Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Más que una tendencia, las chicas
que venden nafta son un anzuelo

Les hacen usar overoles ajustados y se pasan el día frenandoavances. En los últimos años las playeras se convirtieron enlegión. Los empresarios del área dicen que atraen clientes.

Cambio: “Hay clientes que cargan todas las semanas, cada vez que vienen te traen regalitos, pero cuando están con la esposa hacen como si no te conocieran.”

na18fo01.jpg (13039 bytes)

Las chicas se quejan de los uniformes que deben usar: “En verano, con remera es todo peor”, dicen.
“Hay clientes que en un turno de ocho horas vienen hasta tres veces a cargar”, cuentan.


t.gif (862 bytes)  Gabriela está parada en lo que sus compañeras llaman “la zona del peligro”: atiende los surtidores junto a la calle de la estación de servicio Rhasa. El peligro llega en un Gol y en forma de alarido: “Venite con nosotros que no sólo te llenamos el tanque”, gritan tres gargantas adolescentes ante sus curvas protegidas por una bermuda roja y una remera blanca. Gabriela sigue como si nada, hasta que el auto se pierde por la avenida Larroque. “Cuando recién entré, me moría de vergüenza, ahora ya no los escucho”, dice. “En verano es peor, los conductores enloquecen”, agrega a su lado Vanesa. Las dos están entre las centenares de chicas que en los últimos años se convirtieron en “playeras”. Su empleador, Juan Llabera, no acude a sutilezas al explicar por qué contrata a chicas que nada saben de combustibles y lubricantes. “El 99 por ciento de los clientes son hombres –dice–, por eso el sexo y las dotes del personal pesan a la hora de elegir dónde cargar.” Por 360 pesos mensuales más propinas, las chicas pasan ocho horas diarias en las que venden nafta y limpian vidrios, pero sobre todo paran los avances masculinos.Celeste tiene 24 años y trabaja con Gabriela. Su vocación no estaba precisamente entre los surtidores. “Soy maestra jardinera –cuenta–. Entré en esto porque no podía esperar para reunir los puntos necesarios para ejercer. Acá ahora soy encargada de turno, pero cuando empecé, era un desastre, no sabía hacer nada, me olvidaba de desconectar el automático de los surtidores y más de una vez bañé a un cliente.” Vanesa asegura que a los conductores les gusta que ellas los atiendan “porque dicen que somos más simpáticas y no tan frías como los hombres”.Palabras más, palabras menos, los clasificados dicen todos lo mismo: “Vendedoras de playa para estación de servicio. Edad: de 18 a 30 años. Viva en la zona. Horarios rotativos. Estudios secundarios completos no excluyente. Buena presencia y muy buena disposición para la atención del cliente”. Del uniforme que deberán usar nada dice. Según Marilé Pardo, responsable de Recursos Humanos de Aspro, “el componente femenino y su indumentaria en las estaciones no fue elegido al azar, sino que son el resultado de estudios exhaustivos”. Esos estudios parecen terminar siempre en un uniforme pegado al cuerpo.San Isidro, jueves, 14.05. La estación Aspro de GNC en Panamericana y Márquez está llena de remiseros y autos particulares que esperan la carga. Tres veinteañeras vestidas con un overol azul de lycra ajustado se mueven de un surtidor a otro. Repiten el rito aprendido: “Saludo cordial de bienvenida, apertura del capot, limpieza del parabrisas y obsequio de un vaso de jugo o café, según el gusto del cliente”. Andrea, de 24 años, ex promotora, y Miriam, de 25, profesora de taekwondo, acaban de terminar una jornada de trabajo que empezó a las 5.45 y les reportó a cada una entre 15 y 20 pesos en concepto de propinas. “Este trabajo no es bueno por el sueldo que te pagan sino por las propinas que hacés”, admite Andrea.No es un secreto: las propinas son a menudo el único motivo que hace tolerable el empleo, donde –se quejan ellas– muchos clientes confunden cordialidad “con otra clase de servicios”. Andrea aclara: “los piropos tipo `¿acá hacen un casting para seleccionar al personal?’ son bienvenidos, pero cuando se zarpan con `qué buenas tetas tenés’ está todo mal. En invierno es más liviano, pero en verano cuando estamos en remera, todo es peor. Hay clientes que en un turno de ocho horas vienen hasta tres veces a cargar”. Dicen que todo es motivo para ir un poco más allá. “Algunos, cuando les ofrecés el café que obsequiamos te contestan `hoy no puedo, pero mañana te vengo a buscar’”, dice Analía, que tiene 20 años y también trabaja en Aspro. Y cuenta: “Cuando hay alguna rifa escuchás todo tipo de propuestas. `Si gano, mamita, te venís conmigo’ o `pensá qué te vas a llevar en la valija’”. Para Miriam, el problema masculino pasa por la hipocresía. “Hay clientes que cargan todas las semanas, que cada vez que vienen te traen regalitos, pero cuando llega el domingo y vienen con la esposa hacen como si no te conocieran, y a veces ni te saludan. ¿Todo por qué? Porque la esposa está al lado. Eso me da mucha broca, porque en la semana están dale que te dale con el verso y los domingos te pagan la carga sin mirarte, o te miran como diciendo `esta negrita qué se cree’.”Valeria es playera desde hace un año en la Eg3 de Bartolomé Mitre esquina Mario Bravo. “Lo peor del trabajo es que los hombres creen que porque somos mujeres nos pueden pasar por arriba y que ellos siempre tienen la razón”, dice. Ella eligió el trabajo porque le permite estudiar y “porque acá no te dan calzas como en Aspro”. Pero asegura que pronto larga. “Porque me caso y mi novio quiere que renuncie. Afectivamente esto siempre te trae problemas.”Producción: Daniel Franco

 

“El eslabón más débil”

“Para entender el ingreso de las mujeres a estos puestos de trabajo es pertinente hacer dos tipos de análisis: uno, desde la óptica empresarial y otro desde el de las propias protagonistas”, sostiene en diálogo con Página/12 la psicóloga Cristina Zurutuza, del Centro de Estudios de la Mujer. “Desde el punto de vista del empresario, emplear a jóvenes con determinadas características funciona como un anzuelo para que sus clientes, mayoritariamente masculinos, concurran más a su playa que a otra, adonde lo atienden varones. Esta lógica es aceptada por los clientes para los que encontrarse con una chica en el lugar donde van a comprar un servicio habitualmente se convierte de inmediato es un atractivo más.”Al respecto, la especialista advierte que “siempre que una mujer está puesta como un anzuelo en un lugar de trabajo se encuentra inmersa en una relación de dependencia comercial con el cliente, quien avalado por la relación de mercado establecida, siempre va a tener la razón. No hay que olvidar que en ese espacio de negociación la parte más débil siempre es ella, por ser mujer y porque es la que necesita conservar su puesto de trabajo. En muchos casos, la indumentaria va en la misma dirección, rebajando su condición de sujeto a la de objeto, dejando nuevamente para las chicas un margen muy estrecho para manejarse debido a su necesidad de trabajo y a la desprotección que padecen.”Según Cristina Zurutuza, desde la óptica femenina son varias las causas que llevan a aceptar este nuevo tipo de empleo: “Un primer determinante es la tasa de desocupación de jóvenes que existe actualmente, más alta incluso que las de otras franjas etarias. Un segundo factor está relacionado con los requisitos a cumplir, por lo que pueden acceder a él chicas con un nivel educativo más bajo que el solicitado en otros empleos”. La psicóloga señala además la diferencia de que “la mujer, sobre todo en el caso de la que es jefa de hogar, cuando necesita trabajar sale a buscar empleo y trabaja de cualquier cosa. En este punto, los varones funcionan distinto. Cuando quedan desempleados se quedan más tiempo desocupados esperando un trabajo igual al que perdieron, mientras que las mujeres realizan cualquier trabajo con tal de sostener a su familia, generándose casos incluso en que la mujer es presionada por su núcleo familiar por estar trabajando en un mundo masculino, llegándole a transmitir culpa como si a ellas les gustara estar ahí, cuando en la mayoría de los casos no es así y deben continuar por necesidad”.

 

PRINCIPAL