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Los prisioneros del ataque a Monte Chingolo
A 24 AÑOS DEL INTENTO DE COPAMIENTO DEL ERP SE REVELA QUE HUBO SOBREVIVIENTES

Oficialmente, no hubo prisioneros ni heridos en el combate de esa Navidad de 1975, que dejó la redonda cifra de 100 muertos. Pero un parte militar revela que el Ejército “tomó y transportó detenidos”, que luego desaparecieron.

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Por Eduardo Tagliaferro

t.gif (862 bytes)  El 23 de diciembre de 1975, el Ejército Revolucionario del Pueblo fracasaba en el intento de copamiento del Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejobueno. La acción arrojó el mayor número de bajas en la historia de la guerrilla argentina. Tras la acción, el Ejército no informó de detenciones dentro de la unidad militar. Veinticuatro años después del hecho, el 6 de marzo de 1999, el general Ernesto Bossi, retirado hace pocas semanas de la secretaría general de fuerza, respondió a una solicitud de la Subsecretaría de Derechos Humanos asegurando que no quedaban constancias del hecho en los archivos de la institución. El propio jefe del Ejército, general Martín Balza, sostuvo en su despedida que quedaba aún pendiente la deuda contraída con la sociedad acerca del esclarecimiento de lo sucedido en la lucha contra la guerrilla. Una deuda imposible de saldar –dijo– a causa de la orden de destrucción de pruebas impartida por Cristino Nicolaides, último jefe del Ejército durante la dictadura. Sin embargo, Página/12 tuvo acceso exclusivo al expediente 23.849 que contiene los partes elaborados la noche del copamiento por el personal afectado a la represión. Dichos partes fueron elevados al juez militar que intervino en la instrucción. En ellos se da cuenta de la captura y traslado de guerrilleros apresados con vida. El sumario militar iniciado por el ataque a Monte Chingolo forma parte de un expediente que se sustancia en la Subsecretaría de Derechos Humanos, y fue presentado junto a un escrito por Federico Bledel, hijo de Mónica Silvia Lafuente, identificada como una de las personas muertas en el intento de copamiento a la unidad militar. En su escrito, además de acompañar documentación, Bledel requiere de la entonces subsecretaria, Inés Pérez Suárez, que libre un oficio al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas o al Consejo de Guerra Estable para que envíe copia certificada del legajo militar. Fuentes cercanas a la investigación señalaron a Página/12 que la identificación de estas dos reparticiones militares no fue una casualidad, sino la presunción de que el original del legajo que el Ejército dice no tener y que este diario transcribe en la edición de hoy podría encontrarse precisamente en esos despachos.El expediente militar contiene un anexo titulado “Actividades y Acontecimientos”; en él las fuerzas represivas realizan un relato minucioso del combate. A las 3.30 de la madrugada del 24 de diciembre, siete horas después de comenzado el ataque al Batallón de Arsenales y cuando el enfrentamiento había finalizado, el escribiente militar detalla que “el Capitán Lazzarano con cinco vehículos marcha a transportar detenidos, custodiados por la fracción al mando del Teniente Silvani”. Media hora más tarde se detalla que “regresa la columna con los detenidos”. A partir de este momento, el registro sólo refleja los preparativos efectuados para recibir la visita del Comandante de la fuerza, general Jorge Videla. Las horas más dramáticas habían quedado atrás: a las 21 del 23 de diciembre se había puntualizado que “...es herido el soldado conscripto Bustos por un extremista herido que es eliminado”.“Parecía Vietnam”El copamiento del Batallón de Arsenales 601, ubicado en Monte Chingolo, frente a una abigarrada villa de emergencia, había sido pensado por el ERP como una de las más ambiciosas operaciones militares realizadas por la insurgencia en América latina. La mayor en territorio urbano. El operativo guerrillero se puso en marcha sobre las 19.40 del 23 de diciembre y movilizó a 300 militantes. El grueso, destacado en los puentes que rodeaban la zona con el objetivo de cortar las comunicaciones y evitar la llegada de tropas de refuerzo. Ese era, para los guerrilleros, el primer gran cerco. “El ERP tenía información de que en ese Batallón se almacenaba una cantidad significativa de pertrechos bélicos. Por otra parte, no había en la unidad militar tropas de combate importantes”, relató a este diario Luis Mattini, en ese entonces miembro del Buró Político del Partido Revolucionario de los Trabajadores (que controlaba políticamente al ERP) y secretario general del mismo tras la muerte del fundador y comandante del PRT-ERP Mario Roberto Santucho. “El objetivo –continúa Mattini– era recuperar una cantidad importante de armamentos para fortalecer la guerrilla instalada en Tucumán y, a la vez, producir un golpe de efecto que disuadiera o postergara la inminente intervención militar. Eran toneladas de armas y se habían dispuesto seis camiones para trasladarlas.” La acción había comenzado a planificarse en agosto del ’75 con la idea de llevarlo a cabo cerca de las fiestas de fin de año, apostando a la lógica relajación de la disciplina militar. Un mes antes, el cordobés Juan Ledesma, “Pedro”, el más hábil de los estrategas militares y uno de los cuadros de mayor jerarquía del ERP, había caído y con él todo el equipo de Logística. “Pedro –recuerda Mattini– reunía dos condiciones: era valiente y tenía talento.” Pedro había sido designado para comandar el ataque al Batallón de Arsenales y su captura y posterior desaparición hicieron pensar en suspender los planes. Domingo Mena sustentó sin mucho ahínco esa opinión, que fue apoyada por Mattini y rebatida por el resto del Buró. Quedaba así por decidir quién reemplazaba a Pedro en el mando. Desde hacía tiempo se había resuelto que Santucho –el otro hombre de gran experiencia militar– no participara de manera directa en las operaciones. Enrique Gorriarán Merlo se encontraba sancionado. La designación recayó en Benito Urteaga, alias “Mariano”, uno de los cinco miembros de la dirección. Según Mattini, el comando táctico liderado por Benito Urteaga se encontraba en una casa cercana al arsenal y cada quince minutos informaba telefónicamente a sus compañeros del Buro Político que se encontraban en la localidad bonaerense de San Martín. “A la una de la mañana del 24 de diciembre, Urteaga pierde el contacto con la mayor parte de las unidades que estaban combatiendo dentro del Batallón de Arsenales”, sostiene. De los setenta combatientes que participaban de manera directa en la toma del cuartel, treinta y cinco formaron la avanzada encargada de violentar el portón de entrada embistiéndolo con un pesado camión azul. No lograron derribarlo, pero ingresaron por la hendija que había producido el choque del camión y también por diversos puntos de la unidad militar. Los recibió el fuego de la ametralladora pesada que estaba, como esperándolos, en el puesto de guardia con el ametralladorista y, cosa extraña para un día cualquiera, con el servidor de la ametralladora. Allí se produjeron las primeras bajas del ERP en la fallida operación militar. Una segunda oleada de ataque permitió a los guerrilleros ingresar al interior de la guarnición. La dirección del ERP ignoraba todavía que Jesús “El Oso” Ranier, un confidente del SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército) que se había hecho pasar por militante del peronismo había informado de los preparativos de la acción. Los militares estaban alertados y habían montado un contracerco, un anillo alrededor del cuartel que convertía en inútiles a los grupos de contención emplazados por la guerrilla en los puentes. Es más, el Ejército había logrado engañar a sus atacantes con falsas señales de debilitamiento de sus controles. El factor sorpresa, decisivo para el éxito de la operación, había cambiado de mano. El batallón y la villa se transformaron en un infierno de tiros, explosiones y luces. Helicópteros artillados iluminaban el área con reflectores. “Parecía Vietnam”, dijo un cronista que cubrió los sucesos. Los habitantes de la villa aún recuerdan la noche de lo que se iba a dar en llamar “el copamiento de Monte Chingolo”. La historia oficial Al día siguiente los diarios consignaron 50 muertos en la operación. Dos días más tarde, hablaban de 100. El Ejército batió la villa buscando prófugos. Las teorías tradicionales todavía calculaban cuatro heridos por cada muerto, una regla de tres simple que suele reflejarse en todos los partes de batalla. Sin embargo, la versión oficial no reconoció ni heridos ni detenidos, como en cambio sí lo indica el sumario militar al que Página/12 tuvo acceso. El propio general Oscar Gallino, comandante de la represión en el Batallón 601, había reconocido en febrero de 1991 a la revista Todo es Historia que hubo detenidos dentro del regimiento.
–¿Usted estuvo en contacto con detenidos?
–se le preguntó.
– No, no tuve oportunidad de hablar porque las unidades de Inteligencia del Ejército, o del primer cuerpo que actuaba en esa ocasión, hicieron su trabajo
–respondió Gallino.
–¿De modo que quedaron a disposición de ellos?
–Los detenidos, sí
–concluyó el general.A los pocos días los familiares de los guerrilleros muertos recibieron sólo una parte de los cuerpos: las manos. Algunos de ellos suponen que sus cadáveres están en las fosas comunes encontradas en el Cementerio de Avellaneda.

 

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