Por Luciano Monteagudo
Bresson es
al cine francés lo que Dostoievski a la novela rusa y Mozart a la música alemana",
escribió Jean-Luc Godard. "Hay pocos genios en la historia del cine: Bresson,
Mizoguchi, Buñuel...", señaló Andrei Tarkovski, en su libro Esculpir en el tiempo.
"Ver un film de Bresson es una experiencia única", sintetizó a su vez
Guillermo Cabrera Infante. "Y si hubieran de desaparecer todos los realizadores
franceses y fuera necesario escoger uno solo como superviviente, escogería a Robert
Bresson". Este gran maestro del cine mundial, que justamente sobrevivió indemne a
todo --modas, tendencias, productores, periodistas-- falleció el sábado en su casa de
Droue-sur-Drouette, a los 92 años de edad, según informó ayer en París su viuda, con
la misma discreción y laconismo que caracterizaron toda la obra de Bresson. "Su
cine, atípico y exigente, marcó a todas las generaciones de directores que lo
sucedieron", expresó el primer ministro de Francia, Lionel Jospin, que emitió un
comunicado especial en homenaje al realizador.Nacido el 25 de setiembre
de 1907, este cineasta excepcional filmó solamente trece films a lo largo de cincuenta
años de trabajo, lo que da la pauta del rigor y la intransigencia de su obra, que jamás
respondió a nada que no fueran sus propias exigencias expresivas. De un despojamiento y
una austeridad extremas, sus films siempre tienden a lo que Bresson llamaba "el
movimiento interior", una escritura cinematográfica que le permitió abordar, como
ningún otro realizador, problemas de trascendencia espiritual. Así lo entendía
Tarkovski, cuando escribió: "Bresson es probablemente el único cineasta que
consiguió una correspondencia plena entre su práctica artística y la concepción
formulada con anterioridad de modo teórico. No conozco ningún artista más consecuente
en este sentido. Tal fusión de forma y contenido, tan magníficamente organizada,
probablemente sólo exista además en el caso de Alexander Pushkin".
Su primer largometraje, Los ángeles del pecado (1943), el drama de una
monja empeñada en redimir a un delincuente, se convirtió en uno de los films favoritos
de Alain Resnais y Roland Barthes, y fue el modelo a partir del cual Pedro Almodóvar --un
director en las antípodas de Bresson-- realizó a su vez su película Entre tinieblas. Le
siguió Las damas del bosque de Boulogne (1944-1945), basado en Diderot, con diálogos de
Jean Cocteau, un melodrama cruel, donde la venganza deja paso a temas
esenciales de Bresson, como el sacrificio y la redención. Fue en esta película,
protagonizada por la gran trágica franco-española María Casares, que Bresson se ganó
fama de tirano con los actores, a quienes sometía a exigencias terribles, para librarlos
de cualquier falsedad e histrionismo. A partir de allí, el mismo Bresson fue abandonando
a los actores profesionales, para encontrar lo que él llamaba "modelos" (y no
publicitarios, precisamente) en la medida en que sus rostros eran capaces de reflejar la
verdad del alma. Su primera experiencia en este sentido fue Diario de un cura rural
(1950), sobre la novela homónima de Georges Bernanos. "La mejor película de
Bresson: cada toma tiene tanta verdad como un puñado de tierra", escribió en su
momento François Truffaut. En Un condenado a muerte se escapa (1956), basado en el relato
de un líder de la Resistencia, prisionero de los nazis (como lo había sido también el
propio Bresson), el film da cuenta de todos los pasos necesarios para la fuga, con la
devoción del artesano medieval que trabaja en una catedral. Film fundamental en la obra
de Bresson, produciría un impacto determinante en Leonardo Favio a la hora de filmar su
primer largometraje, Crónica de un niño solo. (El otro gran cineasta argentino influido
por Bresson no podría ser más diferente: Hugo Santiago, que en París llegó a trabajar
como su asistente.) En El carterista (1959), inspirado en Crimen y castigo de Dostoievski,
protagonizada por el argentino Martín Lasalle, Bresson construyó un film hecho apenas de
manos, de miradas, de objetos, que hoy puede ser considerado como uno de los auténticos
pilares del cine moderno. Una serie de viñetas tomadas directamente de las actas
oficiales del proceso le sirvieron a Bresson para hacer su film quintaesencial, el más
severo y extremo de toda su obra, Proceso a Juana de Arco (1962). "Juana es moderna,
es expeditiva como nosotros", decía Bresson de su personaje. "Tiene esta sed de
libertad y de independencia que tienen las jóvenes de
hoy. Se trata de una mística curiosamente libre e independiente, moderna con sus ropas de
hombre". En Al azar Balthazar (1966), una parábola conmovedora sobre la Caída de
dos inocentes, una campesina llamada María y un asno que parece encarnar a Cristo,
Bresson consiguió lo que en palabras de Godard es --y viendo hoy el film resulta difícil
no coincidir con él-- "uno de los films más significativos de toda la historia del
cine". Lo mismo podría decirse de Mouchette (1967), que narra las últimas 24 horas
en la vida de una muchacha de provincia, antes de su suicidio. "Estoy plenamente
convencido de que esta película seguirá, durante decenios, causándonos la misma
sobrecogedora impresión como en el momento de su estreno, igual que La pasión de Juana
de Arco de Dreyer", señaló Tarkovsky.
En Una mujer dulce (1969), con Dominique Sanda, Bresson realizó --a partir de un
relato de Dostoievski-- el más sensual y secular de todos sus films, que fue también su
primera experiencia con el color. Y en Lancelot du Lac (1974) llevó hasta el último
extremo su noción sobre el "movimiento interior", aun en secuencias de acción,
como la justa entre caballeros, que sigue siendo una de las secuencias más originales de
toda la historia del cine. Su obra culminó con El dinero (1983), adaptación libre de un
relato de Tolstoi, que hace de una serie de engaños, mentiras y robos un mecanismo de una
fatalidad abrumadora.
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