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MARGARITA BARRIENTOS, LA MUJER DEL AÑO Y DIRECTORA DE UN COMEDOR COMUNITARIO EN VILLA SOLDATI

“Uno se siente mejor cuando puede hacer algo por los demás”

Le ganó a Valeria Mazza y a otras 18 aspirantes de peso en la elección de “La Mujer del Año” que realizó COAS. Tiene el comedor Los Piletones, donde atiende a los vecinos, “más de 70 chicos, 82 mamás y 27 abuelos”. Luego de la distinción, el intendente de su pueblo natal, Añatuya, la nombró “ciudadana honoraria”.

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Por Luis Bruschtein
t.gif (862 bytes)  Todo el mundo en Villa Soldati sabe quién es y dónde vive Margarita Barrientos, una santiagueña de 38 años que dirige el comedor comunitario Los Piletones y que ganó el título de “La mujer del año”. Cuando un periodista se asustó y le pidió que saliera de la villa para entrevistarla, ella prefirió no hacer la entrevista. “Los que más ayudan en Los Piletones son los que menos tienen, siempre es así, dan más los que tienen menos”, afirma. Más de 70 chicos, 82 mamás, 27 abuelos y otros vecinos comen diariamente de los 230 litros de comida que se cocinan en Los Piletones. “Aquí y en cualquier villa es donde más se siente el desempleo –agrega–, porque cuando falta trabajo, falta todo y donde más repercute es en la familia.” A pesar de todo, el premio que más la enorgullece a esta santiagueña de sonrisa alegre es el de ciudadana honoraria de Añatuya, donde nació.
–Tengo 38 años, desde los doce años estoy en la Capital Federal y hace tres años y medio quena12fo02.jpg (4913 bytes) trabajo en Los Piletones. Antes no tenía nada. Cuando vinimos a vivir aquí, llegamos con una bolsa de ropa y otra de ollas. Nosotros vivíamos primero en José C. Paz, pero una enfermedad de mi hija nos obligó a dejar todo. Le agarró meningitis con tuberculosis, le estoy hablando del año 1988; en esa época había un solo lugar que tenía tomógrafo computarizado y uno tenía que pagar. En ese momento salía doce millones la tomografía. Nosotros vendimos la casita con todas las cositas que teníamos adentro por esa plata y nos vinimos con mi marido de José C. Paz para acá.
–¿Estaba con su marido?
–El vino conmigo y acá toda la obra que ve está hecha por él, Isidro Antúnez. Tuvimos que vender todo y nos vinimos para acá con una mano atrás y otra adelante. Era mi hija mayor. Yo tengo diez hijos, nueve míos y un chiquito que yo crié de muy chiquitito que es Luquitas, que ahora tiene cinco años.
–¿Y cómo mantenían a toda la familia?
–Bueno, llegamos aquí y trabajábamos en la quema que antes había aquí en el parque, había descarga de basura, de todo. En ese momento se explotaba de todo y valía todo, y la plata te rendía, te compraban todo, el nylon, el plástico, las botellas de lavandina, todo... Era lindo, todos trabajábamos con un solo propósito que era tener para comer todos los días. Veníamos con los chicos.
–¿Cómo se le ocurrió empezar con el comedor comunitario?
–Bueno, cuando vinimos para acá eran casitas muy humildes, ahora la mayoría mejoró muchísimo, porque la gente trata de mejorar su casa porque no tiene que comprar alimentos porque tiene el comedor. Entonces hacen su casita y llevan su comida de aquí. Nosotros teníamos dos carros con mi marido. Yo veía a los chicos, cuando llegaba mi marido, cómo na12fo02.jpg (4913 bytes)corrían desesperados para descargar, porque traía pan, factura, fruta... Y eso me daba mucha pena a mí, porque yo creo que los chicos no tienen por qué mendigar. Yo siempre les digo y les recalco a las madres: ellos no nos pidieron traerlos al mundo, fuimos nosotros los que los trajimos, por eso el chico se merece el respeto. Pero bueno, hay muchos que no piensan lo mismo, que lo más fácil es mendigar y mandar a los chicos a que se ganen un peso en la calle sin saber el riesgo que corren. Entonces ahí empecé con quince chicos primero, más los diez míos y dos abuelos. En una semana se hicieron 67, no sé de dónde salieron, eran 67 chicos y algunas familias.
–¿Y con qué sostenía esos primeros días el comedor?
–Usted sabe que el ingreso con el que comprábamos el alimento era el sueldo mío. Yo tengo una pensión de madres de siete hijos. Y bueno, ese sueldo de 145 pesos lo usábamos comprando al bulto. Ibamos al Mercado Central y comprábamos alimento. Los fines de semana sabíamos ir a cirujear y con lo que ahorrábamos de la semana que mi marido vendía diarios y botellas, lo dejábamos para comprar fideo, arroz...
–¿Nunca pensaron que podían ahorrar ese dinero y tener una casa mejor?
–No, nunca pensamos eso. Tanto no piensa eso mi marido que nosotros vivimos en esa casa de chapones y todo lo que ve acá está al servicio de los chicos. Estamos por inaugurar una sala que va a ser una guardería para los chicos, tenemos un consultorio de los médicos. Nosotros no pensamos en nosotros, pensamos en el bien de los demás porque yo creo que el chico tiene que estar bien atendido...
–¿Y no siente que le faltan cosas?
–Yo me siento más feliz así, yo creo que uno se siente mejor cuando puede hacer algo para los demás y crecemos. Me siento muy bien, me siento mal cuando las cosas me salen mal. Bueno, yo creo que tengo derecho a equivocarme pero no me gusta.
–¿Cuando usted estuvo mal o debió afrontar una situación difícil, recibió ayuda de otras personas?
–No, la verdad que nunca me ayudaron. Por eso cuando veo a todas estas mujeres que tienen tantos problemas en la casa, yo las escucho, a veces lloran por tantos problemas que las aquejan, hay mujeres golpeadas, muchas mujeres abandonadas por sus maridos... y bueno yo estoy para escucharlas y para darles una mano siempre.
–¿Ese vínculo solidario se hace más fuerte entre las mujeres?
–No sé, yo creo que es en general, porque yo siento mucho respeto por los abuelos. Yo siempre quise trabajar por los abuelos. Esa ha sido mi meta. Cuando estaba dando de comer a quince chicos ya venían los abuelos; bueno, las cosas no han cambiado, ellos siguen viniendo acá, hacen manualidades, juegan. Uno les busca las cosas más bonitas para que ellos jueguen al Bingo. Hacemos sorteos. Pasamos todo un día con ellos. No los hemos dejado de lado nunca. Son 27 abuelos que vienen y ahora hay algunos que se agregaron esta semana por la Navidad, que es muy especial para ellos.
–¿Como festejaron la Navidad?
–Festejamos con 500 personas que son de acá, del comedor, todos los chicos y 82 mamás que tenemos y todos los abuelitos. Hicimos un asado para todos acá. Hay lugares por todos lados y así pudieron entrar todos..
–¿Quién se disfrazó de Papá Noel?
–Cuando los chicos preguntaron por Margarita, yo no estuve, me disfracé yo. Los chicos me conocen mucho y no sé por qué son así, pero ellos continuamente me expresan el cariño y eso me hace sumamente feliz. Son chicos de todas las edades y yo me siento un poco la mamá de todos ellos.
–¿Cómo repercuten en la villa y en Los Piletones la crisis y el desempleo?
–Yo creo que aquí en Los piletones se siente más que en otros lados. En cualquier villa se siente más, porque si alguien va a pedir trabajo en cualquier lado y le dice que vive acá en la villa, es difícil que la gente le dé trabajo. En las villas se siente mucho más el desempleo. Y donde más se siente es en la familia, es como que se desintegra. Al no haber trabajo, falta todo en la casa y en ese momento tenemos que encontrar un culpable, un desahogo que repercute en el grupo familiar, vienen los problemas de abandono y mujeres golpeadas y alcoholismo, aunque para chupar siempre vale cualquier excusa.
–¿Cómo fue que la eligieron mujer del año?
–Fue en el COAS, ¿vio?, no sé bien qué significan esa siglas, pero allí me eligieron. Me propuso la Red Solidaria de Juan Carr, que es una organización que si se necesita sangre para donar, o un órgano, ellos lo consiguen. Ellos me propusieron. Había 20 mujeres muy importantes y muy conocidas como Valeria Mazza, Moria Casán, Linda Peretz y la doctora Ana Mon. Entre todas ellas estaba yo. Como quien dice haciendo bandera. Ellos pasaban imágenes de la tarea que unona12fo02.jpg (4913 bytes) hacía y la gente que quería votar, votaba allí. Yo salí ganadora con cinco mil votos. Segunda salió la señora Rosario Andrada, que vive en el norte y trabaja con las madres con cáncer. Y Ana Mon, es una doctora que organiza hogares para chicos en todo el país. Después se hizo el acto donde se entregaron los premios. Para mí fue un halago, pero yo no quiero pensar porque a veces me preguntan si no me doy cuenta del premio que recibí, del valor que tiene, pero yo no quiero pensar, porque uno no hace este trabajo por los premios. Si fuera por los premios, habría muchas más Margaritas. Yo digo que si uno trabaja por un sueldo siendo solidario, eso no se llama solidaridad, se llama comodidad, porque yo jamás trabajaría por un sueldo para dar de comer a todos estos chicos. Y estas mujeres que trabajan conmigo aquí, tampoco trabajan por un sueldo. Sarita es la cocinera, que tiene su ayudante de cocina, vienen a las seis de la mañana y están hasta la seis y media de la tarde y no reciben sueldo. Ellos se calzan y se visten con la ropa que nos dan, ese es el único sueldo, que más que nada es una ayuda.
–¿Cuántas comidas hacen por día?
–Se cocina guiso en una olla de 150 litros, se hacen 150 litros de sopa. Alrededor de 230 litros de comida diaria. Muchas veces nos falta, pero tratamos de tener algo para que las madres puchereen, para que no queden sin comer.
–¿Cuál es la diferencia entre la limosna y la solidaridad?
–La limosna es una cosa fea, como que yo le pida una moneda a usted y me la da. Pero la solidaridad es una cosa buena. Uno recibe la recompensa de lo que da, hay una relación entre las dos personas, como más compromiso con la gente. Yo creo que la palabra es solidaridad. Uno se siente comprometida. Uno lo siente. Porque si hay alguien que me viene a golpear la puerta a la noche, yo me levanto a ver quién es. Es distinto la caridad, porque si uno va a golpear a la noche la puerta de una iglesia, el cura lo saca rajando¿no?
–¿Cuál fue la formación o la educación que recibió y qué usted piensa que la impulsó a hacer esto..?
–Usted sabe que yo no tengo estudios, yo tengo hasta el tercer grado de estudios. La educación me la enseñaron mis padres. Mi padre era muy estricto y a nosotros siempre nos enseñó a respetar a nuestra madre y a nuestros abuelos. Cuando nos levantábamos, todos los días nos arrodillábamos delante de nuestra madre para pedirle la bendición. Y a mi abuela también. Era crianzas muy buenas. Mi padre era hijo de gringo español y mi mamá era india toba. En el Chaco nació mi padre y nosotros nacimos todos en Santiago del Estero, en Añatuya. De allí me vine a los doce años en plena dictadura militar. Recién pude volver a los 21 años a Añatuya porque quería ver a mis hermanos, quería conocer a mis sobrinos. Después volví hace muy poco tiempo desgraciadamente por la muerte de un familiar directo.
–Y ahora la nombraron ciudadana honoraria de Añatuya...
–Bueno, en ese momento en que volví a Añatuya yo estaba nominada para este premio, todavía no salía. El otro día me llamó el intendente de Añatuya para decirme que por el voto unánime me eligieron ciudadana ilustre. Ahora voy a ir para allá. Hace unos días vino gente de Añatuya a saludarme y bueno, me contaban todos los preparativos que había, qué sé yo, van a hacer algo muy bonito, muy lindo, yo me siento muy orgullosa. Cuando me habló el intendente me dijo: “Usted no sabe qué orgulloso me siento de que le hayan dado ese premio a alguien de Añatuya” y yo le contesté con un chiste: “Usted también creía que los santiagueños sólo somos buenos para la siesta...”. Bueno, no estaban tan dormidos para el Santiagazo, la verdad que se portaron bien con eso, pero somos medio tontos porque después volvieron a votar lo mismo...
–¿Y cómo ha sido su relación con los políticos desde que comenzó con Los Piletones?
–Usted sabe que yo no tengo ninguna relación con los políticos. Yo digo que con los políticos no podemos vivir, pero sin ellos tampoco podemos vivir... Ellos son políticos, yo no me meto con ellos y ellos no se meten conmigo. Me ofrecieron muchas cosas, pero nunca nos dieron nada.
–¿Y con otros grupos similares a Los Piletones o comedores comunitarios, no tienen relación, intercambio de experiencias?
–La verdad que no. No me gusta ¿vio? Por ejemplo hoy me fui a la Municipalidad y uno los ve. Nosotros los villeros tenemos que ser respetuosos para que la gente nos valorice y nos respete también. Si no, la misma gente dice: “Estos son unos villeros de mierda”, con perdón de la palabra. Hay muchas mujeres que tienen comedores y uno las ve cómo desfilan por la Municipalidad insultando a uno u otro. Yo voy, hago mis cosas y salgo, ni siquiera salgo con ellos. Una mujer me dijo: “Usted tendría que apoyarnos porque también es mujer de la villa”. Pero yo en esos casos no apoyo a nadie, porque no me gusta el lío, la politiquería, el puterío, vamos. Yo soy derecha hago las cosas como me parece. Yo siempre traté muy respetuosamente a la gente y la gente me respetó a mí.
–¿Como definiría lo que es la villa, frente a la imagen que tiene la gente?
–La villa no tendría que existir. Nosotros los villeros necesitamos la oportunidad de vivir dignamente. Nos gustaría que alguien, alguna vez, se fijara en nosotros porque cuando tenemos que votar los argentinos ponemos nuestro voto como cualquier argentino y así también necesitamos que los políticos y los que puedan hacer algo por nosotros, lo hagan. No queremos que nadie nos regale nada, nosotros trabajamos para esto, que nos cobre lo que cuesta, pero que nos den lo que sea de nosotros.
–¿Cuál es su idea de justicia cuando ve que hay gente que tiene tanto dinero que ni siquiera sabe lo que tiene y otros que no tienen nada?
–No sé. Yo creo que la justicia se la da uno mismo. Por ejemplo, yo no tengo nada para dar, pero doy todo el tiempo que sea por toda esta gente. Salí hoy a las ocho y media de la mañana y estuve caminando por todos lados para ver adónde conseguía juguetes para la Navidad. Al ratito que usted llegó me había sentado a comer. La gente sabe qué es lo que hace. El rico guardará la na12fo02.jpg (4913 bytes)platita pensando en los hijos, en los nietos, siempre pensando en el futuro, ¿no? Yo creo que la gente lo que menos piensa es en la gente humilde, porque la gente que tiene no piensa como nosotros. ¿Sabe quiénes son los que nos ayudan a nosotros? Son los que menos tienen, trabajadores y de clase media, son los que más se nos acercan. Hoy me llenó de orgullo una chica que vino con su papá. Había cobrado su primer sueldo y compró dos cajas de pan dulce y caramelos para donarlo acá. Nosotros, la gente pobre, nos ayudamos entre nosotros. Lo único que le pedimos es ayuda a la gente que más puede para que no nos desampare. Para ayudarnos estamos nosotros, porque la gente rica no va a venir, creo yo, acá a dar de comer a los chicos o a barrer las cosas que tiran los chicos.
–¿Se acuerda cómo fue el primer día de Los Piletones?
–¡Uuuh!, fue un 7 de octubre y nos acordamos bien porque ese día hicimos pastel de papa. Ahora festejamos cada 7 de octubre con pastel de papa por nuestro aniversario. El otro día un chico me preguntó por qué no le puse San Cayetano. Yo creo mucho en los santos, demasiado diría yo. Muchas veces digo que San Cayetano está aquí por todas las cosas que me pasan y que nunca me falta. No le puse San Cayetano porque él era un hombre muy rico que dio todo por los pobres pero no quería honores. Entonces yo pensé que para él sería un honor que llevara su nombre y que, por lo tanto, no le gustaría, así que le puse Los Piletones.

 

Por que Margarita Barrientos

Por L. B.

Solidaridad, en sentido estricto

na12fo03.jpg (13104 bytes)Los comedores comunitarios que han surgido en las villas y las barriadas populares constituyen un fenómeno de esta época. Las comisiones de vecinos que siempre existieron desde antes no tenían la modalidad central de dar de comer. Los comedores son como ollas populares en realidad y dan una medida de la situación estructural de pobreza en que han sumido las políticas neoliberales a amplios sectores de la población. Antes, las ollas populares eran más coyunturales, se instalaban por un tiempo en la calle y luego se levantaban. Ahora se han convertido en una necesidad permanente.
El premio a “La Mujer del Año” que COAS otorgó a Margarita Barrientos pone este hecho en evidencia. Por un lado está el premio a una actitud solidaria y desinteresada. Pero por el otro, el mismo premio pone de manifiesto que la pobreza ha crecido y ha generado nuevas formas de combatirla por parte de quienes más la sufren frente a los discursos autocomplacientes de quienes la provocaron.
El premio pone de manifiesto otra cosa: los más solidarios frente a la pobreza son quienes más la sufren. O sea: se trata de un problema de la sociedad, que la sociedad no asume en su conjunto, sino que sólo moviliza a las víctimas de esa situación. “Los pobres nos ayudamos entre nosotros”, subraya Margarita Barrientos desde su experiencia concreta. “Los ricos no piensan como nosotros”, describe objetivamente, sin ninguna intención clasista.
Margarita Barrientos representa a cientos de personas que trabajan en el país en comedores comunitarios y hogares para chicos. Son respuestas solidarias espontáneas que surgen de la necesidad y de la buena fe. Como actitud es antitética de la que prima en este modelo de organización social y probablemente sea la semilla para transformarlo. Implica una idea de felicidad más relacionada con la inserción social que con las posesiones materiales, y otra idea de éxito más relacionada con una actitud ética y social que con una de tipo individual y egoísta.

 

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