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HISTORIAS DE QUIENES CELEBRAN EN UN CONTEXTO DIFERENTE
Tres Navidades fuera de lo común

Uno de ellos festeja con 2500 animales, cuidando que los cohetes no los alteren. Otro comparte la fiesta con su familia, pero en un refugio ubicado a más de 2000 metros de altura. Y están los 80 chicos que, como una familia, celebrarán en un hogar con pan dulce hecho por ellos. Historias atípicasde Navidad.


Luis Ballesteros pasará la noche con su hija y las elefantas.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes)  Para un hombre acostumbrado a hablar con elefantes una Nochebuena en el zoológico no es cosa de otro mundo. Condimentar el asado tan cerca de los leones africanos y a pasos del alboroto que con los primeros estruendos pirotécnicos se arma entre los antílopes albinos no llega a lo extraordinario. Llenar y vaciar las copas navideñas en compañía de 2500 especies que murmuran de fondo es casi corriente para Luis Ballesteros, un cuidador que hace diez años trabaja en el Zoo y lleva cinco Navidades caminando entre panteras, tigres blancos, osos, monos de melenas plateadas sagrados en las montañas de Abisinia. Para alguien con esa experiencia el asunto hasta quizás pueda resultar pedestre. Jamás será así para Dara, su niña de dos años. Ni para otros diez chicos que pasarán esta Nochebuena en el Zoo con sus padres, cuidadores o técnicos que montarán guardia por si las efusividades del milenio asustan demasiado a las especies. Ya hubo una tragedia, consecuencia del susto que un ruido tan extremadamente mundano puede causar en los más temerosos de la fauna. Fue en uno de esos megarrecitales que solían organizarse en el Monumento a los Españoles, demasiado cercano. En una de las pruebas de sonido los parlantes saturaron y aterrorizaron a los avestruces. “Un avestruz corrió y se mató contra el alambrado”. Después fue lo del ex presidente. Carlos Menem había mandado a lanzar unos fuegos arficiales menemistas para una de las cumbres presidenciales. Ese día la hipopótama empezó con dolores de parto y en el nacimiento anterior la hembra había aplastado a su cría al asustarse y caer sobre ella. Hubo que hacer una campaña para suspender la pirotecnia. Sensible, a última hora, el presi canceló el espectáculo para sus colegas en pos del hipopotamito y Mónica le agradeció copa de champagne en mano desde los estudios del 13 brindando por el recién nacido. Desde entonces ya no hay grandes eventos en los alrededores del Zoo porteño en prevención de contratiempos. Para estas fiestas el Zoo ha recomendado a los vecinos no zarparse con las cañitas voladores y la explosión desaprensiva de las bombas de estruendo. Es que el júbilo cristiano puede atentar contra la paz de las bestias. Por eso también es que la guardia de la Nochebuena, que siempre fue cubierta por dos solitarios cuidadores, ahora lo será por un grupo de 16 personas. Estarán los cuidadores, sus novias o esposas, más once borregos. Por elección de ellos mismos marchará un asado. “Tenemos una quinta, un campo de dieciocho hectáreas, ¿qué vas a hacer si no es un buen asado?”, justifica Ballesteros. Después de las doce vendrá una recorrida por los recintos de los más temerosos que son siempre los ñandúes y los antílopes. Algunos ciervos se han escapado en Navidades anteriores. Saltan hasta dos metros. Los ruidos bajo el techo de árboles del parque resultan más estruendosos que en las calles de la ciudad. “Acá hay una acústica especial, como el sonido envolvente de los nuevos cines. Tiran una bomba de estruendo en Las Heras y la escuchás en Libertador”, dice Luis.Su primera Navidad en el Zoo fue en el ‘93, cuando la compartió con Tobares, un cuidador que ya se ha ido. Comieron, brindaron con sidra y se dieron al mate –jura– para poder seguir de cerca a los animales durante la noche. Es desde entonces que Luis además de cuidar cuatro ardillas, cientos de aves y tres leones, se ocupa de sus predilectas, tres elefantas de lo más galantes: Mara, y las pequeñas Lucila y Araceli, que para los muchachos del Zoo son Pupi y Cuqui. Dara, la hija de Luis que tiene dos años, ya las conoce y las extraña como su padre cuando se van de vacaciones. Conoce los recorridos y puede decir con un encantador tono de sabia enana los nombres de los animales que más le gustan. Luis se imagina la felicidad de su hija esta noche. “El día de mañana lo va a contar y capaz que no van a creer, como le pasaba a mi sobrino que no podía convencer a sus compañeros en la escuela de que su tío era cuidador de elefantes.” Para un hombre que habla con elefantes la diferencia de esta noche la marcaran esos privilegiados críos que tendrán el Zoo entero paraellos en lugar de Santa Claus. Aunque hay que decirlo, los antílopes albinos se parecen demasiado a los auténticos renos del barbudo Noel.

LOS QUE LA PASAN EN EL REFUGIO DEL CERRO TRONADOR
La fiesta más alta de todas

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Sergio Barbagallo pasa la Navidad junto a su mujer y sus hijos en el refugiodel Tronador.

Por C. A.

t.gif (862 bytes) Una melodía de Nick Cave se lamenta a 2200 metros de altura, en el cerro Tronador, y su urbana letanía se escucha en el único refugio de esa montaña rodeada de glaciares. Allí la Nochebuena es blanca y los hielos desmoronándose a lo lejos provocan un rumor de truenos provenientes de la rara oscuridad que resplandece. Unas 35 personas, entre las que hay extranjeros de todas las latitudes y lenguas, varios barilochenses, algunos porteños, niños, amantes y refugiados inclasificables, conversan en el comedor de la cabaña a la luz de las velas. Desde la cocina viene el fuerte olor de una cazuela de ciervo que se cuece mientras las doce van llegando y afuera los glaciares se desplazan lentísimos, eternamente por las laderas. Sergio Barbagallo, encargado del refugio desde hace dieciséis años, juega con sus hijos, atiende los detalles y va poniendo los ojos cada vez más en una mujer que lo deslumbra como el misterioso imán de la montaña. Así fue hace un año la celebración en el único refugio que existe en la inmensa superficie del Tronador, la montaña más alta de todo el Parque Nacional Nahuel Huapi, cuyo perímetro es como el de la ciudad de Buenos Aires. Así será esta noche, cuando Sergio vuelva a brindar con sus hijos, con María, la deslumbrante, y con sus amigos. Será en una casa hecha en 1972 por el Club Andino Bariloche de diez por diez metros, con paredes de hormigón y forrada en chapas para que el tiempo, el viento, la arena y la nieve no la horaden como a una casa de azúcar. Abajo hay un comedor y una cocina en la que cualquier visitante puede preparar lo propio. Arriba un gran dormitorio común en el que pueden dormir hasta 40 personas. “Cuando abrís la puerta –describe Sergio– abajo tuyo hay olas de un mar de piedra. Para dar una idea el promedio de altura de las montañas de la zona es de dos mil metros, entonces desde la puerta podés ver, parada sobre nieve eterna, todo lo demás bajo tus pies”.Sergio está a punto de partir, con un contingente de niños y amigos, hacia el refugio. Salen de madrugada para llegar por la tarde. Primero hacen ochenta kilómetros hacia el suroeste de Bariloche, hasta Pampa Linda, un valle amplio –a 900 metros sobre el mar– entre dos cordones, el del Viento y el Emparedado en la que hay una hostería, un camping y la casa del guardaparque. A partir de ahí son cinco horas de caminata o dos a caballo y una más caminando. Cruzan un bosque de colihues y cipreses, después uno de colihues y lengas, luego de los 1200 metros sólo lengas, árboles que llegan a los 20 metros de alto y se van achaparrando con la altura a medida que se sube porque en esa zona la nieve que se acumula en invierno les impide elevarse. De allí en más pisan piedra volcánica y no hay forma de avanzar sin grampones bajos las suelas y piquetas en las manos para forjar el terreno. “Se da un clima de comunidad –cuenta Sergio– porque es el único lugar habitado en kilómetros y kilómetros. A la noche la montaña impone su presencia, te sentís como en un arca. Se acaban muchos juegos que se dan en la ciudad, se acaba la competencia, lo que haya hay que compartirlo.”Si no nieva se puede salir del refugio para enfrentarse a la más abrumadora masa de estrellas mientras por las laderas del Tronador siempre descienden los glaciares, que según los estudiosos avanzan unos setenta metros por año. “Hasta que se encuentran con paredones cortados a pique, donde se producen desprendimientos de hielo. Pedazos de hasta 120 metros caen al vacío del valle y explotan como edificios. Ese ruido del tronar constante le da el nombre a la montaña.” “Diría que es una ceremonia siempre. Cuando no hay viento es el silencio que se escucha de otra manera, un rumor de fondo, el constante caer de cascadas de agua, ruidos del glaciar que se desmorona internamente.” Sergio dice también que entre otras cosas el cinismo se ve sepultado y no hay manera de evitar cierta sensibilidad extrema, aún para los racionalizadores impenitentes. Así fue su fascinación por María en una especial noche de Año Nuevo, “bajo el arco iris de la luna llena”, algoque sólo existe a esa altura. El tiempo era raro, llovía, paraba, se abría el cielo y volvía a cerrarse. A las dos de la mañana se rompieron las nubes, llovía finito y no había viento. Sobre el resplandor de la noche blanca y la nieve eterna surgieron en el aire los colores.

OCHENTA CHICOS QUE COMPARTEN LA CENA EN UN HOGAR
La mesa de los panaderos

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Ramón y Juan Pablo hicieron esta vez una producción record de pan dulce.

Por Alejandra Dandán

t.gif (862 bytes) Hoy Cristian zafó. No habrá que limpiar latas gigantes enchastradas de engrudo. Encima, la panadería no trabaja. Porque ésta es noche de fiesta. Lo declararon así los doce chicos panaderos de Panipan que ayer terminaron de envolver el pan dulce número 1300. Producción record. Lo dicen así, parados en la antesala panadera donde Claudia hace como nueve años que aprendió que en esas Navidades donde papá y mamá están lejos, hay otra familia grande, de muchos chicos, “como ochenta”, que esperan las doce para correr al campito vecino y hacer estallar los mejores cohetes. Eso sí, ese día hay un regalo buenísimo: nadie trabaja.
Cristian está sentado en el cordón de la vereda, un rayito de sol se le cuela justo en la bolsa de pan que aprieta entre las piernas. Terminó su turno en la panadería, por eso ahora espera la combi que lo pasa a buscar para llevarlo de vuelta a casa. Que es el Hogar. “Me voy para Pelota de Trapo”, dice del lugar donde esta noche se hará la gran fiesta. Porque es la casa más grande que tienen los chicos de la fundación. Uno al lado de otro, estarán los doce panaderos pero además los chicos que trabajan en la imprenta y en las casas donde se duerme y se ve tele. Juan Pablo también ocupará su silla y es una emoción grande, porque esta noche será la primera vez que espera la Navidad con tantos chicos.De la fiesta sabe todo lo que va a pasar. Ramón que es más grande y hace más o menos como diez Navidades que está en la casa, les cuenta:–Es como en cualquier casa, pero mejor. Brindás con mucha gente que sabe lo que sos. En otras casas te ven raro. Dicen: “¿Este quién es? En cambio en el Hogar te conocen, es como cada familia.Está de “posturno” o más fácil, se quedó después de hora. El asunto es que Panipan se llena de pedidos para las fiestas. En una heladera los chicos dejaron listos bocaditos pitucones y una manzana verde partida en muchas rodajas, con una palomita pinchada arriba. Es decoración, explican, para la mesa. Atender a los grandes es difícil por eso, porque la responsabilidad es seria, a Juan Pablo del susto se le cayó una torta entera a punto de salir para un pedido. Se fue al piso, el primer día que empezó en la panadería. Pablo se ríe por las latas gigantes que lavó al comienzo y las tardes como limpiador de pisos. Todo eso había que hacer antes de pararse como señor panadero: “Ahora corto las masas en tira y ya tenemos una factura de manteca”. Todo sale bien, menos “las medialunas que las hace el panadero”.Ese principio, para Ramón fue “horrible”. A eso de las cinco casi cuando eran las seis, llegaba a Panipan para cambiarse. Pero era muy temprano, demasiado. “Se me caía la lata de facturas porque la ponía mal, porque venía dormido –dice–. Por ahí no prestaba atención y me decían traeme azúcar y yo iba y traía sal. Son macanas que te mandás”.Ahora adentro de la panadería está Claudia, la hermana más chica de Ramón. Tiene una bici. La compró Ramón y se la regaló, como cuando eran chiquitos y le daba lo que conseguía en la calle.–Yo pedía en panaderías. A los primeros tiempos nos dieron bola, pero hasta los siete o ocho años.Más tarde llegaron al hogar. Ramón aprendió a contarlo como si fuera grande: “Yo entré por el tema de abandono. Mis viejos me tenían muy abandonado por el tema éste del alcoholismo”. Pero eso pasó hace mucho. Ahora sólo cada tanto los puede visitar. –Mi vieja no sabe qué edad tengo, cuál es el número de mi documento. Pero me reconocen cuando los voy a ver.Capaz que esta noche o por ahí para Año Nuevo los va visitar. Lo piensa. Es tarde, todavía tiene que recoger pedidos. Y quiere que quede escrito que el número de Panipan es 4205-8190 y que más que ropa quieren pedidos. Por suerte es el último día de trabajo. Hoy, en vez de pan, en la panadería se cocinará un gran lechón. Para todos, antes de jugar con los cohetes.

 

 

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