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“Buenos vecinos”, o el barrio en clave grotesca

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Moria Casán y Hugo Arana encarnan a una típica pareja regida por el amor-odio, en un vecindario común.
El estilo de la serie transita los momentos y encuadres absurdos y los colores chillones.

Por Cecilia Bembibre

t.gif (862 bytes)  Desde la música que acompaña a los títulos, “Buenos vecinos” deja en claro su vocación de desborde. “Si alguien cree que la vida es desigual/tiene que saber que no es verdad/que la vida es hermosa”, se oye entre los acordes de un son caribeño. Y a ese ritmo bailan los vecinos de este barrio, demasiado ocupados en convertir su rutina en un melodrama como para deprimirse porque no llegan a fin de mes o mirar con nostalgia juventudes pasadas. Es en ese sentido que la comedia que acaba de estrenar Telefé y que parece destinada a convertirse en uno de los ciclos más vistos del verano (promedió 26,5 de rating en la primera semana) toma distancia del fresco barrial que pusieron de moda Pol-ka y compañía.El programa se emite desde hace unos diez días en formato de media hora y, en vista de las mediciones de audiencia, no desperdicia el envión que significa tomar la posta de Tinelli (que hace su ciclo de 21 a 21.30, cuando comienza “Buenos vecinos”). En enero se consolidaría en un formato más clásico de una hora. A pesar de las similitudes argumentales, el producido por Ideas del Sur es un fresco costumbrista muy distinto a “Gasoleros”. Los buenos vecinos del barrio son escandalosos y conventilleros, rondan un quiosco y una peluquería como buitres a la espera del último rumor y transitan el estilo más ruidoso de la comedia televisiva argentina. Hugo Arana es Julián, el kiosquero que entabla de inmediato una relación amor-odio con Chini (Moria Casán), la divorciada recién llegada al barrio. La dupla está secundada por un amplio elenco, en el que se cuentan Gabriel Goity, Verónica Llinás, Alejandro Awada, Nelly Fontán y Juan Carlos Galván. La pareja “joven” está formada por el ex galán de “Muñeca brava”, Facundo Arana, y Malena Solda. Chini llega al barrio con una mala reputación: divorciada, desprejuiciada y voluptuosa; sus andanzas se convierten de inmediato en la comidilla de las chusmas de la cuadra. A sus vecinos no les va mucho mejor; al kiosquero le clausuran el negocio, la familia que esperaba “salvarse” vendiendo al hijo crack a un equipo italiano ve su sueño frustrado; hay una pareja de nuevos ricos que se muda a un barrio privado, y un anciano esclerótico parece estar siempre al borde del accidente fatal. Vidas simples devenidas en melodramas a través de momentos grotescos, encuadres absurdos y colores chillones, tres caminos por los que el ciclo busca trabajar un estilo. Es obvio que el punto de partida de “Buenos vecinos” se parece al de la tira de Suar, aunque en clave barroca. Dos vecinos, uno comprometido y otro no, se pelean, se miden, se seducen, enmarcados en el pintoresco fresco barrial. Pero si la tira de Pol-ka trabaja sobre lo pequeño, lo cotidiano, lo común al gasolero y al televidente, “Buenos vecinos” transita sin medias tintas el camino de la desmesura. Los personajes celebran la capacidad de hacer de su propia rutina alternativamente una tragedia o una farsa. El mohín convincente con el que Roxi se ganaba a mil televidentes en un momento de angustia, será en la Chini interpretada por Casán el artificio de un meneo de cabellera falsa y un batir de pestañas postizas. Y siempre estará el estridente personaje del plomero-gasista interpretado por Marcelo Mazzarello (ahora platinado) recordándole al personaje de Moria “si querés llorar, llorá”, ironizando sobre la frase que Casán patentó en su rol de conductora de programas de alto impacto lacrimógeno.

 

 

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