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Por Esteban Pintos La sombra de la idea sobre el final de algo --la cifra 99 del año así lo indicaba-- sobrevoló la industria del espectáculo musical en Argentina, con la variable "crisis económica" como factor decisivo para entender por qué se vendieron menos discos y hubo menos espectáculos multitudinarios. Aunque la calidad de muchos artistas haya quedado debidamente comprobada. Entonces, aparecieron obras exquisitas como las de, por ejemplo, Caetano Veloso, Gustavo Cerati, Tom Waits, Café Tacuba, El Terceto, Fito Páez, Silvio Rodríguez, Moby, Andrés Calamaro, The Beatles, Raúl Carnota, Los Fabulosos Cadillacs, Pablo Ziegler y Carlos Santana. Y hay más. También el público porteño fue testigo de un recital impactante como el de Charly García en Puerto Madero --para 200.000 personas, la mayor cifra de asistencia del año-- y de una reunión cumbre de dos próceres brasileños como Joao Gilberto y Caetano Veloso. Pedro Aznar invitó al grupo heavy metal A.N.I.M.A.L. para un homenaje a Jorge Luis Borges ¡en el Colón!, Cesaria Evora y Chavela Vargas pasearon su estampa de señoras por los escenarios de La Trastienda y el Opera, el Gato Barbieri volvió a soplar su saxo en Buenos Aires, Mercedes Sosa y Luciano Pavarotti cantaron en la Bombonera, Café Tacuba --el mejor grupo de rock latino-- apabulló con dos íntimas performances en La Trastienda y Luis Miguel --el mejor cantante de música romántica latina-- provocó la histeria de multitudes en Vélez, Metallica demolió el Monumental con una lección de rock pesado y Páez, Cerati y García se cruzaron varias veces sobre el escenario del Gran Rex en los shows de los dos primeros. Específicamente dentro de aquello que suele identificarse como rock nacional, el año tuvo lo suyo. Empezó con la fase más virulenta de la pelea pública Charly García-Andrés Calamaro: cuestiones privadas y demasiado ego, también, alimentaron el fuego. Cruzaron declaraciones, García apareció en el insólito programa "Televisión abierta" profiriendo amenazas y lanzando dardos venenosos contra Calamaro. Este, por su parte, la emprendió a batazos contra una batea de discos de su enemigo en una disquería. Se prometieron golpes y demás acciones, pero nunca se encontraron. Paralelamente, en el verano se desarrollaba el ciclo de shows gratuitos "Buenos Aires Vivo 3", en el dique 4 de Puerto Madero. El gran cierre estaba previsto para Charly García, que calentó el ambiente al exponer su idea de puesta en escena: una cruza entre The Wall y Apocalypse now, con helicópteros tirando muñecos de goma para figurar los vuelos de la muerte de la última dictadura. La presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, estalló: "Vos no podés montar vuelos de la muerte ni en broma", le dijo a García. El se defendió: "Vos no entendés, Hebe. Mi dolor vale". Dos días antes, cuando ya estaba claro que legalmente no se podría concretar la "idea" -lo prohibía Prefectura--, el rocker se echó atrás. El show se hizo, con una multitud como testigo del abrazo García-Bonafini. El dolor, sin embargo, volvió a hacerse presente cuando dos chicos murieron electrocutados durante un show posterior de Divididos, en circunstancias que, al día de hoy, siguen sin estar claras.
El rock dominante y de multitudes tuvo un año inmejorable. Los Piojos -que en mayo tuvieron a Diego Maradona sobre el escenario de Obras, luego clausurado- y La Renga ratificaron su poder de convocatoria en recitales de canchas de fútbol del ascenso (Huracán y Atlanta). Los padres de la escena, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, tuvieron problemas. Sus únicos shows, concretados en Mar del Plata en junio, fueron motivo de batallas campales entre público y policía, con un saldo de dos heridos graves, muchos contusos y cientos de detenciones, además de un virtual estado de sitio impuesto sobre la "ciudad feliz". El tema de "la batalla de los solistas" se instaló a la par de las ediciones de Honestidad brutal, de Andrés Calamaro, Abre, de Fito Páez, y Bocanada, de Gustavo Cerati. El de Calamaro fue un disco áspero, girando en torno al infierno privado de un hombre que hace canciones. El de Páez, producido por Phil Ramone, fue una obra de sobriedad musical, con un antes y un después de la canción "La casa desaparecida", un recuento arbitrario de historia argentina en 13 minutos. El de Cerati, tal vez el que más expectativas provocaba porque ser el primer paso post Soda Stereo, mantiene un delicado equilibrio entre las dos fuerzas que llevan adelante sus canciones: electrónica y pop. De los tres esperaban sus compañías discográficas un importante movimiento de ventas. Crisis mediante, los discos salieron menos. Pero salieron: 130.000 copias del doble de Calamaro, 90.000 de Páez y poco más de 30.000 de Cerati. En los últimos dos meses del año, los tres presentaron lo suyo en el Gran Rex, y empataron con cuatro funciones cada uno. En los shows de Cerati y Páez, apareció García como sellando una alianza de amistad y cooperación. Después, Calamaro invitó a Cerati y Páez, mediante declaraciones a este diario, a "pelear por el segundo y tercer puesto". El año concluye con el voto de 99 músicos de rock que, en la encuesta del Suplemento No de este diario, eligieron a Cerati y García como "los artistas de la década".
No todo fue rock, claro. Aun dentro del contexto de crisis, llegaron a la Argentina finísimos exponentes de todos los géneros. En marzo se vivió el retorno del Gato Barbieri a un escenario porteño --el Gran Rex-- después de una década. El suyo fue uno de los regresos del año. Una semana después, como si fuera poco, Caetano Veloso (el alumno) y Joao Gilberto (el maestro) brindaron tres memorables conciertos a puro talento y canciones inolvidables del mejor repertorio de la música popular brasileña. Fue tan bueno que dejaron ganas de más, aun para los que tuvieron la suerte de verlos. Casi lo mismo que sucedió con Cesaria Evora, una cantante originaria de Cabo Verde que hechizó a las audiencias de sus shows en La Trastienda. Si no hubo más funciones, no fue porque el público y los mismos promotores de su visita no lo hubieran querido. Ya volverá. Otro momento único del año para la música popular se vivió en el ámbito del teatro Colón. Como parte del homenaje a Jorge Luis Borges en el centenario de su nacimiento, Pedro Aznar llevó adelante una ecléctica reunión de músicos para interpretar poemas musicalizados. Estuvieron, entre otros, Mercedes Sosa, Víctor Heredia, Lito Vitale, Jairo, Rubén Juárez y A.N.I.M.A.L. Estos provocaron uno de los momentos más curiosos vividos en el máximo coliseo argentino, cuando salieron a tocar ante el estupor y el enojo del público tradicional del teatro. Reuniones por el estilo también hubo, gratuitas y en la calle, con motivo de las fechas patrias del 25 de Mayo y el 20 de Junio. Allí la gente se reconcilió con canciones e himnos que durante muchos años fueron un símbolo del autoritarismo militar. Dos músicos españoles a los que puede considerarse casi argentinos (porteños, más que nada), renovaron su romance con el público local. Joan Manuel Serrat, por ejemplo, presentó Sombras de la China y motivó el fervor de siempre con una seguidilla de funciones a lleno total en el Teatro Gran Rex. Un par de meses después, llegó Joaquín Sabina con 19 días y 500 noches. El español más aporteñado de la década -será que Serrat ya no está para esos trotes- también sumó funciones en el Gran Rex y tuvo como invitado de lujo a... Charly García. Ambos artistas y sus respectivos sucesos anticiparon el clima de fiesta que se viviría tras el resultado eleccionario entre lo que puede llamarse "público progre". Así, artistas mimados como León Gieco, Víctor Heredia (reunidos en un mismo espectáculo después de más de una década), Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale (presentaron su notable segundo disco en colaboración) reunieron miles de personas en el Teatro Opera y el Luna Park. Silvio Rodríguez, en tanto, lanzó su quinto disco acústico consecutivo, Mariposas, pero esta vez no hubo reencuentro con su público local.
1999 también fue el año que se suponía de definitivo despegue internacional para Soledad, la mayor estrella nacional del folklore de la década, al menos en cuanto a números, convocatoria y resonancia mediática. Su compañía contrató como productor a Emilio Estefan, suerte de gurú del latin pop de Miami, y la chica de Arequito grabó un disco titulado curiosamente Yo sí quiero a mi país que no redituó, ni siquiera, la mitad de la inversión que demandó. Ahora la carrera de Soledad, que comenzó el año cerrando el Festival de Cosquín con una respuesta multitudinaria, se encuentra en una encrucijada. No se hizo popular en el resto del continente, y el público argentino que adoró sus saltos, su poncho y esa desfachatez rockera para cantar chacareras y zambas, duda sobre si le gusta o no esta versión mucho más aplacada de su vitalidad escénica.
Algo más o menos parecido, pero inverso, sucedió con una superestrella latina que también es superestrella en Argentina. Ricky Martin inició el año cantando "La copa de la vida" (del Mundial Francia '98) en la entrega de los Grammy en Los Angeles, y se convirtió en una suerte de Rodolfo Valentino auspiciado por Pepsi, con una cadera cimbreante que enloqueció a millones de anglosajones al ritmo de "Livin' la vida loca". Esa canción y las demás, que formaban parte de un álbum cantado en inglés en donde incluso participó Madonna, lo puso a la altura de otras estrellas juveniles planetarias de alto impacto del año como los Backstreet Boys y Britney Spears, y lo convirtió en un rostro archiconocido. Aun así, en Argentina, donde recorrió el país cantando para multitudes en otros tiempos --un show suyo gratuito en Buenos Aires, hace un par de años, convocó a 200.000 personas--, el fenómeno Ricky Martin fue más que nada rebote de su explosión en la gran meca del espectáculo, Estados Unidos, y ahí se quedó.
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