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El País Por Maite Rico "El fin último de la política es el ser humano. Usted es quien elige, quien paga, quien manda". Su dedo índice acompaña la cadencia de las frases. Su mirada penetrante recorre aquellos miles de rostros extasiados. Su voz recia habla de justicia social, de reconciliación, de la ley de Dios. El general Efraín Ríos Montt electriza a la gente. La escena se ha repetido por todos los rincones de Guatemala durante la campaña electoral. Ayer, la votación ratificó el triunfo logrado en primera vuelta por el FRG, que ya controla la mayoría del Congreso y de los ayuntamientos, y a partir de los resultados conocidos hoy tendrá también la presidencia del país. El general no puede ocupar el cargo, por su condición de ex golpista. El asegura que, a sus 73 años, le basta y le sobra su escaño de diputado. Si lo desea, presidirá el Congreso. La jefatura del Estado la asumirá su delfín, Alfonso Portillo. La población cree que Ríos Montt será el poder en la sombra, pero el joven Portillo, un abogado de formación marxista, insiste en que él tiene su propio equipo. Los analistas vaticinan unas relaciones tormentosas con su mentor. De momento, Ríos Montt saborea la revancha. Las acusaciones en su contra no han hecho mella en los votantes. Según el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, el general intensificó las matanzas de población indígena (alrededor de 300 muertes le adjudica el arzobispado de Guatemala) en la guerra contra la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Lo paradójico, y que ha hecho enmudecer a la izquierda, es que buena parte del caudal de los 900.000 votos conseguidos por Ríos Montt procede de las regiones mayas del norte y del occidente, las más castigadas por la guerra y la represión. En algo coinciden todos los que le conocen: Efraín Ríos Montt es un hombre indescifrable. Su sombrero blanco, a juego con el bigote, le da un aire de abuelo afable. Además de militar y político, ejerce de pastor de almas. Desde que en los años setenta abrazó la Iglesia del Verbo, uno de los más de treinta grupos evangélicos arraigados en Guatemala, el general no ha dejado de predicar. Incluso siendo presidente, en 1982, daba sermones semanales bajo una carpa verde instalada en el paseo de la Reforma. Sus mitines políticos de campaña han estado salpicados de joviales reproches a "los comportamientos pecaminosos". Los alcaldes y diputados que le respaldan, surgidos de estos comicios, escucharon, algo sorprendidos, sus recomendaciones en un reciente encuentro: "Báñense todos los días, pues dentro de poco serán dignatarios de la nación". Y siguió: "Tienen que tener cuidado al contratar a sus secretarias, para que no sean tan bonitas que los hagan caer en la tentación". Y aun remató: "El que tenga dos mujeres, que deje una. Además hay que evitar convertirse en aquellos sucios que prefieren que les hagan cosas por detrás y no por donde debe ser, pues eso es amoral". Más de un columnista se preguntó, y no era la primera vez que lo hacía, si el general estaba en sus cabales.
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