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Por Luis Vivori Para Pablo Trapero va llegando el tiempo de confirmar los laureles que supo conseguir. La multigalardonada Mundo grúa --seis premios internacionales, entre ellos los de los festivales de Venecia y La Habana-, proyectó al joven director de San Justo a un lugar en el que se multiplicarán las miradas. A fines de año ya está trabajando en El bonaerense, su segundo largometraje, en el que contará otra historia de aquellos que parecen no caber en el modelo. En una entrevista con Página/12 cuenta cómo sueña este film y qué piensa de la relación entre el Estado y el arte. --Luego de una experiencia como Mundo grúa, ¿pensó alguna vez que se había terminado el sueño, que ya no podría filmar otra vez? --La película fue el resultado de casi diez años de cine, desde que me metí a estudiar cine, a discutir con amigos e intercambiar ideas. Fue un proceso de formación y de conocer todas las etapas de la realización. Ahora mi duda es qué va a pasar de acá en más. Mi idea, naturalmente, es filmar con continuidad, pero no sé si en un año voy a lograr la misma concentración que tuve con la otra película, aunque ahora tenga más experiencia que antes. De todas formas lo más importante es tener algo que decir, porque para eso se hace una película. Y no siempre se pueden tener buenas ideas para filmar. --¿Con qué tipo de dificultades se encontró a la hora de emprender este nuevo proyecto? --Curiosamente, los problemas no vienen por el lado de la guita. Cuando tenga el guión terminado me voy a presentar en el Instituto y ver qué pasa con el crédito, aunque todavía no tengo el presupuesto final. Pero además están bastante bien encaminadas algunas coproducciones, una con España y otra con Italia. La primera ya está confirmada y es con la misma productora que distribuye Mundo grúa en ese país (Wanda films) y que además no me impone condiciones, como poner actores españoles y ese tipo de cosas. Y con los tanos pasa algo parecido. De todos formas estas cosas recién existen cuando la película se empieza a rodar. --Superada la barrera de filmar por primera vez, ahora los objetivos seguramente serán diferentes. ¿Qué cosas del cine argentino desearía que no aparezcan en su segundo largometraje? --Primero tengo ganas de probar diferentes cosas en lo estético, que no hice antes. Pero respecto de nuestro cine me molestó siempre la posición que tienen algunos directores sobre sus películas. Están como despegados del mundo del que hablan. Como si tuvieran demasiado poder sobre sus personajes. Por otro lado, se subestima al público, te explican demasiado cómo te tenés que sentir en cada escena. Y si te explican demasiado es porque no confían en tu propia capacidad de análisis. Pienso que lo más importante que uno puede hacer acá y no en otra parte es ser argentino y por eso poder contar cosas de acá. Leonardo Favio es, como director, un ejemplo de algunas expresiones que le dieron identidad a nuestro cine. --Respecto de la historia de su nueva película, ¿hará centro en un solo personaje como en Mundo grúa? --Sí, el personaje es la historia central y no tanto los enredos o las vueltas de un guión. Es lo más importante de la película y para eso es muy importante la relación establecida con el actor, en este caso Daniel Valenzuela, que en Mundo grúa hacía de Torres, el amigo del Rulo. --Es decir El bonaerense... --En realidad, no, porque el protagonista es misionero, es un cerrajero que allá en su provincia no tiene trabajo. Por eso, con un grupo de amigos, y aprovechando sus habilidades, va a chorear a pueblos cercanos. Pero por una serie de contratiempos se tiene que ir de la zona y decide venir al Gran Buenos Aires, que para un provinciano es como ir a la Capital y ahí empieza realmente la historia. Aparece todo el período de adaptación del tipo a una zona que tiene históricamente una gran tensión. Todo sucede en el oeste, en González Catán. El tipo se va a la casa de un familiar a vivir lo que yo quería contar: la vida en el Gran Buenos Aires. Que es muy diferente a la de la Capital, pero también a la del interior. --En su película anterior, más allá de contar una historia, puso el acento en la cuestión social. ¿Es algo que piensa mantener? --Pienso que el Gran Buenos Aires es como un termómetro, como si fuera la zona de tensión por excelencia. Por eso creo que va a ser inevitable meterme en esa cuestión. En el sur o en el oeste, cruzás la General Paz y ves a la fuerza otra realidad. Es muy violento, lo ves en las calles, no sólo es algo físico sino es todo el entorno. --Por ejemplo, la famosa Policía Bonaerense. --Desde ya. La policía va a tener un rol importante en la historia. Pero también va a haber algo de amor cuando el protagonista llega a Buenos Aires. De todas formas, los personajes están todavía en camino de confirmarse. Pero puedo adelantar que Luis Margani, el Rulo en Mundo grúa, tendrá un lugar en la película, tal vez sea un pariente del protagonista. --En los próximos días se definirán las nuevas autoridades del Instituto de Cine. ¿Hacia dónde piensa que debería orientarse su política? --Pienso que el Estado no ha tenido un interés por la cultura en estos últimos años. Como si fuera algo suntuoso. La cultura produce hechos permanentemente y de manera anónima. Por eso creo que habrá una industria de cine cuando políticamente haya una intención de incentivar la cultura desde todos los lugares y no sólo desde el cine. Pero tengo expectativas en que se produzcan cambios. A mí me gustaría que esté Lita Stantic, porque demostró la manera de enfrentarse a un montón de cosas y todo con una gran honestidad. Pero de todas formas pienso que peor de como estuvimos hasta ahora no vamos a estar. De la gestión de Mahárbiz no recuerdo nada que yo haya dicho ¡qué bien!. --¿El Festival de Mar del Plata debe seguir? --Tiene sentido si sirve para poder ver buenas películas. Como estaba hecho hasta ahora no, porque fue sólo un hecho político. Lo que sucede es que nunca se supo cuál era su sentido, dónde estaba puesto el esfuerzo. De todas formas pienso que, a pesar de todas las irregularidades que lo rodearon, fue la única forma de ver películas que de otras forma nunca hubiéramos visto. Un festival debería servir también de plataforma de lanzamiento para muchas películas nacionales. Y en este sentido, el Festival de Cine Independiente que se hizo en Buenos Aires es un buen ejemplo a seguir.
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