces. El tribunal especial que juzgará la masacre --al que costó meses integrar por la cantidad de magistrados que se excusaron ante la tarea-- conjeturó largamente sobre cuál debía ser el mejor lugar y forma para desarrollar este juicio, que finalmente comenzará a principios de febrero. Recién ahora se sabe que los acusados no se moverán del penal más seguro del país, la Unidad 29, a 15 kilómetros de La Plata. "La cámara resolvió que por su peligrosidad evitarían el traslado a Azul donde debería haberse hecho el juicio", explicó ayer el procurador general de la Suprema Corte Bonaerense, Eduardo de la Cruz. El máximo órgano de Justicia fue quien licitó la instalación y operatividad de un sistema de transmisión simultánea para que los apóstoles puedan presenciar el juicio y a su vez estar conectados con la sala de audiencias viendo y escuchando lo que allí sucede, sin posibilidad de provocar una revuelta o amotinarse como en los viejos tiempos. Ni la jactancia literaria de Gide pudo imaginar el peor de los olores, el que soportaron saliendo de las chimeneas de Sierra Chica los familiares de los presos y los que cubrieron aquel motín al costado de una ruta, a 12 kilómetros de Olavarría entre el 30 de marzo y el 7 de abril de 1996 (ver aparte). Aquellos hechos fueron investigados en los tribunales de Azul por el juez Guillermo Arecha, y al final de su trabajo de más de tres años y cinco mil fojas de expedientes, la fiscalía elevó a juicio oral la causa 2954. En ella se acusa a un total de 24 presos por los sucesos del motín. Con diferencias, están acusados de una lista de 23 hechos que implican siete delitos graves: homicidio simple, privación ilegítima de la libertad calificada, tentativa de evasión y tenencia de arma de guerra, entre otros. Lo que hace espeluznantes esos hechos son los relatos de los sobrevivientes que describen, tal como publicó este diario, desde escenas de antropofagia hasta un trato inhumano a los rehenes, quienes jamás quisieron hablar de lo ocurrido. La imagen de esta imposición de tecnología ante la bravura de los acusados resultaba ayer una mezcla de la asepsia romana de los tribunales, con la de un penal moderno, sumados a la trastienda de un estudio de televisión. Es que para la transmisión simultánea del proceso no sólo se utiliza la misma técnica que se usa para las salidas en directo desde los móviles de los canales de aire porteños, sino que además dos cámaras, dos televisores, un video wall, y una consola de sonido con todo tipo de ecualizadores y detalles estrechan aun más la sala. Para poner en marcha el juicio no sólo se trajeron al penal los muebles con los escudos y las banderas de rigor, sino que además se montaron en el pabellón donde viven ocho de los presos juzgados tres calabozos pensados para el juicio. Es desde allí de donde los acusados siguen lo que ocurre en la audiencia a través de otra pantalla gigante. "A los calabozos llegan dos señales de fibra óptica por si hay un sabotaje. Ahí van las señales del control y las de las cámaras que se transforman en información digital", explica José Luis Castaño, gerente de TYSSA, la empresa de Telefónica de Argentina que ganó la licitación a la que convocó la Corte bonaerense. Según fuentes del organismo, el costo es menor que lo que significaría un operativo de seguridad tradicional. Doce de los acusados ya fueron juzgados oralmente en noviembre por un motín en Caseros, posterior al de Sierra Chica. Aquel operativo insumía más de 200 efectivos, una decena de móviles y dos helicópteros para seguir los traslados. Ahora los apóstoles se mueven con comodidad en sus overoles color arena, dos de ellos casi se agarran a las trompadas al encontrarse en calabozo judicial, uno toma nota, y si quieren hablar hasta cada celda llega un sistema de audio direccional. Afuera, bajo un sol libertino, un técnico en televisión maneja adentro de una combi llena de pantallas y botones los hilos de las cámaras robots. Los enfoca, los recorre, los pone en escena ante los jueces, con un leve movimiento de la muñeca, en el colmo justo de la asepsia, en el más complejo de los panópticos.
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